(Sofonías
3:14-18; Filipenses 4:4-7; Lucas 3:10-18)
El fraile Girolamo
Savonarola era sacerdote italiano del siglo quince. Tenía gran empeño a ver reforma tanto en la
Iglesia como en el estado. Predicaba que
el día de juicio era inminente.
Desgraciadamente se puso tan extremista que eventualmente fue
condenado. No obstante, en algunos
aspectos pareció como Juan Bautista en el evangelio hoy.
La
predicación de Juan atrae a los mal pensados, no a los supuestamente “buenos”. Se le acuden la gente común (eso es, los
pobres) y los explotadores notables (los publicanos y los soldados). Todos le tienen casi la misma pregunta: “¿Qué
deberíamos hacer (para escapar la ira
que es de venir)?” Se reconocen a sí
mismos como pecadores pero no saben cómo reformarse. Son como nosotros hoy en día. ¿Quién diría que él o ella son perfectos? Pero nos cuesta cambiar nuestros modos. Defendimos nuestros vicios diciendo que “todo
el mundo” actúa como nosotros (o aun peor que nosotros). “Todo el mundo” mira la idiocia – por decir
nada de la indecencia -- en la televisión.
“Todo el mundo” se aprovecha de
su posición para ganar más plata.
Realmente
no es así, y lo sabemos. Unos compañeros
pasan parte de su tiempo visitando a los prisioneros. Otros conocidos nos ganan el respeto por su
generosidad con las Caridades Católicas.
Si fuéramos a pensar en la cosa, reconoceríamos diez mil maneras de vivir
más en conforme con la voluntad de Dios.
En el evangelio Juan señala algunas de estas. Urge a la gente que compartan sus bienes con
los pobres. Exhorta a los oficiales que
no exploten a los demás.
El pueblo
se da cuenta que el mensaje de Juan cumple con lo que predicaba Isaías sobre el
Mesías. Según el profeta antiguo, con el
Mesías los enemigos naturales como los lobos y los corderos vivirían en
paz. Dijo también que todas las naciones
acudirían al Mesías para saber los modos del Señor Dios. Por eso, el pueblo se pregunta entre sí: ¿No
pasan estas cosas con la predicación de Juan? Así nosotros buscamos al Mesías en diferentes
figuras. Algunos piensan que Hillary
Clinton puede resolver todos los problemas políticos si sólo tuviera la
oportunidad de ser presidente. Los
fanáticos de deportes frecuentemente ven a un Peyton Manning o un Alex
Rodríguez como el que va a salvar su equipo.
Sin
embargo, ningún hombre (o mujer) por
ser sólo hombre puede perfeccionar la sociedad como se
espera. Sabemos que la reforma necesaria
requiere más que el esfuerzo de una persona.
Aunque un político sea tan recto como un roble, le falta la capacidad de
mover a los miembros del partido opuesto.
Aunque un predicador sea tan poderoso como un huracán, le falta la
elocuencia para alcanzar a personas de todas edades. En el evangelio Juan admite su propia incapacidad. Él sólo puede afirmar las buenas intenciones
de la gente a cambiarse. Por eso, dice
que él sólo bautiza con agua. Lo que hace
falta es uno que bautizará con el Espíritu Santo lo cual transforma corazones.
En este
momento Juan no está seguro de quien sea el Mesías. Más adelante en este evangelio de Lucas, el Juan
encarcelado enviará a sus discípulos a preguntar a Jesús si posiblemente él
es. Entonces el Señor les responderá:
“Vuelvan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: los ciego ven, los cojos
andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos se despiertan,
y una buena nueva llega a los pobres” (7,22).
¿Hemos visto tales cosas nosotros? Cada uno tiene que responder por sí
mismo. Pero que no nos olvidemos el
tiempo cuando estábamos perdidos e hicimos una oración con el resultado que
llegamos a nuestra destinación. Que nos
acordemos también del tiempo en que pedimos al Señor ayuda en nuestros exámenes
y no nos faltó.
Nos
encontramos en medio del trajín de las compras para la Navidad. Hemos comprado una televisión para Alex, pero
¿qué vamos a dar a Juan? Tal vez ya es el
momento indicado para poner a un lado estas preocupaciones. Queremos preguntarnos ya: ¿Qué deberíamos
hacer por la venida del Mesías? ¿Cómo
querríamos ser transformados por el Mesías?
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