El II Domingo de Pascua, 19 de abril de 2009
(Hechos 10:34.37-43; Colosenses 3:1-4; Juan 20:1-9)
Se llamaba anteriormente este segundo domingo de Pascua “el domingo del alba depuesta.” El nombre se derivó de la práctica de los nuevos cristianos en los primeros siglos del cristianismo. Entonces aquellas personas bautizadas y vestidas en ropas blancas a la Vigilia Pascual dejaron sus vestidos especiales evidentemente para integrarse con la comunidad mayor de cristianos. Recientemente, el papa Juan Pablo II ha puesto otro nombre a la fiesta de hoy. Desde el año 2000, se ha llamado oficialmente el “Domingo de la Divina Misericordia” siguiendo la espiritualidad de la santa polaca Faustina Kowalska. En revelaciones privadas el Señor le intimó a Santa Faustina que él ama mucho a todos humanos, aún los mejores pecadores. Como respuesta a esta misericordia de parte del Señor, según las revelaciones a Santa Faustina, hemos de confiar en el Señor como un niño a su padre y de mostrar la misericordia a los otros.
Se sintoniza fácilmente el evangelio de la misa hoy con la divina misericordia. El Señor resucitado envía a sus discípulos en una misión de misericordia. Ellos están comisionados a perdonar los pecados y, cuando sea necesario, retenerlos. Desde el Concilio de Trento este mandato se ha interpretado como refiriendo al poder del sacerdote en el Sacramento de Penitencia. Se entiende la retención de pecados no como castigo sino como espuela para mover al pecador a confesar sus pecados y recompensar la injusticia.
A lo mejor el evangelista tiene otra idea de misión en cuenta cuando cita a Jesús en la lectura hoy. Como el Padre ha enviado a Su hijo al mundo para crear una crisis en que uno tiene que decidir por o contra Cristo, la luz verdadera, así Jesús envía a sus discípulos. Vista en esta manera el envío de Jesús no está limitado a los sacerdotes sino incluye a todos cristianos. Todos hemos de brillar la luz de Cristo de manera que otros puedan hacer una decisión definitiva por él. La Pascua pasada un converso al Catolicismo de Islam (Magdi Allam) explicó cómo el testimonio de la fe por las religiosas y los religiosos cuando era alumno en Egipto le atrajo a la Iglesia. Su historia es semejante a la de una mujer que telefoneó las oficinas diocesanas pidiendo información referente hacerse católica. Dijo que quería tener la consolación de la fe que demostraba una colega católica.
Jesús se muestra a sí mismo como agente de misericordia cuando enfrenta a Tomás. Este discípulo, como se indica su apodo “gemelo,” parece como hombre moderno. Pues Tomás resiste aceptar la proclamación de la resurrección sin evidencia empírica, eso es, sin ver la señal de los clavos en las manos de Jesús y meter su mano en el costado de Jesús. Jesús no deja a Tomás en su escepticismo sino se le acerca a lo mejor para que Tomás no sea excluido del gozo de la resurrección. Entonces ¿toca Tomás las heridas de Jesús? Aunque algunos teólogos no están de acuerdo si él le tocaría las heridas, sería un rechazo de la fe a favor del empirismo.
La misericordia del Señor es grande de verdad. Se dice que la gran Santa Teresa de Ávila, tan cumplida persona que se querría encontrar, una vez dijo que cuando muriera, no iba a decir nada al Señor de sus logros, sino sólo se postraba a Sus pies pidiendo Su misericordia. Nosotros deberíamos hacer asimismo. Pero, para recordarnos a pedírselo cuando llegue el momento, deberíamos mostrar la misericordia a los otros ahora. Sí, deberíamos mostrar la misericordia.
Predicador dominico actualmente sirviendo como rector del Santuario Nacional San Martín de Porres en Cataño, Puerto Rico. Se ofrecen estas homilías para ayudar tanto a los predicadores como a los fieles en las bancas entender y apreciar las lecturas bíblicas de la misa dominical. Son obras del Padre Carmelo y no reflejan necesariamente las interpretaciones de cualquier otro miembro de la Iglesia católica o la Orden de Predicadores (los dominicos).
Homilía para el domingo, 19 de abril de 2009
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