(Isaías
50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)
Sea un
drama de Shakespeare o sea un cine como Batman, siempre se ve la misma
cosa. Al mero centro de la historia, el
protagonista tiene un momento de alumbramiento.
Desde esta crisis la acción desenvuelve a la conclusión. En Batman:
el Caballero de la Noche Asciende el héroe está retirado cuando los
malvados desenlazan la trama para tomar poder de la metrópolis. Dándose cuenta del peligro, Batman recupera todas
sus fuerzas para derrotar al enemigo. En
un sentido el evangelio de Marcos asemeja esta trayectoria. Al centro de la obra, que tenemos en la
lectura hoy, Jesús inicia el diálogo que indica su destino. A la
misma vez nos propone un interrogante que determinará lo nuestro.
Jesús
pregunta a sus discípulos, “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” No es un joven buscando su propia identidad. No, él sabe bien quien es y lo que tiene que
hacer. Más bien, con el interrogante
Jesús nos permite a escoger lo que será nuestro objetivo de vida. Si respondemos, como “la gente” en el pasaje,
que Jesús es “alguno de los profetas”, entonces querríamos seguir sus consejos pero
sólo hasta un punto. Pues, los profetas
son famosos como idealistas que no se corresponden a la vida regular. Hoy día los profetas urgen que abandonemos nuestros
carros y tomemos los trenes para salvar el planeta. Sin embargo, no es probable que muchos siguen
su amonestación ni que se mejora significantemente la tierra. Otra respuesta del interrogante imagina a
Jesús como un ingenuo malvado que debe ser rechazado. Según las ideas del autor Ayn Rand, el cumplimiento
del mandamiento de Jesús a sacrificarse por el otro sólo haría la sociedad más
injusta. Con este tipo de pensar el hombre
alcanza a la plenitud cuando realiza todo lo que sus instintos naturales
deseen.
Pero para
nosotros Jesús es apenas meramente un profeta -- una portavoz de Dios – mucho
menos un tonto para rechazar rotundamente.
Más bien lo reconocemos como Dios encarnado cuyas palabras valen nuestra
adhesión más íntima. Por él moriríamos
desde que ha prometido a sus fieles la vida eterna. A lo mejor la respuesta de Pedro -- “Tu eres
el Mesías” – significa solamente una sombra de nuestra fe. Pues, para Pedro en la región de Cesarea de
Filipo el Mesías es el guerrero que liberaría a Israel de sus opresores. Viene en el estilo de David cuyas victorias
militares hizo Israel independiente y rico.
Pedro y compañeros se darían sus vidas batallando por el Mesías porque
de este modo ganarían la estima de un pueblo orgulloso. Pero no es imaginable a ellos que el Mesías
moriría en la lucha para la libertad.
Escogido por Dios, se garantiza su victoria tan ciertamente como el
levantar del sol en la madrugada.
Por eso,
Jesús tiene que corregir su concepto del Mesías sin rechazar el título. Les explica a sus discípulos con términos tan
gravosos como el árbitro de boxeo haciendo la cuenta atrás. Dice que tiene que padecer, tiene que ser
rechazado, y tiene que ser entregado a la muerte antes de que logre cualquier
victoria. Es el misterio del amor divino
que todavía confunde a muchos. “¿Por qué
– mucha gente preguntará – una joven se daría a sí misma al cuidado de los
desahuciados de cáncer con las Hermanas Dominicas de Hawthorne?” No es loca ni tiene ella un deseo de muerte. Más bien quiere seguir al salvador.
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