Homilía para el domingo, 13 de septiembre de 2009

EL XXIV DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)

Una noche un hombre regresó a casa muy tarde. Porque no llevaba la llave, tuvo que tocar la puerta. “¿Quién es?” contestó su esposa adentro. “Soy yo”, respondió el varón. Pero no hubo más movimiento dentro de la casa. Ansiosamente el hombre tocó la puerta de nuevo. “¿Quién es?” repitió la voz desde adentro. Entonces el hombre recordó que el matrimonio forma al hombre y la mujer en una sola cosa y contestó, “Eres tú”. Inmediatamente se le abrió la puerta. En el evangelio hoy Jesús pregunta, “¿Quién soy?” Como en el caso del hombre regresando a casa, nuestra repuesta define tanto a nosotros como a Jesús.

¿Quién es Jesús? En su tiempo se le percibió como un profeta que hable de parte de Dios. Profetas observan la realidad como si tuvieran ojos microscópicos para ver bajo la superficie. Entonces, exigen cambios no sólo de comportamiento sino de corazón. ¿Quién negará que Jesús sea profeta? Sin embargo, sabemos que él es algo más.

Tal vez dijéramos como Pedro que Jesús es el Mesías. Eso es, Jesús viene en el linaje del rey David para liderar al pueblo escogido a la gloria. Pero nos cuesta hoy en día apreciar la realeza. No son muchos los pueblos que tengan a reyes, y algunos que los poseen los toleran más que los aprecian. Sería beneficioso encontrar otra imagen para Jesús más conforme a nuestra realidad.

Aunque sea asincrónico, podemos considerar a Jesús como un estupendo entrenador de fútbol. Un entrenador que valga hoy no sólo enseña a sus jugadores la técnica para que ganen partidos sino también modela las virtudes para que vivan con la honradez. Recientemente el entrenador de una secundaria en Iowa fue asesinado después de treinticuatro años dirigiendo a miles de muchachos pasar de la niñez a la juventud. El Sr. Ed Thomas enfatizó que el fútbol no es lo más importante. Ello sigue la fe y la familia. Pero sí, el fútbol jugado con buen corazón edifica carácter sólido que servirá a uno por toda la vida. Dice la radio que el entrenador Thomas jamás permitía a sus jugadores quedarse en la autocompasión sino siempre los urgía a mejorarse. Sin embargo, no le faltó la compasión para los demás. En el funeral de su padre el hijo del entrenador Thomas pidió oraciones por la familia del asesino, según la radio, en el estilo de su padre. Ciertamente las características del entrenador de fútbol no comprenden todo lo que Jesús significa para nosotros. Pero podemos decir que los mejores entrenadores reflejan la capacidad de Jesús para movernos a olvidar a nosotros mismos para el bien de todos.

Si Jesús es el entrenador, nosotros constituimos su equipo. Así confiamos en su estrategia; obedecemos sus instrucciones; imitamos su entrega. Como todos los más celebres equipos, tenemos que abstenernos de lo superfluo y recibimos algunas contusiones en la lucha. Pero siguiendo a Jesús, no ganaremos el campeonato que vale un año y desaparece el otro. No, siguiendo a Jesús, conseguiremos la gloria que nunca se acabará.

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