Homilía para el domingo, 10 de mayo de 2009

El V Domingo de Pascua

(Hechos 9:26-31; I Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)

Es fácil ver por qué consideramos a Dios como varón. Si la experiencia principal de los hebreos hacia Dios es el éxodo, Dios tiene que parecer como un Napoleón humillando a sus enemigos. Hoy en día muchos se vuelven a Dios como un patrón sacándolos del cualquier apuro en que se encuentren a cambio de su lealtad.

Pero ¿no es el amor de Dios más como aquél de una madre? No lo dudo. Aunque no es así en todos casos, pensamos en el amor de la madre tan profundo como una manantial que jamás se esfuma de soltar aguas refrescantes. El presidente Barack Obama cuenta de su madre así. Dice que cuando era niño, su mamá le despertaba a las cuatro de la mañana para revisar sus tareas de esquela. Cuando él se quejó, ella le respondió, “Eso no es una merienda para mí tampoco, fulano.” Así Jesús describe a su Padre en el evangelio. Jesús es la vid que nos nutre con la gracia de su Padre en tiempos buenos y tiempos malos. Si nos quedamos cerca de él, vamos a recibir todo lo necesario para florecer como personas humanas.

Otro aspecto del amor de Dios es su capacidad de perdonar. No existe pecado tan grande que el amor de Dios no pueda arrasar como un edificio en un terremoto de 7.5 grados. Sí, tenemos que pedirle perdón por el pecado con la firme promesa de no volver a cometerlo. Pero no hay ninguna razón a dudar Su voluntad para vernos caminando justos. Dice San Juan en la segunda lectura, “…delante de Dios tranquilizaremos nuestra conciencia de cualquier cosa que ella nos reprochare, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y todo lo conoce.” Muchos nosotros conocemos a nuestras madres así indulgentes. Una vez una niña se cayó en el lodo manchando su vestido. Fue llorando a su mamá pidiendo perdón. La madre le consoló, “No te preocupes, mi hija, te amaría si cayeras mil veces.”

El amor de la madre también es en muchas maneras sabio. Nos enseña lo que tiene prioridad sobre todo lo demás. Se propone una forma de esta prioridad en la segunda lectura donde San Juan nos dice: “…que creamos en la persona de Jesucristo…y nos amemos los unos a los otros.” Porque ama a sus dos hijos sabiamente, una mujer no católica les lleva a la doctrina y la misa semanal aunque su marido católico, el padre de los niños, usualmente no les acompaña.

Hoy saludamos a nuestras madres no sólo porque nos enseña de Dios sino porque nos refleja Su amor. Sí, nos damos cuenta de que no son perfectas. A veces su deseo para vernos exitosos parece como aguas caudalosas que nos va a ahogar. A veces su preocupación nos prohibiría a experimentar nuevas vistas. A veces su indulgencia olvida la necesidad que nos arrepintamos de nuestros vicios. Sin embargo, han sido por nosotros como espejos mostrándonos la grandeza, la misericordia, y la sabiduría del amor de Dios. Sí, nos han sido espejos de Dios.

No hay comentarios.: