Homilía para el 17 de Febrero

El Segundo Domingo de Cuaresma

(Mateo 17:1-9)

Encontramos a Jesús subiendo a un monte con Pedro, Santiago, y Juan. Es una compañía privilegiada pero hay campo para nosotros. Si estamos dispuestos a unírnosla, que sigamos con el arrepentimiento de cuaresma. Pues la cuesta es la preocupación con nosotros mismos que tenemos que superar, y las alturas son ningún otro que el altísimo Señor. Para cumplir la trepada llevamos tres auxilios: los zapatos del ayuno, el agua de la oración, y el bastón de la limosna.

Es la visión de la meta que nos mantiene en la subida. Durante la lucha para los derechos civiles los negros en los Estados Unidos recordaban a uno y otro, “Fíjense los ojos en el premio.” Nuestro premio es volvernos en hombres y mujeres transformadas. No estamos hablando meramente de perder unos kilos por dejar de comer los donuts. No, tenemos en cuenta una transformación más radical. Nos volveremos en nuevas personas listas para hacer frente a los retos de nuestras vidas, sean amar a la vecina que nos rehúsa a hablar o sea mantener nuestros ojos sólo a nuestras propias esposas. Asimismo, es la visión de Jesús transformado que permitirá a los discípulos seguir creyendo en él aunque se dan cuenta que Jesús sufrirá la muerte más indigna imaginable. Ellos ya pueden mirar a través de la crucifixión a Jesús resplandeciente en la gloria.

Jesús está acompañado por Moisés y Elías. El primero representa la Ley y el segundo, los profetas. Juntos hablando con Jesús, indican que Dios cumplirá en él todas las promesas de las Escrituras. Jesús ya ha vivido la justicia y practicado la misericordia escritas por Moisés. Ahora está acercándose su martirio así como el rey atentó contra Elías por ser profeta. La presencia de los tres nos regala una mejor idea del resultado de la transformación. Seremos hombres y mujeres rectas que no se retiran bajo las lluvias de dificultad. Cuando, por ejemplo, nos enteramos que una vecina con quien hemos tomado café un mil veces ya está en un asilo, la visitaremos. No nos importará que ella está deprimida, enferma con cáncer, y pidiendo la muerte. Porque la vemos como Cristo en la cruz, la consolaremos con un abrazo. ¿De dónde vamos a sacar la fortaleza para hacerlo?

Primero tenemos que seguir el consejo que viene de la nube. No menos que la voz de Dios nos avisa, “Éste es mi Hijo muy amado…escúchenlo.” Las palabras de Jesús no pesan nada pero valen toda la plata en el Banco Nacional. Nos dicen que nuestra meta – la transformación de nuestras vidas – es ambos un don y una obra. Es don porque él nos suelta al Espíritu Santo para realizarla. Es obra porque tenemos que mover con este mismo Espíritu para cumplir el designio de las bienaventuranzas. Al escuchar la voz de Dios los discípulos caen a la tierra. Ellos aprecian, más que nosotros, la gravedad del aviso. Pues, él refuerza todo lo que se hubieran imaginado del señorío de Jesús.

Pero ser Señor no significa que Jesús sea soberbio. Más bien, tiene compasión a sus sujetos. Viene a tocar a los discípulos congelados con temor en el suelo. Nos muestra que la transformación que esperamos esta cuaresma no es para dominar a los demás sino para servirlos. Podemos ver esta transformación en Tony Blair, el ex-primer ministro de Gran Britana. En diciembre el Señor Blair se convirtió al catolicismo. “¿Por qué?” algunos preguntarán. No es simplemente el hecho que su esposa y cuatro hijos son católicos. Más bien, dice un experto, es lo que representa la Iglesia Católica: el compromiso al pobre, la lucha contra la injusticia, y la valentía en cuestiones no populares. Que cada uno de nosotros brinde estas mismas cualidades: el compromiso al pobre, la lucha contra la injusticia, y la valentía en cuestiones no populares.

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