Homilía para la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, 14 de junio de 2009
(Éxodo 24:3-8; Hebreos 9:11-15; Marcos 14:12-16.22-26)
La mujer estaba casi estática. Hablaba de ver a su nieta de siete meses a través de Skype. Por la maravilla de este programa de computadora ella había visto y oído a la bebita por la primera vez dar una palmada. Skype es sólo el más reciente modo de mantener la presencia de una persona ausente. La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo celebra otro más antiguo y aún más eficaz.
La fiesta tiene sus orígenes en la cena que Jesús hizo por sus discípulos la noche antes de su muerte. Todos nosotros sabemos la historia. Jesús pasó varios años enseñando a la gente cómo Dios ama a todos y perdona sus pecados. Particularmente Jesús se aprovechó de comidas para trasmitir su mensaje de reconciliación. Ganó la aprobación de muchos, pero este mismo hecho causó celos entre los líderes del pueblo. Por eso, conspiraron a tenerlo crucificado -- la muerte más pavorosa de su tiempo. Pero él no desvió de su propósito de llevar a cabo la voluntad de Dios. Fue su disposición a darse como un sacrificio por el bien de todos que mostró lo extenso del amor de Dios.
En la última cena con sus discípulos Jesús explicó el significado de su muerte y realizó su modo de ser siempre presente a sus seguidores. Tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió, y lo dio a sus discípulos diciendo, “Esto es mi cuerpo.” Por este acto indicó cómo su muerte seguiría dando vida a sus discípulos tan seguramente como el pan nutre el cuerpo. Entonces tomó una copa de vino, pronunció otra bendición, y la dio a todos para beber diciendo, “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos....” La alianza, a la cual Jesús refirió, incluye su compromiso a acompañar a su pueblo siempre. Sería sellada la alianza el día siguiente por la efusión de su propia sangre que lograría el perdón de los pecados.
Jesús ha cumplido su promesa a acompañarnos por el evangelio que lleva sus propias palabras. También lo encontramos en uno y otro que estamos estrechamente ligados a él por el bautismo. Pero sobre todo está presente a nosotros en la Eucaristía donde probamos su cuerpo y su sangre bajo las apariencias de pan y vino. Es comida para el viaje, eso es para los círculos que hacemos cada día haciendo lo que podamos para mejorar la sociedad y también para el último viaje que haremos el día de nuestra muerte. Como la muerte no pudo contener a Jesús por su auto-entrega a la voluntad de Dios, así no podrá contener a nosotros tampoco por nuestra alianza con él.
En muchas partes las parroquias hacen una procesión con el Santísimo Sacramento hoy, la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El cura lleva la custodia por las calles de la vecindad con la gente siguiendo. Siempre terminan en la iglesia donde se realiza la misa o antes o después de la procesión. La procesión simboliza todo lo que celebramos en la fiesta. Jesús nos acompaña a través de la vida diaria. Él hace una bendición sobre nuestros esfuerzos para mejorar la sociedad. Nos conduce atrás, no a nuestras casas sino a la iglesia que significa el cielo, nuestro hogar verdadero. Allí probaremos el pan transformado en su cuerpo y el vino hecho en su sangre. Estos deleites nos presentan a Jesús tanto como estuvo en la última cena con sus discípulos como estará en el banquete celestial con sus seguidores de todos tiempos. Estos deleites nos presentan a Jesús.
Predicador dominico actualmente sirviendo como rector del Santuario Nacional San Martín de Porres en Cataño, Puerto Rico. Se ofrecen estas homilías para ayudar tanto a los predicadores como a los fieles en las bancas entender y apreciar las lecturas bíblicas de la misa dominical. Son obras del Padre Carmelo y no reflejan necesariamente las interpretaciones de cualquier otro miembro de la Iglesia católica o la Orden de Predicadores (los dominicos).
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