El domingo, 14 de junio de 2020


LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

(Deuteronomio 8:2-3.14-16; I Corintios 10:16-17; Juan 6:51-58)


La fiesta de Corpus Christi tiene como propósito la meditación sobre el sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo.  Eso es, celebramos la fiesta para profundizar nuestro aprecio de la Eucaristía.  Por dos meses ustedes no podían recibir el sacramento debido al confinamiento.  Tuvieron que hacer la comunión espiritual.  En un sentido estaban cumpliendo el propósito de Corpus Christi. ¿Cómo fue la experiencia?  A lo mejor, no fue tan satisfactoria como recibiendo la hostia en la misa.  Vale la pena reflexionar sobre los elementos de la fiesta de Corpus Christi para mejorar la experiencia de la comunión.  Sea la comunión espiritual o la comunión sacramental, deberíamos querer recibirla con mayor aprecio.

El primer elemento de Corpus Christi es la misa.  El sacerdote en persona de Cristo transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor.  Se hace presente Jesucristo en forma sacramental.  Entonces venimos al altar para recibirlo.  La maravilla es que la comida y la bebida sacramental no se convierten tanto en nuestros cuerpos.  Más bien, la comida y bebida sacramental transforman a nosotros en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.  Por eso, San Pablo pregunta a los corintios en la segunda lectura: “…el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de su cuerpo?”  Claro que hace. Ciertamente somos unidos a Cristo también por la oración y el sacrificio, pero  no tan íntimamente.  Las madres reprenderán a sus hijos que si siguen comiendo pizza, van a verse como una pizza.  Es una broma.  Pero es cierto que tanto más recibamos la Santa Comunión dignamente, tanto más nos convertimos en el Cuerpo de Cristo.

Después de la misa de Corpus Christi formamos una procesión, al menos era así en este país hace setenta años y sigue así en varios países latinos.  La procesión forma el segundo elemento de la fiesta.  Con el sacerdote llevando el pan consagrado, caminamos por el vecindario.  Es una bendición gratuita para toda la comunidad.  Tal vez se ve aun una policía hincándose cuando pasa la procesión.  La procesión imita la marcha de los israelitas en la primera lectura.  Ellos  recorren por el desierto cuarenta años para que se formaran en el Pueblo de Dios.  Así es con  nosotros caminando con el Santísimo Sacramento.  Nos empezamos de reconocer al uno al otro no sólo como conciudadanos sino como miembros de la misma familia de Dios.

La característica más prominente de la primera lectura es el maná.  Dios deja este alimento extraño para dar de comer a Su pueblo.  Se encuentra en el suelo del desierto como el rocío en el césped en la madrugada.  Pero no semejante al rocío el maná tiene una base sustancial.  Se puede secarlo y molerlo para preparar pastelitos.  Nos parece como la hostia usada en la misa.  La hostia no parece nutritiva para nada.  Sin embargo, transformada en el Cuerpo de Cristo, se hace en la fuente de la vida eterna.

Tenemos oportunidad para contemplar la vida eterna cuando entramos de nuevo en el templo.  La veneración del Santísimo comprende el elemento final de Corpus Christi.  Por la veneración nos percatamos de lo que Jesús significa en el evangelio hoy cuando dice: “’El que come de este pan vivirá para siempre’”.   Es la vida del Padre, Hijo, y Espíritu Santo.  Consiste en el gozo de estar con aquellos que amamos y que nos aman en nuestras vidas.  Será un compartir perfecto porque no habrá las preocupaciones y los defectos personales que amargan la vida ahora. 

Una vez una película terminó con todos los personajes congregados en la iglesia tomando la comunión.  Todos estaban allí: los héroes y los tunantes, los blancos y los negros, los ricos y el ciego, llevando sonrisas.  Eran reconciliados por la gracia de Cristo.  Era sólo la visión del director del cielo, la vida "para siempre”.  No sabemos en realidad cómo es la vida eterna.  San Pablo dice que “…ninguna mente ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman” (I Corintios 2,9).  Sin embargo, se puede decir con confianza que vale la pena esforzarse para lograrlo.

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