El domingo, 23 de septiembre de 2012

EL XXV DOMINGO ORDINARIO
 

(Sabiduría 2:12.17-20; Santiago3:16-4:3; Marcos 9:30-37
 

Se llama el fenómeno el “sexo ocasional”.  Se ha identificado como signo de la corrupción de nuestros tiempos.  Se refiere a la práctica de jóvenes hoy de tener relaciones íntimas con una persona una noche, entonces buscar a otra pareja para juntarse por la próxima noche.  Es la vida dada al placer sin compromiso ni pago.  Santiago se dirige a este tipo de inmoralidad en la segunda lectura a través de este mes.
 

Por los cinco domingos de septiembre este año escuchamos tramos de la carta de Santiago.  Suenan como los sermones antiguos exhortándonos a cambiar los modos o pasar la eternidad quemando en el infierno.  Según Santiago su tiempo es corrupto con la gente siempre siguiendo sus pasiones e ignorando a los pobres en su medio.   ¿No diríamos la misma cosa del día hoy?  No sólo los jóvenes practican el sexo ocasional sino también hay entre 10 y 15 millones personas en los Estados Unidos tomando alcohol al exceso, por decir nada del problema de la obesidad.  Entretanto, uno de seis americanos vive en la pobreza, y la desigualdad de ingresos entre ricos y pobres sigue creciendo.  Es cierto, los lamentos de los tiempos bíblicos encuentran eco en la actualidad.   De hecho, nunca se han callado completamente.  Por eso, se puede decir que siempre hay necesidad de leer la carta de Santiago.
 

Curiosamente, se ha tratado de descreditar la carta de Santiago a través de los siglos.  En los primeros siglos de Cristianismo ella fue una de las últimas obras de ser incluidas en la Biblia.  En el siglo XVI el reformista Martín Lutero la llamó un libro “de paja” porque insiste mucho en buenas obras y no tanto en la fe.  Otros analistas han faltado la carta por mencionar el nombre del Señor Jesús sólo dos veces.  ¿Sería mejor esconderla con los pasajes de la Biblia que cuenta de aplastar los cráneos de bebés?
 

Tal resolución no nos serviría bien.  Pues la carta de Santiago nos exige que vivamos en conforme con el nombre de Cristo que llevamos.  El domingo pasado nos enseñó que solamente estaríamos engañando a nosotros mismos si proclamamos la fe sin hacer obras de caridad.  Este domingo la lectura parece poner el dedo en el pulso por recordarnos que nuestros problemas están causados por las pasiones desordenadas.  ¿Cuál familia de un jugador empedernido no diría la misma cosa? Al próximo domingo vamos a escucharla decir que la sociedad a menudo defrauda a los pobres mientras los ricos andan bien vestidos con oro y plata en sus bolsillos.  Asimismo, la Carta de Santiago respalda lo que Jesús muestra a través de su vida: que se proclama el Reino de Dios por hacer obras de caridad no simplemente por evitar el mal.
 

Hay otro tema céntrico que nos resalta la Carta de Santiago.  Nuestra salvación – eso es, el crecimiento del alma a la estatura de un santo – procede de ambos la disciplina de las pasiones y el empeño de hacer la justicia.  Muchas veces se nos olvida de esta verdad en el perseguimiento de la vida.  Una escritora recientemente comentó que las jóvenes que practican el sexo ocasional no se demoran en terminar sus estudios y ganar salarios altos.  Sí, es posible que se hagan “exitosos” en el sentido corriente de la palabra, pero en el proceso a lo mejor pierden sus almas.  Pues, el propósito de la vida es mucho más que ganar poder, plata, y prestigio.  Es tener el alma doblada a la compasión y la verdad.  La Carta de Santiago no nos hace olvidar esta lección.
 

Veamos a nuestros niños y nietos.  ¿Cuál tipo de persona querríamos que sean en veinte o triente años?  ¿Bien vestidos con oro y plata en sus bolsillos?  Tal vez sí.  Pero más que ser ricos y exitosos según las medidas corrientes queremos que sean como el Señor Jesús.  Queremos que controlen las pasiones para no caer en el exceso y doblen el codo para ayudar a los pobres.  Que controlen a las pasiones y ayuden a los pobres.

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