EL VIGESIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO, 5 de
octubre de 2014
(Isaías
5:1-7; Filipenses 4:6-9; Mateo 21:33-43)
Según el
Evangelio de San Juan la mañana de la resurrección María Magdalena encuentra a
Jesús. Pero no lo reconoce. Más bien cree que vea al jardinero. No es tonta esta equivocación. En este caso María piensa que el Señor es
muerto. Pero en algunas maneras el Señor
funciona como un jardinero. Pues él nos
poda a nosotros de la maleza para que produzcamos buena fruta. Según el evangelio hoy podemos vernos no como
jardines sino como viñedos. Como siempre
debemos producir buena fruta con la ayuda del Señor.
Cada uno
de nosotros es bien dotado. Eso es, tiene
todo lo necesario para hacer algo valioso con su vida. La naturaleza humana con su integridad de
cuerpo y alma es como tierra fértil que puede dar crecimiento a todos tipos de
plantas. La fe que conoce a Dios como el
Padre amoroso es como la vid produciendo uvas.
La caridad de nuestros padres es como el abono siempre echado con
cuidado. Cristo a través de los
sacramentos nos atiende como el viñador ayudando la producción.
Todo el
proceso depende de nuestra voluntad.
Tenemos que aguantar el podar por cambiar nuestros planteamientos
erróneos. El gran líder inglés Winston
Churchill una vez dijo: “Mejorar es cambiar; y ser perfecto es cambiar a
menudo”. Podemos preguntarnos: ¿Cultivo
las virtudes que me capacitan a vivir según los valores de Cristo? Muchos preferían a sentarse mirando la tele a
desarrollar modos de actuar más auténticos.
Ya es
tiempo del fútbol americano. A los
hombres les gusta pasar el fin de semana con la atención fijada en dos, tres, o
aún más partidos. Si tienen la
costumbre, van a misa. Pero dicen que no
hay la energía para llevar la familia al parque y mucho menos para hacer un
ministerio. Las mujeres son poco
mejores. ¿No es que con las telenovelas
entremetidas con sus tareas caseras no tengan tiempo para dedicar al servicio
comunitario?
Si lo
permitimos, Jesús nos limpiará de estos excesos. Está aquí en palabra y sacramento
fortaleciendo nuestra debilidad. A
través la lectura de San Pablo nos exige que apreciemos todo “verdadero y
noble”, “justo y puro”. En el pan y vino
que vamos a compartir dentro de poco nos muestra cómo sacrificarnos para vivir
así.
Que no
pensemos en Jesús como un sargento de ejercicio. Más bien, es como nuestro hermano mayor que
nos ayuda realizarnos tanto como posible.
Como una joven llevara a su hermanita a comer para platicar con ella, él
nos habla del recinto de nuestro corazón.
En esta intimidad podemos pedirle lo “verdadero y noble” con toda
confianza. Él no va a dejarnos
desilusionados. Más bien va a limpiarnos
de la maleza de la indiferencia. Va a
hacernos producir la fruta más dulce que jamás hemos imaginado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario