El domingo, 17 de mayo de 2020


EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 8:5-8.14-17; I Pedro 3:15-18; Juan 14:15-21)


En los últimos dos meses el mundo entero se ha conocido con Zoom.  Este programa de computadora facilita encuentros con personas que no están presentes.  Ha sido particularmente útil durante el confinamiento.  Los negocios, las escuelas, aun los amigos queriendo festejar se lo han aprovechado de ello.  Zoom representa sólo el modo más corriente para experimentar la presencia en ausencia.

La gente desde siempre ha tenido modos para traer a mente la presencia de personas ausentes.  Las cartas todavía transmiten los pensamientos de amigos separados.  Los soldados han llevado recuerdos de sus familias a las frentes de batalla con fotos. Llamadas telefónicas han cerrado las distancias entre conocidos por casi un siglo.  En el evangelio hoy Jesús promete estar presente a sus discípulos una vez que los deje.  Indica  dos formas particulares que empleará para consolarlos cuando se vaya.

Jesús ha congregado a sus discípulos para cenar.  Él sabe que la hora ha llegado para sacrificarse por toda humanidad.  Quiere despedirse de aquellos que lo han acompañado por mucho tiempo.  Cuando comparte que tiene que dejarlos, sus discípulos se hacen turbados.  Tienen preguntas: “’¿Cómo sabemos el camino?’” y demandas: “’’Enséñanos al Padre’”.  Realmente no entienden lo que está pasando.  Sólo se sienten ansiosos con la partida  inminente de su líder.  Es semejante a la ansiedad que muchos se sienten ahora.

La persistencia de nuevos casos de Covid-19 ha hecho a nosotros ansiosos.  No sabemos si sería mejor seguir quedándonos en casa o reanudar las actividades normales.  Nos preguntamos si es prudente permitir que se abran los restaurantes y si es el tiempo indicado para celebrar las misas públicas.  No queremos poner en peligro ni a nosotros mismos ni a otras personas.  Pero tampoco queremos perder nuestros empleos o el ingreso para pagar las cuentas amontonando.

La ansiedad es nada nueva.  Los psicólogos dicen que en los últimos años los jóvenes se han angustiado sobre sus preocupaciones.  Demasiado atentos a los medios sociales los jóvenes se comparan a sí mismos siempre con los demás.  Se preguntan si son tan guapos, inteligentes, y capaces de ganar la plata como otras personas.  De verdad, miembros de todos grupos sociales tienen sus inseguridades.  Los mayores se preguntan si van a tener la salud ambas física y mental en la vejez.  Los ancianos a menudo no sienten seguros si existe la vida después de la muerte.  Aun los niños están más ansiosos que nunca.  Con tanta publicidad que ha recibido el calentamiento global, se preguntan si el mundo será habitable en cincuenta años.

En medio de estas preocupaciones escuchamos las palabras consoladoras de Jesús.  Nos aseguran que no vamos a ser dejados desamparados.  En primer lugar él va a enviar el Espíritu Santo para ayudarnos.  El Espíritu habita en nosotros como un GPS en un coche siempre manteniéndonos en el rumbo de nuestro destino.  También Jesús promete que él mismo volverá para acompañarnos en las pruebas.  Se cumple esta promesa con los sacramentos.  Cuando somos bautizados, es Jesús que nos recibe en la iglesia, su cuerpo.  Él nos ampara de las seducciones – drogas, sexo ilícito, ideas pretenciosas de nuestra propia grandeza -- que a menudo hacen tropezar a la gente.  Cuando el sacerdote nos unge con el olio de los enfermos, es Jesús que nos fortalece.  Él hace posible que enfrentemos aun la muerte con la paz. 

Una vez un niño tenía dificultad de dormir.  Estaba aterrorizado de la muerte porque la hermana de un amigo acabó de morir de leucemia.  Fue a la recamara de su madre y le contó de su miedo.  La madre lo invitó a pasar la noche en su cama.  Ella le dijo que todo será bien porque Dios nos ama.  Esto es el mensaje del evangelio hoy.  No tenemos que quedarnos ansiosos.  Dios nos ama.  Él manda a Jesús para acompañarnos.  Todo será bien.

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