La Natividad del Señor
Si nos preguntan sobre la Navidad de 2010 o 2012, nos
rascaremos la cabeza tratando de recordar. Especialmente a medida que
envejecemos, la mayoría de las Navidades se parecen igual. Enviamos saludos a
los amigos. Venimos a misa en Nochebuena. Intercambiamos regalos con la
familia. Cenamos pavo o jamón. Pero esta Navidad será recordada por mucho
tiempo. Hemos comprado regalos por el Internet. Nos ponemos máscaras al entrar
a la iglesia. No podemos unirnos como una familia numerosa.
En realidad, todo este año ha sido como ningún otro, al
menos en nuestra memoria. El mundo se cubrió de la pandemia de Covid-19. Muchas
personas perdieron sus trabajos y muchos estudiantes se quedaron fuera de la
escuela. El virus ha tomado más de un millón de vidas y ha presionado
gravemente la atención médica. Todos se han sentido frustrados al verse
restringidos, de una forma u otra, a sus hogares. Por todo esto, muchos nombran
a la ciencia como nuestra salvadora.
La ciencia le ha dicho a la gente cómo evitar la infección.
También ha producido una vacuna que probablemente disminuirá la duración de la
pandemia y salvará muchas vidas. Más que nunca, la gente confía en que la
ciencia satisfará todas las necesidades humanas más allá de la pandemia.
Algunos incluso creen que eventualmente la ciencia vencerá a la muerte misma.
Pero tal confianza en la ciencia no está justificada.
La ciencia ha hecho la vida más cómoda, pero no puede
quitarnos el pecado, nuestra mayor carga. El pecado crea odio y egoísmo. Hace
que las personas se lastimen unas a otras y luego las hace lamentar lo que han
hecho. El pecado hizo que el oficial de policía blanco en Minnesota se
arrodillara sobre el cuello de su sospechoso afroamericano hasta que murió. El
pecado hace que muchos hoy olviden sus compromisos con sus familias en la
búsqueda del placer. El pecado sugiere que la ciencia encontrará una manera de
que la gente viva para siempre cuando la ciencia misma muestre que eso es
imposible.
Nuestra salvación no está en la ciencia, sino en aquel en cuyo
nacimiento nos regocijamos hoy. Jesús nos ha enseñado cómo evitar el pecado.
Debemos prestar atención a sus lecciones. Más que eso, sin embargo, Jesús murió
en la cruz, un espectáculo para que todo el mundo lo vea y reflexione. Era
perfectamente inocente, pero murió víctima del orgullo y los prejuicios.
Deberíamos ver en las fuerzas que provocaron su muerte, el orgullo de los
líderes judíos y la indiferencia del magistrado romano, nuestros propios
pecados y arrepentirnos de ellos. Podemos estar seguros del perdón de Dios
porque resucitó a Jesús de entre los muertos. También podemos esperar nuestra
resurrección porque nos hemos asociado con Jesús.
Hoy celebramos la venida de Jesús entre nosotros. Querremos
mantener una distancia segura de aquellos con quienes no vivimos. Pero
deberíamos cantar juntos "Noche de paz, noche de amor ". Es una noche
maravillosa porque el salvador, a quien nuestros antepasados vieron y tocaron,
nos ha librado del pecado y la muerte.
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