El domingo, 21 de marzo de 2021

 El Quinto Domingo de Cuaresma

(Jeremías 31:31-34, Hebreos 5:7-9; Juan 12:20-33)

Ha sido tanto tiempo desde nuestra última vez en un avión que casi hemos olvidado la experiencia.  Recordamos cómo abordamos el avión treinta o cuarenta minutos antes del despegado.  Nos acomodamos mientras los otros pasajeros encontraron sus asientos.  Entonces hubo un aviso: iban a tomar una cuenta.  Si había puestos vacíos, admitieron a algunas personas más y cerraron la puerta.  Ya el avión podía partir a los cielos.  La narrativa del evangelio hoy comienza con una experiencia semejante. 

Cuando se entera de la venida de los griegos, responde Jesús que ha llegado la hora de su glorificación.  Dirá más adelante que cuando sea levantado, atraerá a todos a él.  Evidentemente los griegos representan la vanguardia de las muchedumbres que vienen a Jesús.  Ya es tiempo que él salva al mundo.  Nosotros vemos a todos viniendo a Jesús en la catolicidad de la Iglesia.  Hay católicos en todas partes del mundo, desde Argentina a Siberia.

En la Iglesia nosotros católicos somos llamados a participar en la nueva alianza que Dios ha forjado por la muerte y resurrección de Su Hijo.  El profeta Jeremías habla de esta alianza en la primera lectura.  Los judíos rompieron la alianza de Moisés por olvidarse de la Ley escrita en piedra.  La nueva alianza se hace entre Dios y el nuevo Israel, ambos judíos y no judíos que constituyen la Iglesia.  La ley de esta nueva alianza no será grabada en piedra sino en los corazones de los fieles.  En esta manera no se puede olvidar. Es el trabajo del Espíritu Santo formando a los seguidores de Jesús según su doctrina.

Pero la alianza nueva no es lograda solo con enseñanzas e inspiraciones espirituales.  Va a costar a Jesús la vida.  Él ofrece la parábola de la semilla muriendo en la tierra para describir su sacrificio.  Como la semilla tiene que ser desbaratada para producir fruto, así Jesús tiene que dar su vida.  No será nada fácil sino cosa áspera, penosa, espantosa.

Siempre veraz, Jesús no tiene vergüenza admitir el tumulto tomando lugar en su interior.  Pero declara que no va a pedir al Padre que se le quite esta ordalía.  Sabe que Dios le dio esta misión de su amor para el mundo.  Por eso, la va a cumplir.  Es cierto que en el Evangelio de Juan no vemos el dolor y la dificultad que Jesús experimenta en su pasión como se ve en los Evangelios de Mateo y Marcos.  Pero tenemos la segunda lectura como testimonio de su sufrimiento.  Dice la Carta a los Hebreos que Jesús aprendió obediencia sufriendo para que él produzca “la salvación eterna para todos”.

Un proverbio nos cuenta que lo que pase al maestro, pasa también a sus discípulos.  Como Jesús incurrió el desdén de los malvados, tenemos que esperar el mismo tratamiento.  Nos van a rechazar cuando insistimos, por ejemplo, que la intimidad sexual fuera del matrimonio siempre es inmoral.  No van a colgarnos de una cruz, pero probablemente se burlarán de nosotros.  Cuando nos pase injusticias así, queremos acordarnos de la voz del Padre en este evangelio: “’Lo he glorificado y volveré a glorificarlo’”.  A nosotros también nos glorificará porque hemos hablado la verdad.

Se dice que se simboliza el Evangelio de San Juan con un águila porque el texto vuele muy alto.  Más que en cualquier otro evangelio, Jesús en este evangelio se presenta como hombre del cielo.  Ahora tenemos que prepararnos a remontar las alturas con él en los próximos dos domingos.  Estamos para verlo levantado alto en la cruz el domingo próximo.  Entonces, lo veremos levantado más alto aún en la Pascua de la resurrección.


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