Homilía para el domingo, 21 de octubre de 2007

Para las lecturas del Domingo Mundial de las Misiones (una homilía para el XXIX Domingo del Tiempo Ordinario sigue)

(Marcos 16:15-20)

Una vez un misionero regresó a su patria después de muchos años en Bangla Desh. Bangla Desh es un país mayormente musulmán cuya gente casi nunca convierte al Cristianismo. Cuando le preguntaron al misionero cuántas personas convirtió él en su tiempo allá, él respondió, "ni uno." Los preguntadores quedaban atónitos. Entonces el misionero recapacitó: “Bueno,” dijo el, “hice una conversión; yo me convertí en mejor cristiano.”

Puede ser sorprendente aún escandaloso que misioneros en tierras ajenas no logran conversiones. Sin embargo, convertir a la gente no es necesariamente el primer objetivo de su ida. Sobre todo los misioneros actuales quieren llevar a todos el amor de Dios. Como siempre, el amor consiste no tanto en palabras de la boca sino en obras de servicio. Cuando las Misioneras de Caridad dan a los enfermos de SIDA en Honduras un lugar donde pueden morir con dignidad, ellos muestran el amor de Dios. Cuando la Universidad Católica de Belén abre sus puertas a todos – cristianos, musulmanes, y judíos – muestra el amor de Dios.

Por supuesto, los misioneros no deben rehusar a nadie que quiera convertirse. Creemos que la salvación viene en primer lugar por declarar la señoría de Jesucristo. Por eso, mostramos el mejor amor cuando pasemos la fe a otras personas. Sin embargo, el Espíritu Santo puede convertir los corazones de gentes sin poner el nombre de Jesús en sus labios. Por eso, en el Viernes Santo no rezamos que los judíos se conviertan en cristianos sino que consigan “en plenitud la redención.” Es una diferencia sutil pero importante para los misioneros que trabajan entre pueblos con religiones tan arraigadas como el Judaísmo y el Islam.

En este Domingo Mundial de las Misiones nos preguntamos, ¿cómo podríamos nosotros apoyar a las misiones? Dos modos se nos presentan pronto. Podríamos ayudar a las misiones con nuestros pesitos. Aunque sean de poca cantidad, multiplicados por aquellos de muchas personas nuestros aportes se hacen en una suma sustancial. Nosotros dominicos tenemos a frailes misioneros en Centroamérica y en África. De hecho, somos aquí en Mexicali como proyecto misionero. Nuestras Hermanas Dominicas de la Doctrina Cristiana han formado una misión educativa y médica en la República africana de Guinea Ecuatorial. También podríamos rezar por las misiones no sólo ahora sino todos los días. Santa Teresa del Niño Jesús se hizo la patrona de misiones porque ella rezaba constantemente por los misioneros.

Existe un tercer modo para apoyar las misiones. Podríamos hacernos misioneros. No es necesario que dejemos nuestro pueblo para cumplir este propósito. Hay muchos ancianos solos que necesitan un saludo del amor cristiano. Hay muchas muchachas andando perjudicadas por pleitos en la casa que se aprovecharían de unas palabras sensatas por una vecina. En Cristo podríamos salir a tales personas llevando el amor de Dios.


XXIX Domingo de Tiempo Ordinario

(Lucas 18)

¿Hay experiencia religiosa más básica y, a la misma vez, más misteriosa que la oración? Oramos todos los días. Oramos a Dios en la misa renovando el sentido que formamos con gentes de todas partes Su pueblo. También, oramos en privado para fortalecer nuestra relación personal con Dios. ¿Y que exactamente queremos lograr con la oración? ¿Podemos esperar que Dios cambie su disposición hacia nosotros? O ¿es nuestro propósito solamente que transformemos nuestra actitud de autosuficiencia a humildad ante el Señor del universo? Bueno, en el Evangelio de hoy, Jesús nos ayuda con estas preguntas.

Jesús nos dice con parábolas que debemos orar continuamente. Primero, cuenta de un juez lo cual “ni temía a Dios ni le importaban los hombres”. En otras palabras, hace lo que le dé la gana para beneficiar a sí mismo. Jesús no compara a Dios a este tunante. Más bien, explica que si un oficial corrupto puede cambiar su disposición ante una persona importuna, con mucho más apertura le escucharía Dios a una hija fiel.

Aunque el Señor no refiere a Dios como un juez severo, a veces nosotros lo imaginamos así. Se nos dirigimos a Él sólo con oraciones formales, careciendo de sentimiento. Pensamos que a Él no le importamos. Nos miramos a nosotros en relación con Él como muchos niños ven a sus padres padrastros. Pero esto no es el Dios que Jesús nos revela. Al contrario, Jesús nos hace un retrato de Dios compasivo como un viejo a su hijo extraviado por años, y amoroso como una mujer preparando tortillas para la mesa familiar.

El personaje central de este evangelio es la viuda. Aunque sea vieja y arrugada, a ella debemos emular. Ella no acepta la opresión pasivamente sino lucha como un comando para sus derechos. Tampoco capitula ante un funcionario tan duro como mármol, sino lo sigue molestando como un taladro con mecha de acero. Con tanta insistencia debemos orar a Dios nunca dejándonos por vencidos sino siempre creyendo que el auxilio está ya en marcha. La oración incesante nos transformará en gente sensible a la voluntad para Dios. Con este tipo de oración siempre podremos discernir su mano extendida para salvarnos, venga lo que venga.

Jesús termina su parábola con una pregunta extraña. Interroga si el Hijo del hombre va a encontrar la fe en la tierra cuando vuelva. Parece que Jesús tiene en cuenta precisamente nuestros tiempos cuando un número creciente no acude a Dios para la salvación. En lugar de ir a la misa, ellos buscan la salvación en las modas de Abercrombie y Fitch. Por eso, la pregunta de Jesús indica la mejor definición para la oración: es la fe hablando. Cuando oramos, exponemos nuestra fe en Dios como nuestra Salvador.

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