XXII Domingo de Tiempo Ordinario
(Lucas 14)
Parece como un paso adelante. Sin embargo, vale un segundo vistazo. Los trabajadores están ganando más plata que nunca. Sin embargo, han tenido que trabajar más horas por semana también. La vida es siempre un reto de balancear el tiempo en el trabajo y el cuidado de la familia, los esfuerzos para mejorar la sociedad y el descanso para mantener la salud.
Nosotros somos un pueblo trabajador. Siempre trabajamos no sólo para ganar la vida sino también para mantener el equilibrio. Sin el trabajo la vida se volvería estéril como tierra sin agua. No somos como Peter Pan, el muchacho mítico que rechazó a crecerse. No, anticipamos una carrera para realizarnos en el mundo. Aún personas retiradas buscan trabajo voluntario para que no desgasten todo su tiempo mirando la tele.
El evangelio no toca directamente el tema del trabajo. Tiene que ver con el comportamiento de cristianos en la sociedad. Sin embargo, desde que participamos en la sociedad mayormente por el trabajo, podemos leer el pasaje tomando en cuenta nuestra labor.
El pasaje contiene dos partes. Jesús aconseja a los huéspedes que no ocupen los primeros asientos y se dirige a los anfitriones que inviten a los necesitados a sus casas. La primera parte nos recuerda a ser humildes y la segunda, a ser compasivos. ¿Cómo podemos aplicar la humildad y la compasión a nuestras vidas laborales?
Algunos piensan que su trabajo valga simplemente porque lo hacen. Eso es la falta de humildad. Pues, la verdadera humildad no es menospreciar a nosotros sino apreciar justamente lo que seamos y lo que hagamos. Un hombre cumplido cuando trabajaba en la fábrica siempre firmaba el artículo con, dijo él, “orgullo.” Eso es, hizo su mejor para rendir un producto de calidad. Al menos en este caso el orgullo no se opone a la humildad sino la apoya. Rendimos productos de calidad cuando desarrollamos nuestra capacidad por la educación, el entrenamiento y la experiencia. También es necesario que nos fijemos en lo que hacemos. Por supuesto, tenemos que dejar a otras personas el juicio de calidad. Sin embargo, cuando desarrollemos la capacidad y trabajemos con la atención, a lo mejor nos van a promover a los altos puestos.
Aunque todo trabajo justo mejora el mundo, la mayoría de la gente trabaja en primer lugar para los frutos económicos. El trabajo nos provee frijoles, techo, y cuidado médico para seguir adelante. Sin embargo, los frutos del trabajo no son exclusivamente para nuestro propio bien. Son los medios con que cumplimos las obligaciones a la familia y también a los necesitados. Algunos no pueden trabajar sea por falta de salud, por falta de empleo, o por tener a un pariente en casa enfermo. Nuestro apoyo a estos pobres asegura dos cosas: no les falten a ellos lo básico en el mundo y no nos falte a nosotros un lugar en el cielo.
A veces nos critican a nosotros cristianos de divorciar el lunes del domingo. Eso es, no vivimos durante la semana la fe que profesamos en la misa dominical. Podemos superar esta crítica por aplicar el evangelio hoy cuando volvemos al trabajo. Que seamos humildes de modo que tomemos orgullo en nuestra labor. Y que utilicemos parte de los frutos del trabajo para cumplir nuestras responsabilidades hacia los pobres.
Predicador dominico actualmente sirviendo como rector del Santuario Nacional San Martín de Porres en Cataño, Puerto Rico. Se ofrecen estas homilías para ayudar tanto a los predicadores como a los fieles en las bancas entender y apreciar las lecturas bíblicas de la misa dominical. Son obras del Padre Carmelo y no reflejan necesariamente las interpretaciones de cualquier otro miembro de la Iglesia católica o la Orden de Predicadores (los dominicos).
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