EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
8:5-8.14-17; I Pedro 3:15-18; Juan 14:15-21)
En los últimos dos meses el mundo entero se ha
conocido con Zoom. Este programa de
computadora facilita encuentros con personas que no están presentes. Ha sido particularmente útil durante el confinamiento. Los negocios, las escuelas, aun los amigos queriendo
festejar se lo han aprovechado de ello. Zoom
representa sólo el modo más corriente para experimentar la presencia en
ausencia.
La gente desde siempre ha tenido modos para
traer a mente la presencia de personas ausentes. Las cartas todavía transmiten los
pensamientos de amigos separados. Los
soldados han llevado recuerdos de sus familias a las frentes de batalla con
fotos. Llamadas telefónicas han cerrado las distancias entre conocidos por casi
un siglo. En el evangelio hoy Jesús
promete estar presente a sus discípulos una vez que los deje. Indica
dos formas particulares que empleará para consolarlos cuando se vaya.
Jesús ha congregado a sus discípulos para
cenar. Él sabe que la hora ha llegado
para sacrificarse por toda humanidad.
Quiere despedirse de aquellos que lo han acompañado por mucho
tiempo. Cuando comparte que tiene que
dejarlos, sus discípulos se hacen turbados.
Tienen preguntas: “’¿Cómo sabemos el camino?’” y demandas: “’’Enséñanos
al Padre’”. Realmente no entienden lo
que está pasando. Sólo se sienten
ansiosos con la partida inminente de su
líder. Es semejante a la ansiedad que
muchos se sienten ahora.
La persistencia de nuevos casos de Covid-19 ha
hecho a nosotros ansiosos. No sabemos si
sería mejor seguir quedándonos en casa o reanudar las actividades
normales. Nos preguntamos si es prudente
permitir que se abran los restaurantes y si es el tiempo indicado para celebrar
las misas públicas. No queremos poner en
peligro ni a nosotros mismos ni a otras personas. Pero tampoco queremos perder nuestros empleos
o el ingreso para pagar las cuentas amontonando.
La ansiedad es nada nueva. Los psicólogos dicen que en los últimos años
los jóvenes se han angustiado sobre sus preocupaciones. Demasiado atentos a los medios sociales los
jóvenes se comparan a sí mismos siempre con los demás. Se preguntan si son tan guapos, inteligentes,
y capaces de ganar la plata como otras personas. De verdad, miembros de todos grupos sociales
tienen sus inseguridades. Los mayores se
preguntan si van a tener la salud ambas física y mental en la vejez. Los ancianos a menudo no sienten seguros si
existe la vida después de la muerte. Aun
los niños están más ansiosos que nunca.
Con tanta publicidad que ha recibido el calentamiento global, se
preguntan si el mundo será habitable en cincuenta años.
En medio de estas preocupaciones escuchamos las
palabras consoladoras de Jesús. Nos
aseguran que no vamos a ser dejados desamparados. En primer lugar él va a enviar el Espíritu
Santo para ayudarnos. El Espíritu habita
en nosotros como un GPS en un coche siempre manteniéndonos en el rumbo de nuestro
destino. También Jesús promete que él
mismo volverá para acompañarnos en las pruebas.
Se cumple esta promesa con los sacramentos. Cuando somos bautizados, es Jesús que nos
recibe en la iglesia, su cuerpo. Él nos
ampara de las seducciones – drogas, sexo ilícito, ideas pretenciosas de nuestra
propia grandeza -- que a menudo hacen tropezar a la gente. Cuando el sacerdote nos unge con el olio de
los enfermos, es Jesús que nos fortalece.
Él hace posible que enfrentemos aun la muerte con la paz.
Una vez un niño tenía dificultad de dormir. Estaba aterrorizado de la muerte porque la
hermana de un amigo acabó de morir de leucemia.
Fue a la recamara de su madre y le contó de su miedo. La madre lo invitó a pasar la noche en su
cama. Ella le dijo que todo será bien
porque Dios nos ama. Esto es el mensaje
del evangelio hoy. No tenemos que
quedarnos ansiosos. Dios nos ama. Él manda a Jesús para acompañarnos. Todo será bien.
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