Homilía para el domingo, 25 de enero de 2009

Homilía para el III Domingo Ordinario

(Jonás 3:1-5.10; I Corintios 7:29-31; Marcos 1:14-20)

Dice San Pablo en la segunda lectura, “La vida es corta.” Sin embargo, sabemos que el americano medio vive 78 años o 28, 416 días o 681,995 horas o 40,919,688 minutos. No nos parece corta la vida, al menos aquí ahora. Posiblemente Pablo tenga otro contexto en cuenta como Grecia en el primer siglo. Pero aún entonces muchos vivían vidas largas. Dice el Salmo 90, “El tiempo de nuestros años es de setenta, y de ochenta si somos robustos.” A lo mejor Pablo está pensando en otro concepto de tiempo -- lo mismo que Jesús predica en el evangelio. “Se ha cumplido el tiempo,” dice el Señor, “el Reino de Dios ya está cerca.”

La vida es corta porque ya no esperamos para conocer a Dios. Él ha entrado el tiempo para que cada persona tenga una relación personal con él. No importa que Jesús caminara la tierra hace dos mil años. Ha resucitado de la muerte para acompañarnos ahora. En alguna manera es semejante al descubrimiento del escribir hace 6,000 años. Como los antiguos dieron cuenta que podían conocer los pensamientos de personas de tiempos anteriores con sus escritos, nosotros reconocemos la presencia de Jesús por su Espíritu que nos ha enviado.

Cuando Pablo dice, “…conviene que los casados vivan como si no lo estuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran;…” está pensando que Jesús está para regresar al mundo en carne y hueso. No haría sentido, entonces, preocuparse por el matrimonio si mañana Jesús vendrá para llevar a uno al cielo. Pero ¡todavía esperamos la venida definitiva del Señor! Sin embargo, las palabras de Pablo tienen significado cuando las ponemos en el marco de su presencia espiritual. Los matrimonios y, de veras, todo cristiano no deberían obsesionarse con el sexo desde que tenemos a Jesús como compañero. Él no está aquí para juzgarnos sino para rescatarnos de la intranquilidad y la incapacidad de crear relaciones satisfactorias a las cuales la obsesión con sexo nos conduciría.

Las palabras de Pablo sobre el consumismo también dan en el blanco en nuestras vidas contemporáneas. Dice, “…los que compran” deberían vivir “como si no compraran…” Sí, tenemos que ir al mercado para vivir, pero muchos en nuestra sociedad parecen vivir para ir al mercado. No compran lo que necesiten, sino necesitan a comprar. Un psicólogo opina que la preocupación con cosas nos vuelve en egoístas, siempre pensando en nosotros mismos y apenas nada en Dios y en otras personas. Viviendo como si no compráramos, usaríamos nuestros recursos para fortalecer nuestras relaciones, primero con Jesús, y entonces con otras personas siempre incluyendo a los pobres.

Cuando cambiamos nuestras vidas en estas maneras, los vicios del mundo nos pierden la fuerza. De veras, veremos este mundo pasándose. En lugar de preocuparnos por el sexo y el consumismo, volveremos la atención a la compasión y al cuidado. Por ejemplo, una bella mujer llamada Angélica terminó su maestría en la administración de empresas y tenía un empleo bueno. Sin embargo, no se sentía cumplida. Por eso, dejó el trabajo para abrir un centro por jóvenes embarazadas en crisis. Pidió la ayuda de las parroquias en su ciudad y estableció buenas relaciones con las secundarias. Angélica vive su relación con Jesús al máximo. Probablemente no maneja un BMW ni lleva las nuevas modas de Abercrombie y Fitch. Pero ella conoce el amor de Jesús mientras rescata vidas.

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