El Quinto Domingo de Cuaresma
(Jeremías
31:31-34, Hebreos 5:7-9; Juan 12:20-33)
Ha sido tanto tiempo
desde nuestra última vez en un avión que casi hemos olvidado la
experiencia. Recordamos cómo abordamos
el avión treinta o cuarenta minutos antes del despegado. Nos acomodamos mientras los otros pasajeros
encontraron sus asientos. Entonces hubo
un aviso: iban a tomar una cuenta. Si
había puestos vacíos, admitieron a algunas personas más y cerraron la
puerta. Ya el avión podía partir a los
cielos. La narrativa del evangelio hoy
comienza con una experiencia semejante.
Cuando se entera de la
venida de los griegos, responde Jesús que ha llegado la hora de su
glorificación. Dirá más adelante que
cuando sea levantado, atraerá a todos a él.
Evidentemente los griegos representan la vanguardia de las muchedumbres
que vienen a Jesús. Ya es tiempo que él salva
al mundo. Nosotros vemos a todos
viniendo a Jesús en la catolicidad de la Iglesia. Hay católicos en todas partes del mundo,
desde Argentina a Siberia.
En la Iglesia nosotros
católicos somos llamados a participar en la nueva alianza que Dios ha forjado por
la muerte y resurrección de Su Hijo. El
profeta Jeremías habla de esta alianza en la primera lectura. Los judíos rompieron la alianza de Moisés por
olvidarse de la Ley escrita en piedra.
La nueva alianza se hace entre Dios y el nuevo Israel, ambos judíos y no
judíos que constituyen la Iglesia. La
ley de esta nueva alianza no será grabada en piedra sino en los corazones de
los fieles. En esta manera no se puede
olvidar. Es el trabajo del Espíritu Santo formando a los seguidores de Jesús
según su doctrina.
Pero la alianza nueva
no es lograda solo con enseñanzas e inspiraciones espirituales. Va a costar a Jesús la vida. Él ofrece la parábola de la semilla muriendo
en la tierra para describir su sacrificio.
Como la semilla tiene que ser desbaratada para producir fruto, así Jesús
tiene que dar su vida. No será nada
fácil sino cosa áspera, penosa, espantosa.
Siempre veraz, Jesús
no tiene vergüenza admitir el tumulto tomando lugar en su interior. Pero declara que no va a pedir al Padre que
se le quite esta ordalía. Sabe que Dios
le dio esta misión de su amor para el mundo.
Por eso, la va a cumplir. Es
cierto que en el Evangelio de Juan no vemos el dolor y la dificultad que Jesús
experimenta en su pasión como se ve en los Evangelios de Mateo y Marcos. Pero tenemos la segunda lectura como
testimonio de su sufrimiento. Dice la
Carta a los Hebreos que Jesús aprendió obediencia sufriendo para que él
produzca “la salvación eterna para todos”.
Un proverbio nos
cuenta que lo que pase al maestro, pasa también a sus discípulos. Como Jesús incurrió el desdén de los
malvados, tenemos que esperar el mismo tratamiento. Nos van a rechazar cuando insistimos, por
ejemplo, que la intimidad sexual fuera del matrimonio siempre es inmoral. No van a colgarnos de una cruz, pero
probablemente se burlarán de nosotros.
Cuando nos pase injusticias así, queremos acordarnos de la voz del Padre
en este evangelio: “’Lo he glorificado y volveré a glorificarlo’”. A nosotros también nos glorificará porque
hemos hablado la verdad.
Se dice que se simboliza
el Evangelio de San Juan con un águila porque el texto vuele muy alto. Más que en cualquier otro evangelio, Jesús en
este evangelio se presenta como hombre del cielo. Ahora tenemos que prepararnos a remontar las
alturas con él en los próximos dos domingos.
Estamos para verlo levantado alto en la cruz el domingo próximo. Entonces, lo veremos levantado más alto aún
en la Pascua de la resurrección.
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