El domingo, el 12 de octubre de 2014



VIGESIMOCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 25:6-10; Filipenses 4:12-14.19-20; Mateo 22:1-14)

El padre William O’Malley enseña en un colegio en Nueva York.  Por más que treinta años ha escrito de sus experiencias con los adolescentes.  Una vez los contó a los muchachos cómo eran entre las personas más ingratas en el mundo.  Cuando le respondieron, “¿Por qué?”, les dijo que sus padres les habían dado todo lo que tenían pero los muchachos no querían hacer lo mínimo que les pidieron.  Entonces el padre O’Malley les retó a hacer una tabla de cuentas.  En una columna habían de poner el costo de comida y casa, transporte y útiles, educación y medicinas que los padres gastaron por ellos en los quince años de sus vidas.  La suma era más que cien mil dólares.  En la otra columna habían de poner los servicios que habían hecho para recompensar a sus padres – limpiar la casa, ir a la tienda, etcétera.  Tal vez sumaron a mil dólares.  Entonces el padre reveló su propósito.  Les dijo que sus padres sólo les pedían que asistieran en la misa dominical con ellos.  Pero los muchachos no querían hacer ni esta cosita.  Por eso, concluyó que son ingratos, muy ingratos.  Bueno, el evangelio de la misa hoy trata este tema de la ingratitud.

El hombre que se encuentra sin la ropa apropiada en la fiesta de bodas nos parece como mal criado.  Tal vez nos sintamos por él cuando el rey quiere echarlo a las tinieblas.  Nos preguntamos: “¿No es injusto penalizar a este pobre sin los recursos para comprar la ropa requerida?”  Sin embargo, la verdad es que no se espera de él mucho más que se espera de nosotros cuando visitamos la escuela de nuestros niños.  Como deberíamos llevar pantalones y camisa o un vestido a la escuela, él tiene que vestirse en traje de fiesta.  No es ropa ni cara ni exótica.  Todo el mundo puede conseguirlo si quiere.  Pero a este hombre no le importa que insulte al anfitrión por no llevarlo. 

La historia es un comentario sobre la vida.  El traje de fiesta simboliza una vida justa.  Es como el uniforme de enfermera que representa a una persona con que se puede contar para la ayuda.  Si nosotros no hacemos la justicia – eso es, si no damos de comer a los hambrientos y no visitamos a los encarcelados -- no tendremos lugar en el banquete celestial.

El hombre no arrepentido no es el único para privarse del banquete real.  Todos los invitados que rechazaron a los delegados del rey tampoco disfrutan de la fiesta.  El evangelista tiene en cuenta a los judíos que no aceptan la predicación de los apóstoles sobre Jesucristo.  Pero sería mejor que pensemos en la gente que ha perdido el sentido de gratitud.  No reconocen que la vida es un don de parte de Dios, en primer lugar, entonces de muchas otras personas.  Este segundo grupo incluye sus padres, sus educadores, y sus amigos.  La respuesta por todo este patrimonio debe ser dejar el mundo mejor para la generación próxima.  Sin embargo, los ingratos consideran todo lo que poseen como puro producto suyo.

Dios merece nuestro agradecimiento por las muchas cosas que tenemos.  Sobre todo lo agradecimos por el conocimiento de Su hijo, Jesucristo.  Él no sólo dio su vida para librarnos del pecado sino nos acompaña diariamente.  Asegurados de su presencia, decimos con San Pablo en la segunda lectura: todo lo podemos unidos a aquel que nos da la fuerza.  Todo lo podemos con Jesús.


No hay comentarios.: