El domingo, 4 de enero de 2015



LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2:1-12)

Sabemos que hay miles de millones de estrellas en el universo.  Y cada rato se descubren nuevas.   Por eso no se puede poner nombres a todas.  Sin embrago, existen registros que nos ponen el nombre de un querido ser a una estrella.  Por un precio – no tanto, más o menos triente dólares – estos servicios nombrarán una estrella “María”, “José” u otra cosa.  También nos enviarán la papelería para colocar la estrella en los cielos.  En el evangelio hoy encontramos a los magos foráneos siguiendo la estrella que identifican como la del “Rey de los Judíos”.

No es la primera vez en las Escrituras que se menciona esta estrella.  En el libro de Números el vidente Balam la ve cuando los israelitas se preparan para entrar la Tierra Prometida.  Balam asocia la estrella con el gran rey David, que unirá todas las tribus de Israel.  Los judíos después de David asociarán la estrella con el Mesías, su descendiente ungido para llevar la nación a la grandeza eterna.  Por lo tanto el evangelista Mateo escribe la historia de los foráneos siguiendo la estrella que señala el camino a Jesucristo.

Como en el caso de los magos, nuestra meta en el año nuevo es Jesús.  Queremos ser cambiados por él en personas justas.  En su homilía navideña el papa Francisco describió a Jesús como la ternura de Dios.  Dijo que no importa tanto que busquemos a él sino que nos dejemos ser abrazados por él. En otras palabras, que lo dejemos amarnos. Pues, su amor como el amor de dos padres en la niñez nos hace confiados que el camino recto nos lleve a la felicidad.

En la lectura la estrella no puede llevar a los magos directamente a Jesús.  Cuando se desaparecen los cielos, los magos tienen que consultar a los judíos. Los judíos en torno revisan las Escrituras para saber el lugar del nacimiento del Mesías.  De esta manera el evangelista nos señala cómo encontrar a Jesús.  Tenemos que estudiar la Biblia, particularmente los evangelios, para conocerlo.  San Jerónimo, el gran experto bíblico de la antigüedad, dijo: “El desconocimiento de la Escritura es el desconocimiento de Cristo”. 

Sin embargo, aun el conocimiento de Jesús no es suficiente.  En la lectura los magos al encontrar a Jesús lo adoran ofreciéndole regalos preciosos.  Es una muestra de sometimiento digno sólo de Dios.  Aproximamos este acto cuando entregamos nuestro tiempo, talento, y tesoro por él.  Sólo por este tipo de vaciarnos que él nos pueda llenar de su amor.  Unas mujeres tienen un ministerio en la prisión federal.  Cada mes entran para compartir la oración con las internadas.  Poco a poco se forman comunidades de fe entre las prisioneras tanto en inglés como en el español.


Hay una pintura del Renacimiento del niño Jesús en el regazo de su madre.  El rey Gaspar con sus manos juntadas se arrodilla ante los dos.  María sostiene en su mano izquierda un copón llena de monedas del oro que ha traído el rey.  El copón es la vasija usada en la iglesia para guardar las hostias.  El niño extiende una moneda al rey como si fuera la hostia.  En esta pintura se muestra el significado de la celebración hoy.  Los reyes representan a nosotros viniendo a misa para encontrar al Señor Jesús.  Traemos nuestros regalos de tiempo, talento, y tesoro. Pero no valen nada en comparación de lo que Jesús nos ofrece.  Nos da su cuerpo y sangre – su vida verdadera – para que nos hagamos en gentes como él.  Nos da su cuerpo en la misa para que nos cambiemos como él.

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