EL VIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO, 21 de agosto de 2022
(Isaías
66:18-21; Hebreos 12:5-7.11-13; Lucas 13:22-30)
A lo mejor ustedes como yo tienen esta inquietud. Nos preguntamos lo que pasará con nuestros
parientes y amistades que fueron criados como católicos pero ahora no practican
la fe. Además, algunos viven en
relaciones siempre consideradas como pecaminosas. Sin embargo, conocemos a ellos como “buena
gente”. Prestan la mano a aquellos en
necesidad, y siempre hablan con sensatez.
Nos preguntamos como la persona que interroga a Jesús en el evangelio si
nuestros seres queridos se salvarán.
Tal vez deberíamos preguntar primero: ¿qué es la
salvación? Se usa este término tanto que
haya acumulado diferentes significados.
La salvación es la perfección de toda creación logrado por la acción de
Dios en Jesucristo a través del Espíritu Santo.
Se cumplirá solo al final de los tiempos. Sin embargo, se puede pensar
en ella como el cielo que tiene una existencia ahora. Cuando hablamos de la salvación personal,
estamos preguntando si un individuo va a participar en este gran triunfo de
Dios. Porque tendrá lugar después de la
muerte de todos viviendo ahora, podemos dirigirnos a la condición del alma cuando
fallece.
En el evangelio hoy Jesús parece dudar que muchos sean
salvados. Dice: “’Esfuércense entrar por
la puerta que es angosta… muchos tratarán de entrar (la salvación) y no
podrán’”. Antes del Vaticano II la Iglesia enfatizaba la dificultad de ser
salvado. Los católicos, si fuera
posible, habían de confesar, ser ungidos, y recibir la Santa Comunión antes de morir. Se decía que los protestantes tenían menos
posibilidad de salvarse porque no recibían los sacramentos salvo al
Bautismo. Y no se ofrecía casi ninguna
esperanza de la salvación a los no cristianos.
Existe una carta escrita por San Francisco Javier que ilustra este punto
dramáticamente. Laborando intensamente
en la India para convertir a los hindúes, el Santo escribió a San Ignacio
diciendo cómo querría recorrer las universidades de Europa. Les habría gritado a los estudiantes que su
preocupación de la ciencia en lugar de ser misionero estaba excluyendo multitudes
de hindúes del cielo y precipitándolos al infierno.
La postura de la Iglesia acerca de la salvación recibió una
nueva faz en Vaticano II. El Concilio
declaró que los no cristianos sí se pueden salvar. Si no conocen a Cristo por ninguna falta
propia, sinceramente buscan a Dios, y se esfuerzan hacer Su voluntad, pueden
participar en la salvación al final de los tiempos. Sin embargo, Vaticano II no
era tan optimista de la salvación de las muchedumbres como algunos piensan hoy
en día. El Concilio advirtió del engaño
del Maligno que despista a muchos en el camino de la salvación. Por eso, vio la
grande necesidad de la evangelización.
Los moralistas han propuesto algunas consideraciones sobre
la libertad que afecta la salvación.
Dicen que la libertad para hacer una decisión por la cual la persona es
plenamente responsable siempre es limitada.
Vale dar un ejemplo aquí. Si la
persona es abusada por un sacerdote como niño, es posible que él o ella tenga
tanto temor de la Iglesia que no pueda acudir a ella cuando crezca. Sin embargo, no se puede usar este
razonamiento como pretexto para evitar la responsabilidad de todo pecado. Como indica la segunda lectura, Dios puede
estar usando experiencias malas como correcciones de la conducta.
Es mejor que no presumamos que la misericordia de Dios
permita que todos entren la gloria al final de los tiempos. Más bien que esforcémonos
a cumplir tres objetivos. En primer
lugar, que recemos por aquellos que no se aprovechen de los sacramentos. Deberíamos pedir a Dios que los despierte al
hecho que se encuentre Su amor primariamente en la Iglesia. Al mismo tiempo queremos contarles de la
eficacia de los sacramentos. En segundo
lugar, que trabajemos entrar el cielo por la puerta angosta como testimonio de
la verdad del mandato de Jesús en el evangelio hoy. Finalmente, que apoyemos las misiones, sean
en países extranjeros o la obra de la nueva evangelización. El mundo entero
necesita no solo la buena nueva del amor de Dios sino también guías para
responder a ello apropiadamente.
La primera lectura hoy nos asegura que la salvación es para
el mundo entero. Como prevé Isaías, al
final de los tiempos habitantes de todas las naciones se acudirá la ciudad de
Dios. Pero esta visión no nos da
licencia de pensar que nosotros seamos automáticamente salvados. No, la salvación, siempre resultado de la
misericordia de Dios, requiere también nuestros propios esfuerzos.
Para la reflexión: ¿Cómo veo yo al Maligno engañándome hacer
pretextos por mis culpas?
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