Homilía para el domingo, 5 de agosto de 2007

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario

(Colonsenses 3)

Una pintura de la historia del camino a Emaús llama mucha atención. Muestra, naturalmente, Jesús platicando con dos de sus discípulos en el sendero. Pero las tres figuras ocupan sólo una pequeña porción de la obra. Más dominante es la naturaleza. Los árboles oscuros y los cielos brillantes empequeñecen a los humanos. La pintura nos comunica la idea que el cristianismo va a comenzar como movimiento chico dentro de un mundo inmenso. En la segunda lectura Pablo pone a todos nosotros en el lugar privilegiado de los dos discípulos de Emaús.

Cristo ha resucitado de la muerte. Ya vive en lo alto, libre de las amenazas del pecado. Sin embargo, es accesible a nosotros. Pablo nos urge que lo acompañemos. Lo hacemos cada cuando pongamos a lado comportamientos viles para tomar comportamientos suavecitos. Eso es, nos juntamos a Cristo cuando dejamos chismes, jactancias e insultos para decir cumplidos, agradecimientos, y disculpas.

El primer paso del acompañamiento consiste de quitarnos de los vicios. Los pecados habituales nos pegan como pulgadas a un perro. Dentro de poco no sólo nos molestan a nosotros sino también a todos nuestros asociados. Porque las pasiones sexuales nos agarran como ningún otro, Pablo coloca los pecados que causan primeros en su lista de vicios. Lo prohibido incluye el adulterio (el acto sexual hecho por una persona casada con otro que no es su esposo o esposa) y la fornicación (la unión carnal entre dos personas no casadas). También es pecaminosa la avaricia para cosas. Pablo llama la avaricia una forma de idolatría porque nos hace pensar que un televisor con pantalla plana o un SUV va a hacernos felices.

En lugar de seguir llevando los vicios, Pablo exhorta que nos revistamos con el nuevo yo. Y ¿qué es este “nuevo yo”? No es un nuevo ropero con la marca Calvin Klein sino una nueva consciencia de vivir por el amor de Cristo. Somos de él desde que hemos sido bautizados en su muerte. Por eso, en lugar de ponernos como número uno, buscamos la paz entre la gente.

Tomamos un ejemplo de la vida de Santo Domingo, cuya fiesta celebramos este miércoles. Cuando era joven estudiante, Domingo copiaba los apuntes de su profesor en sus pergaminos con los pasajes bíblicos. De esta manera tuvo para sí mismo un tesoro de sabiduría. Pero Domingo no estaba contento con la riqueza cuando vio mucha gente muriendo de hambre en la ciudad. Entonces vendió todo lo que tenía aún sus pergaminos preciosos para socorrer a los pobres. ¡De hecho, quería venderse a sí mismo como esclavo para ayudar a los hambrientos!

No, nosotros no tenemos que dar vía nuestro carrito o nuestra casita. Pero ¿qué podemos hacer para vivir por Cristo? ¿Conocemos a un anciano solitario a quien le gustaría una llamada telefónica? ¿Hay un amigo con quien hemos discutido en el pasado sin jamás haber reconciliado? ¿Existe una familia sin recursos a la cual hemos pensado llevar una dispensa? Por el amor de Cristo que no esperemos más en extendernos a estas personas.

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