Homilía para el domingo, 18 de enero de 2009

Homilía para el II Domingo Ordinario

(I Samuel 3:3-10.19; I Corintios 6:13-15.17-19; Juan 1:35-42)

Cuando un aspirante entra la orden dominica, se pone cabizbajo en el piso. Entonces, el superior le pregunta lo que Jesús pregunta a los dos discípulos de Juan en el evangelio hoy: “¿Qué buscan?” Realmente este evangelio tiene que ver con la vocación – la vocación de cada uno de nosotros como cristianos.

No es accidente que Jesús inicia el diálogo. Muchas veces en los encuentros del Evangelio según San Juan Jesús pone en acción el intercambio. En el pozo de Sicar, Jesús se dirige primero a la samaritana, “Dame de beber.” También cuando encuentra al hombre ciego de nacimiento después de haber restaurado su vista, le pregunta, “¿Tú crees en el Hijo del Hombre?” Y cuando encuentra a María Magdalena después de su resurrección, le pregunta, “Mujer, ¿por qué lloras?” A veces nos imaginamos que estamos buscando la presencia de Jesús en nuestras vidas. Sin embargo, la realidad es el contrario: él nos busca o, más bien, nos llama a nosotros.

Los dos discípulos de Juan – Andrés y quizás el “discípulo amado” que aparece varias veces en la segunda parte del evangelio – contestan a Jesús, “¿Dónde vives?” Es una respuesta extraña como si no supieran que decir. En primer lugar, no es realmente una respuesta pero otra pregunta. También, podríamos preguntar, ¿de que importa la dirección de su casa? Más que una residencia, necesitan saber la información que anhelamos nosotros también – los orígenes de Jesús. ¿Es simplemente otra persona humana con sus faltas y virtudes como todos? O posiblemente, como dice Juan, ¿es Jesús el Mesías de Dios? La cuestión es fundamental porque estamos para entregar nuestras vidas a su cuidado.

Entonces Jesús les invita a compartir su vida. Dice, “Vengan a ver.” No relata el evangelio lo que pasa esa noche pero indica que la hospitalidad de Jesús confirma todo lo que Juan ha dicho de él. Por nuestro conocimiento del resto del Evangelio según San Juan podemos imaginar que Jesús les muestra la compasión, les enseña con la sabiduría, y les expone su intimidad con Dios Padre. De todos modos, los dos salen de la visita convencidos que Jesús es el esperado de Israel. Andrés dice a su hermano, Simón, “Hemos encontrado al Mesías.” No cabe duda que ellos van a seguirlo. Con él es la gloria.

Jesús quiere que todos nosotros lo sigamos también. No estamos hablando de un seguimiento de lejos como si pudiéramos hacer todo lo nos dé la gana y todavía estar en su compañía. No, Jesús quiere un compromiso total – que ahora en adelante viviremos por él, no por nosotros mismos. Cuando encuentra a Simón, Jesús le cambia el nombre. No más es Simón sino Pedro, la piedra que servirá como la base de su iglesia. Así Jesús regala a todos nosotros una nueva identidad. Somos sus discípulos.

Precisamente nos hacemos seguidores de Jesús por recibir el Bautismo, la Eucaristía, y los otros sacramentos. Pero nuestro seguimiento sólo comienza así. Si vamos a crecer como discípulos, tenemos que cumplir varias tareas. En primer lugar, estudiamos sus palabras todos los días. Tal vez sea por reflexionar sobre las lecturas de la misa diaria o por tomar un curso bíblico. Segundo, seguir a Cristo nos compromete a la comunidad. No existen cristianos aparte de la Iglesia como no hay eruditos sin bibliotecas. Finalmente, el seguimiento siempre envuelve un empujón afuera. Esta semana vamos a escuchar muchas posibilidades para ayudar a nuestros prójimos. Mañana (lunes) recordamos a Martín Luther King, Jr., un hombre que dio su vida en la búsqueda de la justicia. El martes, el nuevo presidente ciertamente va a pedir la cooperación de todos para avanzar el bien común. Y el jueves marcamos el día aciago en que se despenalizó el aborto. Valen la pena nuestros rezos y otros esfuerzos para reestablecer el básico derecho a la vida.

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