EL SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
(Isaías 40:1-5.9-11;
II Pedro 3:8-14; Mark 1:1-8)
Imaginémonos por un
momento que es el medio del primer siglo.
Vivimos cerca Roma y somos miembros de una comunidad de cristianos. Hemos sufrido mucho en los últimos años. Primero nos persiguieron por haber puesto al
fuego la ciudad. Era mentira, pero la
persecución causó la ejecución de muchos hombres, incluso a los santos Pedro y
Pablo. Ahora las autoridades nos
amenazan que vayan a buscarnos si no renunciamos la fe.
Entonces el erudito de
la comunidad – un tal Marcos -- anuncia que ya es cumplido su libro. Llama su obra “euangelion” que
significa “evangelio” o “buena nueva”.
La palabra nos recuerda de lo que dice el profeta en la primera lectura
hoy. Dios le dirijo que anunciara a
Israel “noticias alegres”. En nuestro
caso la “buena nueva” para anunciarse es Jesús, el cristo. Él ha sido ungido para establecer el reino de
Dios. Marcos llama a Jesús también “el Hijo de Dios”. Pero ¿qué quiere decir este término? ¿No es
que toda persona humana sea “hijo de Dios”?
Sí es cierto, pero Jesús tiene una relación más cercana a Dios que
cualquier otro humano. Es el que ha
sufrido la muerte en obediencia perfecta a Dios Padre. También significante es que Dios lo resucitó
de entre los muertos. Ahora lo esperamos
para salvarnos del peligro en que nos hallamos.
El evangelio leído en
la misa hoy comprende los primeros versículos del Evangelio según San Marcos. Interesantemente no destacan a Jesús sino a
Juan Bautista. Juan tiene tan gran fama
que gentes vengan de lejos para escucharlo.
Le preguntan si él es el mesías que todo Israel ha esperado. Pero su mensaje es claro. Él no es el esperado sino su precursor. Tan importante como Juan sea, él no puede
comparar con el que viene. Es como un
gatito en comparación con un tigre o una velita en comparación con el sol.
Dice Juan que cuando
venga, el esperado bautizará al pueblo con el Espíritu Santo. Este fortalecerá al pueblo con la
santidad. Fortalecidos con el Espíritu,
los cristianos del primer siglo enfrentarán la muerte sin abandonar la fe en
Jesús. El Espíritu nos fortalece para
otro tipo de testimonio. Nos dará la
caridad para amar a todos, aun a aquellos que nos desprecian.
Como Israel esperando
a su libertador y como la comunidad de Marcos esperando a su salvador, nosotros
hoy día esperamos a Jesús. Contamos con
él para aliviar los abusos amenazando nuestro mundo. El papa Francisco ha nombrado los abusos “las
sombras de un mundo cerrado”. Entre otros
el papa ha enumerado el regreso a los prejuicios del pasado. Ahora muchos son más concentrados en reclamar
la superioridad de su propia raza, nación, y religión que buscar la unidad de
todos pueblos. También el papa lamenta el
tratamiento de personas humanas como descartables. Tiene pensados el rechazo de los inmigrantes,
el aborto de los bebés, y el desprecio de los ancianos.
No esperamos a Jesús
sólo para justificar nuestro horror en estas cosas. Hay algo mucho más grande en juego. Queremos que él muestre que el camino a la
paz pase por el reconocimiento a todos como hermanos. Esto nos lleva a nuestra esperanza este
Adviento: que todos los pueblos colaboren para renovar el mundo.
Por un año entero
vamos a estar leyendo de este Evangelio según San Marcos. Vamos a escuchar las palabras poderosas de
Jesús consolándonos en apuro. Vamos a ver
cómo sus discípulos, como a nosotros mismos, lo malentienden y fallan. Vamos a atestiguar a él entregando todo, aun en
un sentido la cercanía con Dios Padre, por nosotros en la cruz. Como todos los evangelios, lo que escribió
Marcos tiene sus propios propósito y belleza.
Vale la pena venir todo domingo para escucharlo.
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