VIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO
(Sabiduría 9:13-19; Filemón 9-10.12-17; Lucas 14:25-33)
La cuestión
del bautismo de niños se ha hecho controversial en diferentes épocas de la
Iglesia. En la iglesia antigua algunos
padres no querían bautizar a sus niños porque era probable que pecaran en su
juventud. Luego durante la Reforma
protestante algunos reformadores dijeron que no es válido el bautismo de niños
porque la persona tiene que hacer una decisión libre por Cristo. La Iglesia ha respondido a estos
planteamientos por decir tres cosas.
Primero, hay evidencia del bautismo de niños en el Nuevo
Testamento. Segundo, el bautismo les
entrega a los niños de las tinieblas del error a la luz de la gracia. Finalmente, en el bautismo los padres se
comprometen a criar a sus hijos en la fe.
Sin embargo, los que fueron bautizados como niños todavía tienen que
decidir por Jesús. Por eso, Jesús nos
reta a nosotros juntos con la gente siguiéndolo en el evangelio hoy. Nos dice Jesús: “’Si alguno de ustedes quiere
seguirme y no me prefiere … a sí mismo, no puede ser mi discípulo”.
Tenemos que
preguntarnos primero cómo puede Jesús hacer una declaración tan tajante. ¿Quién es él que tenemos que amarlo sobre
todas las otras cosas? ¿Está revelando
su naturaleza divina en esta declaración?
Puede ser, pero también es posible que esté identificándose con la lucha
contra Satanás. Es como si un
generalísimo pidiera a sus tropas que peleen por él para salvar la patria. O en este fin de semana quisiéramos poner
este ejemplo del mundo laboral. Es como
si un líder del sindicato fuera a pedir a los miembros que luchen por él para
ganar la dignidad del trabajador.
Entonces
Jesús avisa a sus seguidores que sean conscientes de lo que cuesta ser discípulo
suyo para que eviten aparecerse tontos.
Para los pobres de sus seguidores Jesús les da el ejemplo de un
campesino que antes de comenzar el proyecto calcula los gastos para construir
una torre de vigilia en su viña. Para
los ricos Jesús compara la preparación del discipulado a un rey que ve si tiene
las tropas para derrotar a otro rey antes de que lo ataque. En otras palabras, Jesús está retando a sus
seguidores que sean preparados para hacer sacrificios si quieren ser sus
discípulos.
Lo que San
Pablo pide a Filemón en la segunda lectura no es diferente. Pablo quiere que Filemón libre a su esclavo
Onésimo por motivo del servicio de Jesús.
Onésimo buscó a Pablo después de correrse de Filemón. Evidentemente podía ayudar a Pablo de modo
que Pablo quisiera conseguirle la libertad.
Filemón tiene que pesar su amistad con Pablo y tal vez su membresía en
la comunidad de Coloso con el costo de librar a Onésimo. Este costo será más que la pérdida de un siervo. Pues, si independice a Onésimo, probablemente
sus otros esclavos intentarán ganar su libertad por correrse a un apóstol.
El
evangelio hoy termina con Jesús declarando: “’…cualquiera de ustedes que no
renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo''. ¿Qué quiere decir con este dicho alarmante? ¿Tenemos que destituirnos para ser
cristianos? Pero no es así. La declaración significa que el discípulo
tiene que ser listo a renunciar sus posesiones cuando sea necesario. Como el campesino tiene que ser listo para
gastar sus ahorros y el rey tiene que ser listo para sacrificar sus tropas, el
discípulo tiene que prepararse sacrificar todos sus bienes si es
necesario. Tenemos varios ejemplos de
este tipo de sacrificio. Después de la
crucifixión José de Arimatea dio su propio sepulcro para enterrar a Jesús. Hace veinte años el hombre llamado “más rico
en el mundo” dio la mayor parte de su riqueza a la caridad. Hoy día la guerra en Ucrania ha revelado a
muchas familias dispuestas a abrir sus casas a los refugiados.
En la
película “Parque Jurásico” alguien comenta que la gente pagaría cualquiera
cantidad de dinero para ver una isla llena de dinosaurios. Tan interesante como sea eso, vale mucho más
heredar el Reino de Dios como un discípulo.
No deberíamos preocuparnos con algunos costos involucrados para
obtenerlo. Que fijémonos en el bien que
nos presentará el Reino de Dios.
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