LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO
(Deuteronomio
8:2-3.14-16; I Corintios 10:16-17; Juan 6:51-58)
La fiesta de Corpus
Christi tiene como propósito la meditación sobre el sacramento del Cuerpo y
Sangre de Cristo. Eso es, celebramos la
fiesta para profundizar nuestro aprecio de la Eucaristía. Por dos meses ustedes no podían recibir el
sacramento debido al confinamiento.
Tuvieron que hacer la comunión espiritual. En un sentido estaban cumpliendo el propósito
de Corpus Christi. ¿Cómo fue la experiencia?
A lo mejor, no fue tan satisfactoria como recibiendo la hostia en la
misa. Vale la pena reflexionar sobre los
elementos de la fiesta de Corpus Christi para mejorar la experiencia de la
comunión. Sea la comunión espiritual o
la comunión sacramental, deberíamos querer recibirla con mayor aprecio.
El primer elemento de
Corpus Christi es la misa. El sacerdote
en persona de Cristo transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del
Señor. Se hace presente Jesucristo en
forma sacramental. Entonces venimos al
altar para recibirlo. La maravilla es
que la comida y la bebida sacramental no se convierten tanto en nuestros
cuerpos. Más bien, la comida y bebida
sacramental transforman a nosotros en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Por eso, San Pablo pregunta a los corintios
en la segunda lectura: “…el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de
su cuerpo?” Claro que hace. Ciertamente
somos unidos a Cristo también por la oración y el sacrificio, pero no tan íntimamente. Las madres reprenderán a sus hijos que si
siguen comiendo pizza, van a verse como una pizza. Es una broma.
Pero es cierto que tanto más recibamos la Santa Comunión dignamente,
tanto más nos convertimos en el Cuerpo de Cristo.
Después de la misa de
Corpus Christi formamos una procesión, al menos era así en este país hace
setenta años y sigue así en varios países latinos. La procesión forma el segundo elemento de la
fiesta. Con el sacerdote llevando el pan
consagrado, caminamos por el vecindario.
Es una bendición gratuita para toda la comunidad. Tal vez se ve aun una policía hincándose
cuando pasa la procesión. La procesión
imita la marcha de los israelitas en la primera lectura. Ellos
recorren por el desierto cuarenta años para que se formaran en el Pueblo
de Dios. Así es con nosotros caminando con el Santísimo
Sacramento. Nos empezamos de reconocer
al uno al otro no sólo como conciudadanos sino como miembros de la misma
familia de Dios.
La característica más
prominente de la primera lectura es el maná.
Dios deja este alimento extraño para dar de comer a Su pueblo. Se encuentra en el suelo del desierto como el
rocío en el césped en la madrugada. Pero
no semejante al rocío el maná tiene una base sustancial. Se puede secarlo y molerlo para preparar
pastelitos. Nos parece como la hostia
usada en la misa. La hostia no parece
nutritiva para nada. Sin embargo,
transformada en el Cuerpo de Cristo, se hace en la fuente de la vida eterna.
Tenemos oportunidad
para contemplar la vida eterna cuando entramos de nuevo en el templo. La veneración del Santísimo comprende el
elemento final de Corpus Christi. Por la
veneración nos percatamos de lo que Jesús significa en el evangelio hoy cuando
dice: “’El que come de este pan vivirá para siempre’”. Es la vida del Padre, Hijo, y Espíritu
Santo. Consiste en el gozo de estar con
aquellos que amamos y que nos aman en nuestras vidas. Será un compartir perfecto porque no habrá
las preocupaciones y los defectos personales que amargan la vida ahora.
Una vez una película
terminó con todos los personajes congregados en la iglesia tomando la comunión. Todos estaban allí: los héroes y los
tunantes, los blancos y los negros, los ricos y el ciego, llevando sonrisas. Eran reconciliados por la gracia de Cristo. Era sólo la visión del director del cielo, la
vida "para siempre”. No sabemos en
realidad cómo es la vida eterna. San
Pablo dice que “…ninguna mente ha concebido lo que Dios ha preparado para
quienes lo aman” (I Corintios 2,9). Sin
embargo, se puede decir con confianza que vale la pena esforzarse para
lograrlo.
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