El domingo, 24 de enero de 2010

III DOMINGO ORDINARIO, 24 de enero de 2010

(Nehemías 8:2-4.5-6.8-10; I Corintios 12:12-30; Lucas 1:1-4.4:14-21)

Indonesia es un país muy pobre. El ingreso por persona allá es sólo un poco más que una tercer parte de aquello de México. Aunque Indonesia es mayormente musulmana, tiene muchos pueblos cristianos. En un tal pueblo en la isla de Sumatra el turista ve varias iglesias. Le parece extraña la situación porque cada una es de diferente género cristiano. En una esquina queda la iglesia católica; en otra, la iglesia presbiteriana; en otra, la luterana; en otra, la reformada; y cosas por estilo. Se pregunta el turista a sí mismo, “¿No es triste que esta gente tan pobre no pueda cooperar entre sí en lugar de gastar tanto dinero en edificios?”

No sólo en Indonesia y en el tiempo actual la división entre cristianos causa escándalo. En el evangelio el Señor Jesús reza por la unidad entre sus discípulos. Jesús pide al Padre, “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17,21). Sin embargo, desde casi el principio del Cristianismo han existido varias sectas cristianas. En la historia ha habido masacres entre diferentes grupos de cristianos como la que hicieron los católicos contra los hugonotes en Francia. Hoy en día sigue la desconfianza y el sospecho entre las diferentes ramas de Cristianismo. Algunas sectas, por ejemplo, hablan del “culto de María” de los católicos como si la Iglesia pusiera a la Virgen al nivel de Dios.

En la segunda lectura san Pablo exhorta a los cristianos de Corinto que colaboren mejor entre sí mismos. Se dirige a los diferentes grupos que componen la comunidad – los judíos, los griegos, los esclavos, los ricos, los cultos, y los no educados. Pide que todos reconozcan cómo han sido bautizados por el mismo Espíritu para formar una unidad orgánica. Según el apóstol, como los miembros de un cuerpo, todos cristianos tienen que cooperar para que funcione el organismo de fe. Nosotros podemos decir también que seríamos funcionalmente ciegos sin educadores, usualmente mujeres, enseñándonos la doctrina. Y seríamos, en una manera, mudos sin los directores de coro, a veces hombres, entrenándonos a cantar.

Hace quince años el papa Juan Pablo II publicó una carta encíclica sobre la unidad cristiana. Dijo que la reunificación del cristianismo no es sólo un apéndice para la Iglesia, como por ejemplo la organización de peregrinajes a Roma. Más bien, es una responsabilidad prioritaria. Porque Jesús encargó a Pedro a fortalecer a sus hermanos en la fe (Lc 22,32), Juan Pablo consideraba que se le incumbía a él encabezar los esfuerzos ecuménicos. No obstante, él reconoció cómo es precisamente el cargo del papa que causa dificultad para otros cristianos. Por eso, muy valientemente expresó su voluntad para adoptar formas nuevas y adecuadas del ministerio de Pedro para que se cumpliera la llamada unidad.

Podemos apoyar el camino de la reunión entre los cristianos en al menos tres modos. En primer lugar, que recemos por la unidad, no sólo en la misa durante la semana de la unidad cristiana sino también con otros géneros de cristianos a través del año. Segundo, que dialoguemos con otros cristianos sobre las creencias y prácticas. Ciertamente vamos a encontrar diferencias. Sin embargo, hay mucho en común particularmente las Escrituras en que basamos nuestra fe. Finalmente, que colaboremos con personas de otras iglesias y de otras religiones para fomentar un mundo mejor. De hecho, a menudo es durante el servicio común en un refugio para los desamparados o en un comedor para los hambrientos cuando rezamos con mayor fervor y dialogamos con menor desconfianza.

Somos acostumbrados a pensar en la Iglesia como el cuerpo de Cristo como san Pablo escribe en la segunda lectura. Pero no es la única analogía que podemos utilizar para describirla. La Iglesia también es como la nave de Cristo llevando a sus pasajeros a la vida eterna. También es como el coro de Cristo compuesto por una sección de altos, otra de bajos, otra de tenores, y otra de sopranos. Las divisiones en el Cristianismo lo causan sonar como si las diferentes secciones no oyeran uno y otro. Nos hace falta el Espíritu Santo como director del coro para hacer la harmonía. Nos hace falta el Espíritu Santo.

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