El domingo, 27 de enero de 2013


III DOMINGO ORDINARIO

(Nehemías 8:2-4.5-6.8-10; I Corintios 12:12-30; Lucas 1:1-4.4:14-21)

Fue un momento solemne.  Hubo gran silencio.  Todo el mundo estaba de pie.  Entonces comenzó la ceremonia.  Tal fue la segunda inauguración del presidente Obama el otro día.  También fue el evento recordado en la primera lectura hoy.

El sacerdote Esdras está leyendo la ley al pueblo de Jerusalén.  La gente no se cansa de escucharla. Pues, “la ley” o, en hebreo, la Tora relata mucho más que reglas a seguirse.  Por la mayor parte, cuenta de cómo Dios intervino en la historia para liberar a los Israelitas de la esclavitud en Egipto.  Maravillada tanto por el poder como por el amor de Dios para sus antepasados, la gente tiene que quedarse parada de devoción.  Por la misma razón nosotros nos ponemos de pie cuando se lee el evangelio en la misa.  Pues, cuenta de nuestra entrega del pecado y de la muerte por Jesucristo.

Andábamos bien contaminados por la inmundicia del mundo.  Quien lo duda sólo tiene que ver lo que está pasando alrededor de nosotros ahora.  Los jóvenes pasan de un amante al otro cada rato como si fueran libros de la biblioteca.  Sus padres apoyan la tontería disimulada como entretenimiento en la televisión.  En cuanto hayamos participado en tales travesuras deberíamos volver a Dios confesando nuestra culpa.  A los judíos no les falta hacerlo en la lectura.  Se postran rostro en tierra cuando se dan cuenta cómo le han disgustado al Señor por haber desconocido Su ley.

Los judíos acaban de volver del exilio.  Fue una experiencia espantosa.  En primer lugar perdieron a muchos en los ataques a Jerusalén.  Entonces grandes números fueron transportados a Babilonia donde la gente los forzaba a trabajar.  Un salmo recuerda cómo tenían que entretener a sus captores con cantos de Jerusalén.  Por la lectura de la ley ya saben que la culpa no era completamente de los bárbaros.  Más bien, la infidelidad e injusticia de sus antepasados merecieron el castigo.  Así nosotros reconocemos nuestros pecados al escuchar la pasión de Cristo leída en el Domingo de Ramos y el Viernes Santo. No es por nada entonces que nos arrodillamos durante la lectura cuando llegue el momento en que fallece Jesús en la cruz.

Sin embargo, Dios no quiere que quedemos tristes para siempre.  Sabe de nuestra debilidad pero también reconoce nuestro deseo de vivir por Él.  Nos repite el mensaje de la lectura: que no lloremos.  Nehemías y los demás líderes judíos exhortan a la gente que ya es tiempo de festejarse.  Sólo tienen que tomar en cuenta a los pobres por compartir con ellos su pan.

Dios nos envía a nosotros por una tarea semejante.  Como Jesús en el evangelio hoy, tenemos que anunciar Su amor a los pobres.  Pero los pobres incluyen a muchos más que los que viven sin casa particular.  Más bien abarcan a todos cuyas vidas son limitadas por fines terrenales y preocupaciones cotidianas -- los jóvenes que siempre critican la fe y la Iglesia, los hombres cuyo momento más esperado cada semana es ver su equipo de fútbol, y las mujeres que se angustian por lo que digan otras personas.  A todos estos Dios nos manda con el mensaje de Su amor.

Se dice que san Francisco una vez contó a sus discípulos: “Prediquen siempre y si es necesario, utilicen palabras”.  Cansados de los hombres cuyas acciones no son de acuerdo con sus palabras, nos llaman la atención este dicho.  Sin embargo, parece que ya es necesario que utilicemos palabras.  La gente queda en el suelo limitada por fines terrenales.  No quieren confesar sus pecados, mucho menos compartir con los pobres.  A todos estos  tenemos que hablar de nuestra experiencia del amor de Dios.  A todos estos tenemos que hablar de Dios.

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