VIGÉSIMO QUINTO DOMINGO ORDINARIO
(Amós
8:4-7; I Timoteo 2:1-8; Lucas 16:1-13)
Un cuento
del jesuita Antonio De Mello nos ayuda entender el evangelio hoy. Una mañana un hombre de Dios llegó a la
orilla de un pueblo. Se le acercó un hombre diciendo que tuvo un sueño en que se
le dijo que recibiría una roca preciosa que le haría el hombre más rico en el
mundo. “Espérate un segundo”, dijo el
santo. Entonces registró su bolsa y sacó un diamante tan grande como una
toronja. Le dijo al hombre, “Tienes que
estar refiriéndote a esto. Lo encontré
en el bosque. Agárralo; es tuyo.” El hombre tomó el diamante y se fue pensando
en su riqueza. Pero más tarde el mismo
día el hombre regresó al santo para devolver el diamante. Le pidió, “¿Ahora podrías darme el tesoro que
te hizo posible soltar el diamante sin ninguna dificultad?”
Jesús
nos muestra en el evangelio el tesoro más precioso que el diamante del tamaño
de una toronja. Con la parábola del
administrador injusto Jesús indica que deberíamos aprovecharnos de nuestras
riquezas (nuestros diamantes) para obtener la vida eterna. Como el administrador arregla las cuentas de
los clientes del amo para que no tenga que ni trabajar ni mendigar cuando se despida,
nosotros deberíamos usar nuestros recursos – sea tiempo, talento o tesoro –
para probarnos dignos de la vida con Dios.
Esta
parábola del administrador injusto ha causado bastante controversia a través de
los siglos. Muchos se preguntan, “¿Está
diciendo Jesús que se puede engañar a otras personas para alcanzar su meta?” Algunos, sabiendo lo que dice san Pablo sobre
la salvación por la fe sola, tendrán dificultad con la mención de obras buenas ganando
la vida eterna. Es posible que otras
personas pregunten, “¿No es egoísta poner la vida eterna para sí mismo como la
prioridad más alta?” Dirijámonos a cada
uno de estos reparos.
En
primer lugar Jesús no está poniendo las acciones del administrador como ejemplares
sino sólo su deliberación. No está
diciendo que deberíamos actuar como Pancho Villa robando a los ricos para
socorrer a los pobres sino que pensemos en nuestro fin y utilicemos los medios buenos
en nuestro alcance para realizarlo. El
fin que tiene en cuenta es la vida eterna y el medio es compartir de nuestros propios
recursos (otra vez, el tiempo, talento, o tesoro) con los necesitados. Jesús no tiene problema de ocupar
comparaciones que nos parezcan escandalosos.
En una parábola compara a Dios con un juez corrupto que tiene que
escuchar la demanda de una viuda para decirnos que Dios nos atiende las
peticiones. También manda a sus
apóstoles a ser “astutos como serpientes” no para que atenten contra la gente sino
que tengan cuidado de sí mismos en las misiones.
Hace
quinientos años Martín Lutero llamó la
atención del mundo por recalcar lo que enseña San Pablo en la Carta a los
Romanos que el hombre es salvado por la fe (4,24). ¿Está Jesús contradiciendo la enseñanza aquí
cuando dice, “Con el dinero…gánense amigos que, cuando mueran, los reciben en
el cielo”? ¡Por supuesto, no! Para apreciar lo que quiere decir Pablo
tenemos que ampliar nuestro concepto de la fe.
La fe es más que un asentimiento intelectual en Jesucristo como Hijo de
Dios. Es seguirlo como el camino de la
vida. Por eso, el mismo Pablo escribe a
los Gálatas: “Lo que vale es tener fe, y que esta fe nos haga vivir con amor”
(5,5).
¿Se
puede poner la vida eterna como la prioridad más alta? No Jesús pero un gran escritor ruso contó la
parábola de la cebolla para responder a este interrogante. Una vez una mujer dio una cebolla a una
mendiga. Fue la única cosa buena que
hizo en toda su vida. Cuando murió, fue
enviado a un lago de fuego donde sufría mucho.
Entonces su ángel guardián recordó a Dios de la vez que dio la cebolla
al pobre y Dios le mandó al ángel que ofreciera la misma cebolla a la mujer
para levantarla del fuego.
Maravillosamente la cebolla no sólo sostenía a ella sino también a
muchos otros que la agarraron para que salieran con ella del tormento. Pero la mujer no quería que nadie más que
ella escapara y comenzó a patear a sus compañeros. Les gritó, “La cebolla es mía no suya”. Entonces
se quebró la cebolla y todos volvieron al fuego. Eso es a recalcar que la caridad tiene que
acompañar nuestros donativos para que sean meritorios.
Por eso,
que hagamos obras buenas todos los días. Pues, nuestro Señor Jesús nos las
manda. Aún más importante, que las
hagamos con amor porque es el modo de él.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario