El domingo, 19 de agosto de 2018


EL VIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO

(Proverbios 9:1-6; Efesios 5:15-20; Juan 6:51-58)

Un profesor de medicina contó esta historia del caroteno, el nutriente que da a las zanahorias su color anaranjado.  Dijo que una vez le visitó una familia orgullosa que había estado diligente en su consumo de zanahorias.  Pensaba el padre de la familia que cuantas más zanahorias come la persona, mayor es el valor nutritivo recibe.  Entonces cuando llegaba a la casa del profesor, ¡la familia lucía del color anaranjado!  A veces nos hacemos como la comida que consumimos.  Esto es ciertamente el caso de la Eucaristía de que Jesús habla en el evangelio de hoy.

El pasaje muestra a los judíos como perplejos acerca de la declaración de Jesús.  Dice que va a darles su carne a comer. “¿Cómo…?” responde la gente.  Este interrogante ha resonado por veinte siglos en todas partes del mundo.  Sin embargo, Jesús no se dirige a la cuestión.  Sólo insiste en la eficacia de su carne que ofrece como comida.  Dice: “’Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes’”. 

Es su vida que el consumo de su carne produce.  Aquellos que la tomen se hacen como él.  No se derrotarán por las fuerzas nefarias de la vida actual.  Más bien muestran el mismo dominio del yo y empeño por los demás que caracterizan la historia de Jesús.

La segunda lectura de la Carta a los Efesios advierte: “No se embriaguen”.  Quiere que los lectores eviten todas formas de adicciones por el dominio del yo.  Un artículo de revista reciente muestra cómo las adicciones minan la salud de ambas el cuerpo y el espíritu.  Una joven del barrio pobre se ha puesto extremamente obesa por el apetito para la comida rápida.  Su peso ha fomentado otros problemas médicos como la diabetes y la apnea del sueño.  Con estas condiciones encima de una infancia turbulenta la mujer no ha podido enfocar en sus estudios y consecuentemente ha perdido la oportunidad de seguir una carrera.  Ya se va de ilusión a ilusión – un día, un nuevo empleo; otro día, un hombre que le mostró interés en ella – siempre fracasando en alcanzar su objetivo.  Como resultado se siente decepcionada y confundida.

Tomando la carne de Jesús el cristiano hace un pacto con él. Promete seguir sus enseñanzas particularmente el mandamiento de amar a los demás cómo él ha amado.  Por su parte Jesús provee las ayudas necesarias, particularmente el discernimiento y la determinación del Espíritu Santo.  Aunque sea incomprensible a algunos, este pacto lleva al cristiano a una vida ambas digna y satisfactoria.  Produce otro beneficio aún más llamativo.   Como es su vida que ofrece Jesús con su carne, los que la consuman participarán en la eternidad.  La muerte no va a terminar la trayectoria de su existencia.

En la primera lectura la sabiduría pide: “’ Vengan a comer de mi pan y a beber del vino…’”  Ahora Cristo nos hace a todos nosotros la misma petición.  El pan eucarístico es su carne que nos nutre con la vida eterna.  El vino eucarístico es su vida con que dominamos el yo.  Vengámonos a participar en su oferta.

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