(Sabiduría
2:12.17-20; Santiago3:16-4:3; Marcos 9:30-37
Se llama
el fenómeno el “sexo ocasional”. Se ha identificado
como signo de la corrupción de nuestros tiempos. Se refiere a la práctica de jóvenes hoy de
tener relaciones íntimas con una persona una noche, entonces buscar a otra
pareja para juntarse por la próxima noche.
Es la vida dada al placer sin compromiso ni pago. Santiago se dirige a este tipo de inmoralidad
en la segunda lectura a través de este mes.
Por los
cinco domingos de septiembre este año escuchamos tramos de la carta de
Santiago. Suenan como los sermones antiguos
exhortándonos a cambiar los modos o pasar la eternidad quemando en el infierno. Según Santiago su tiempo es corrupto con la
gente siempre siguiendo sus pasiones e ignorando a los pobres en su medio. ¿No diríamos la misma cosa del día hoy? No sólo los jóvenes practican el sexo
ocasional sino también hay entre 10 y 15 millones personas en los Estados Unidos
tomando alcohol al exceso, por decir nada del problema de la obesidad. Entretanto, uno de seis americanos vive en la
pobreza, y la desigualdad de ingresos entre ricos y pobres sigue creciendo. Es cierto, los lamentos de los tiempos
bíblicos encuentran eco en la actualidad.
De hecho, nunca se han callado completamente. Por eso, se puede decir que siempre hay
necesidad de leer la carta de Santiago.
Curiosamente,
se ha tratado de descreditar la carta de Santiago a través de los siglos. En los primeros siglos de Cristianismo ella fue
una de las últimas obras de ser incluidas en la Biblia. En el siglo XVI el reformista Martín Lutero
la llamó un libro “de paja” porque insiste mucho en buenas obras y no tanto en
la fe. Otros analistas han faltado la
carta por mencionar el nombre del Señor Jesús sólo dos veces. ¿Sería mejor esconderla con los pasajes de la
Biblia que cuenta de aplastar los cráneos de bebés?
Tal
resolución no nos serviría bien. Pues la
carta de Santiago nos exige que vivamos en conforme con el nombre de Cristo que
llevamos. El domingo pasado nos enseñó
que solamente estaríamos engañando a nosotros mismos si proclamamos la fe sin
hacer obras de caridad. Este domingo la
lectura parece poner el dedo en el pulso por recordarnos que nuestros problemas
están causados por las pasiones desordenadas.
¿Cuál familia de un jugador empedernido no diría la misma cosa? Al próximo domingo vamos a escucharla decir
que la sociedad a menudo defrauda a los pobres mientras los ricos andan bien vestidos
con oro y plata en sus bolsillos. Asimismo,
la Carta de Santiago respalda lo que Jesús muestra a través de su vida: que se
proclama el Reino de Dios por hacer obras de caridad no simplemente por evitar
el mal.
Hay otro
tema céntrico que nos resalta la Carta de Santiago. Nuestra salvación – eso es, el crecimiento
del alma a la estatura de un santo – procede de ambos la disciplina de las
pasiones y el empeño de hacer la justicia.
Muchas veces se nos olvida de esta verdad en el perseguimiento de la
vida. Una escritora recientemente
comentó que las jóvenes que practican el sexo ocasional no se demoran en
terminar sus estudios y ganar salarios altos.
Sí, es posible que se hagan “exitosos” en el sentido corriente de la
palabra, pero en el proceso a lo mejor pierden sus almas. Pues, el propósito de la vida es mucho más
que ganar poder, plata, y prestigio. Es
tener el alma doblada a la compasión y la verdad. La Carta de Santiago no nos hace olvidar esta
lección.
Veamos a
nuestros niños y nietos. ¿Cuál tipo de
persona querríamos que sean en veinte o triente años? ¿Bien vestidos con oro y plata en sus
bolsillos? Tal vez sí. Pero más que ser ricos y exitosos según las
medidas corrientes queremos que sean como el Señor Jesús. Queremos que controlen las pasiones para no
caer en el exceso y doblen el codo para ayudar a los pobres. Que controlen a las pasiones y ayuden a los
pobres.
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