Homilía para el domingo, 11 de noviembre de 2007

XXXII DOMINGO

(Lucas 20:20-38)

Estaban estudiando la moral. El tema volvió a la asistencia a la misa dominical. "Es una obligación seria," dijo el maestro tratando de enfatizar su importancia. Pero algunas personas quedaban inquietas con esta declaración. "¿Qué pasaría si uno no asiste?" le desafiaron, “¿Comete pecado mortal?" Así encontramos a los saduceos en el Evangelio.

Los saduceos creen que sólo la Ley, los primeros cinco libros de la Biblia, contiene la palabra inspirada de Dios. Porque estos libros no se remiten a la resurrección de los muertos, los saduceos niegan su existencia. Algunos se acercaron a Jesús con voz suave, "Maestro" dicen como si quisieran aprender del Señor. Sin embargo su pregunta es como un gusano sobre un anzuelo. Intenta a burlarse de Jesús porque él cree en la resurrección.

La historia que cuentan los saduceos es una farsa. ¿Quién jamás ha escuchado de una mujer casándose con siete hermanos seguidos? Jesús les señala el error a los saduceos. Ellos tienen un concepto equivocado de la resurrección. No va a ser el placer de la cama sino la felicidad de conocer a Dios. Los resucitados no se casan porque su relación con Dios completamente cumple sus deseos.

Finalmente, Jesús les ofrece a los saduceos prueba para la resurrección del mismo Ley. Se refiere al pasaje que habla del Señor como Dios de Abraham, Isaac, y Jacob. Si estos patriarcas ya no tienen existencia, el Señor no es su protector y salvador, en otras palabras su “Dios.” Pero es patente que las Escrituras dicen que sí es su Dios. Entonces viven resucitados los patriarcas.

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