El domingo, el 22 de septiembre de 2013


VIGÉSIMO QUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Amós 8:4-7; I Timoteo 2:1-8; Lucas 16:1-13)


Un cuento del jesuita Antonio De Mello nos ayuda entender el evangelio hoy.  Una mañana un hombre de Dios llegó a la orilla de un pueblo. Se le acercó un hombre diciendo que tuvo un sueño en que se le dijo que recibiría una roca preciosa que le haría el hombre más rico en el mundo.  “Espérate un segundo”, dijo el santo. Entonces registró su bolsa y sacó un diamante tan grande como una toronja.  Le dijo al hombre, “Tienes que estar refiriéndote a esto.  Lo encontré en el bosque.  Agárralo; es tuyo.”  El hombre tomó el diamante y se fue pensando en su riqueza.  Pero más tarde el mismo día el hombre regresó al santo para devolver el diamante.  Le pidió, “¿Ahora podrías darme el tesoro que te hizo posible soltar el diamante sin ninguna dificultad?”

Jesús nos muestra en el evangelio el tesoro más precioso que el diamante del tamaño de una toronja.  Con la parábola del administrador injusto Jesús indica que deberíamos aprovecharnos de nuestras riquezas (nuestros diamantes) para obtener la vida eterna.  Como el administrador arregla las cuentas de los clientes del amo para que no tenga que ni trabajar ni mendigar cuando se despida, nosotros deberíamos usar nuestros recursos – sea tiempo, talento o tesoro – para probarnos dignos de la vida con Dios.

Esta parábola del administrador injusto ha causado bastante controversia a través de los siglos.  Muchos se preguntan, “¿Está diciendo Jesús que se puede engañar a otras personas para alcanzar su meta?”  Algunos, sabiendo lo que dice san Pablo sobre la salvación por la fe sola, tendrán dificultad con la mención de obras buenas ganando la vida eterna.  Es posible que otras personas pregunten, “¿No es egoísta poner la vida eterna para sí mismo como la prioridad más alta?”  Dirijámonos a cada uno de estos reparos.

En primer lugar Jesús no está poniendo las acciones del administrador como ejemplares sino sólo su deliberación.  No está diciendo que deberíamos actuar como Pancho Villa robando a los ricos para socorrer a los pobres sino que pensemos en nuestro fin y utilicemos los medios buenos en nuestro alcance para realizarlo.  El fin que tiene en cuenta es la vida eterna y el medio es compartir de nuestros propios recursos (otra vez, el tiempo, talento, o tesoro) con los necesitados.  Jesús no tiene problema de ocupar comparaciones que nos parezcan escandalosos.  En una parábola compara a Dios con un juez corrupto que tiene que escuchar la demanda de una viuda para decirnos que Dios nos atiende las peticiones.  También manda a sus apóstoles a ser “astutos como serpientes” no para que atenten contra la gente sino que tengan cuidado de sí mismos en las misiones.

Hace quinientos años Martín Lutero  llamó la atención del mundo por recalcar lo que enseña San Pablo en la Carta a los Romanos que el hombre es salvado por la fe (4,24).  ¿Está Jesús contradiciendo la enseñanza aquí cuando dice, “Con el dinero…gánense amigos que, cuando mueran, los reciben en el cielo”?  ¡Por supuesto, no!  Para apreciar lo que quiere decir Pablo tenemos que ampliar nuestro concepto de la fe.  La fe es más que un asentimiento intelectual en Jesucristo como Hijo de Dios.  Es seguirlo como el camino de la vida.  Por eso, el mismo Pablo escribe a los Gálatas: “Lo que vale es tener fe, y que esta fe nos haga vivir con amor” (5,5).

¿Se puede poner la vida eterna como la prioridad más alta?  No Jesús pero un gran escritor ruso contó la parábola de la cebolla para responder a este interrogante.  Una vez una mujer dio una cebolla a una mendiga.  Fue la única cosa buena que hizo en toda su vida.  Cuando murió, fue enviado a un lago de fuego donde sufría mucho.  Entonces su ángel guardián recordó a Dios de la vez que dio la cebolla al pobre y Dios le mandó al ángel que ofreciera la misma cebolla a la mujer para levantarla del fuego.  Maravillosamente la cebolla no sólo sostenía a ella sino también a muchos otros que la agarraron para que salieran con ella del tormento.  Pero la mujer no quería que nadie más que ella escapara y comenzó a patear a sus compañeros.  Les gritó, “La cebolla es mía no suya”. Entonces se quebró la cebolla y todos volvieron al fuego.  Eso es a recalcar que la caridad tiene que acompañar nuestros donativos para que sean meritorios.

Por eso, que hagamos obras buenas todos los días. Pues, nuestro Señor Jesús nos las manda.  Aún más importante, que las hagamos con amor porque es el modo de él.

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