El domingo, 16 de septiembre de 2012

XXIV DOMINGO ORDINARIO
 
(Isaías 50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)

 
Sea un drama de Shakespeare o sea un cine como Batman, siempre se ve la misma cosa.  Al mero centro de la historia, el protagonista tiene un momento de alumbramiento.  Desde esta crisis la acción desenvuelve a la conclusión.  En Batman: el Caballero de la Noche Asciende el héroe está retirado cuando los malvados desenlazan la trama para tomar poder de la metrópolis.  Dándose cuenta del peligro, Batman recupera todas sus fuerzas para derrotar al enemigo.  En un sentido el evangelio de Marcos asemeja esta trayectoria.  Al centro de la obra, que tenemos en la lectura hoy, Jesús inicia el diálogo que indica su destino.   A la misma vez nos propone un interrogante que determinará lo nuestro.
 

Jesús pregunta a sus discípulos, “¿Quién dicen ustedes que soy yo?”  No es un joven buscando su propia identidad.  No, él sabe bien quien es y lo que tiene que hacer.  Más bien, con el interrogante Jesús nos permite a escoger lo que será nuestro objetivo de vida.  Si respondemos, como “la gente” en el pasaje, que Jesús es “alguno de los profetas”, entonces querríamos seguir sus consejos pero sólo hasta un punto.  Pues, los profetas son famosos como idealistas que no se corresponden a la vida regular.  Hoy día los profetas urgen que abandonemos nuestros carros y tomemos los trenes para salvar el planeta.  Sin embargo, no es probable que muchos siguen su amonestación ni que se mejora significantemente la tierra.  Otra respuesta del interrogante imagina a Jesús como un ingenuo malvado que debe ser rechazado.  Según las ideas del autor Ayn Rand, el cumplimiento del mandamiento de Jesús a sacrificarse por el otro sólo haría la sociedad más injusta.  Con este tipo de pensar el hombre alcanza a la plenitud cuando realiza todo lo que sus instintos naturales deseen.
 

Pero para nosotros Jesús es apenas meramente un profeta -- una portavoz de Dios – mucho menos un tonto para rechazar rotundamente.  Más bien lo reconocemos como Dios encarnado cuyas palabras valen nuestra adhesión más íntima.  Por él moriríamos desde que ha prometido a sus fieles la vida eterna.  A lo mejor la respuesta de Pedro -- “Tu eres el Mesías” – significa solamente una sombra de nuestra fe.  Pues, para Pedro en la región de Cesarea de Filipo el Mesías es el guerrero que liberaría a Israel de sus opresores.  Viene en el estilo de David cuyas victorias militares hizo Israel independiente y rico.  Pedro y compañeros se darían sus vidas batallando por el Mesías porque de este modo ganarían la estima de un pueblo orgulloso.  Pero no es imaginable a ellos que el Mesías moriría en la lucha para la libertad.  Escogido por Dios, se garantiza su victoria tan ciertamente como el levantar del sol en la madrugada. 
 

Por eso, Jesús tiene que corregir su concepto del Mesías sin rechazar el título.  Les explica a sus discípulos con términos tan gravosos como el árbitro de boxeo haciendo la cuenta atrás.  Dice que tiene que padecer, tiene que ser rechazado, y tiene que ser entregado a la muerte antes de que logre cualquier victoria.  Es el misterio del amor divino que todavía confunde a muchos.  “¿Por qué – mucha gente preguntará – una joven se daría a sí misma al cuidado de los desahuciados de cáncer con las Hermanas Dominicas de Hawthorne?”  No es loca ni tiene ella un deseo de muerte.  Más bien quiere seguir al salvador.

 
¿También nosotros tenemos que entregar la vida para seguir a Jesús?  El evangelio no demora a responder que sí, es necesario. Pero Jesús especifica a sus discípulos que cada uno tiene que cargar su propia cruz.  Para ninguno es fácil, para algunos – la madre con el hijo con la parálisis cerebral – parece onerosa.  Y para todos es posible porque marchamos en las huellas de Jesús.  Él nos guía y nos apoya.  Siguiendo a Jesús, un hombre atendiendo a su esposa de docenas de años ya completamente restringida a la cama dice con todo candor, “Le amo más ahora que el día en que nos casamos”.

 
Los marineros están acostumbrados a examinar los cielos para la estrella polar.   Pues, por colocarla pueden determinar en cuál dirección están dirigidos.  La estrella polar les sirve a los marineros como la pregunta de Jesús a nosotros: “¿Quién dicen ustedes que soy yo?”  Si nuestra respuesta es “el Dios encarando”, que lo sigamos con todas fuerzas.  Que lo sigamos con todas fuerzas.


 

No hay comentarios.: