EL DUODÉCIMO DOMINGO ORDINARIO
(Jeremías
20:10-13; Romanos 5:12-15; Mateo 10:26-33)
El
diácono estaba en conflicto con el sacerdote de su parroquia. Le escribió un email deplorando la falta de
mencionar el racismo en la misa el domingo anterior. Ciertamente al menos una súplica por las
victimas del racismo estaba indicada.
Pues todo el país estaba en revuelto sobre la brutalidad de parte de un
policía blanco hacia un negro. El
sacerdote respondió que no quería causar división en la congregación. Uno se pregunta lo que diría Jesús sobre este
motivo para mantener la paz.
En el
evangelio Jesús dice a sus apóstoles que pregonen desde las azoteas lo que él
les ha enseñado. No quiere que sean
tímidos sino abiertos. Aun si les cuesta
la vida, quiere que proclamen sus enseñanzas.
Advierte que sería mejor perder la vida por causa del evangelio que
perder el alma para conservar el cuerpo.
Entonces tenemos que preguntar: ¿qué ha enseñado Jesús sobre el racismo?
No
mucho, al menos en este Evangelio según San Mateo. Sin embargo, podemos recorrer el Sermón del
Monte buscando huellas de su planteamiento sobre el tratamiento de otros tipos
de personas. En el principio del Sermón,
Jesús declara “dichosos” aquellos “de corazón humilde”. Estos son personas que no promueven su propio
bien o el bien de sus compañeros sino buscan el bien de todos. La humildad era la disposición de San Martín
de Porres. Él sirvió a todos. No pasó por alto las necesidades de los
negros enfermos de su ciudad mientras atendía a los frailes españoles de su
convento.
En la
segunda parte del Sermón Jesús reta a sus discípulos: “’Amen a sus enemigos y
oren por quienes los persiguen’”.
Desgraciadamente a veces los blancos y los negros ven a uno a otro como
enemigos. Hablan de “nosotros” y “ellos”
como si vivieran en otros países. Jesús
querría que todos se refrenen de este tipo de discriminación. Exhortaría el amor fraternal entre las razas.
Como dijo otro Martín, el doctor Martin Luther King: “’Tengo el sueño de que un
día… los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de
esclavos podrán sentarse juntos en la mesa de la hermandad’”.
En la
última parte del Sermón del Monte Jesús entrega una serie de proverbios. Uno de estos es particularmente pertinente aquí. Dice: “’No juzguen a otros, para que Dios no
juzgue a ustedes’”. En lugar de rechazar
a personas de otras razas, Jesús promovería la tolerancia y la comprensión de
ellas. Nos aconsejaría que tengamos
cuidado de no descartar a otra persona como “no inteligente” o “no capaz”
porque viene de una familia pobre o quebrada.
El padre de Clarence Thomas, el único juez negro de la Corte Suprema,
abandonó su familia. Entonces su abuelo
crió al juez Thomas para ser persona cumplida.
Los
negros han sido oprimidos por siglos.
Ahora están luchando para mantener la dignidad humana. Porque constituyen parte de nuestra comunidad,
valen el apoyo de todos. Ciertamente el
Señor Jesús no los despediría como no despidió a la samaritana o la cananea en
el evangelio. Cuando tengamos la
oportunidad de conversar con personas negras, descubrimos valores comunes, a
menudo el amor para Jesús. Sin duda vale
reconocer su angustia cuando el racismo se levanta su cabeza fea.
Durante
el imperio romano fue un crimen evangelizar.
Cerca del año 200 los cristianos podían dar culto al Señor pero estaban
prohibidos de contar de él con los demás.
Si la ley prohibiera tal tipo de hablar hoy en día, ¿habría evidencia
para condenarnos? Que esperemos que
sí. Que proclamemos desde las azoteas que
seamos opuestos a la discriminación racial porque somos discípulos de Jesús. Que proclamemos que seamos opuestos a la
discriminación.
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