El domingo, 21 de septiembre de 2014



EL VIGESIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:6-9; Filipenses 1:20-24.27; Mateo 20:1-16)

Si estuvieran a preguntarnos qué ocupación tenía Jesús, ¿cómo responderíamos?  Algunos dirían en seguida “carpintería”.  Es cierto que el evangelio de Marcos llama a Jesús “carpintero” pero dejó este oficio para seguir otro.  Al decir que era profeta es más atinado.  Pues como un Elías Jesús criticó el establecimiento de su tiempo por maltratar a la gente.  Además de ser profeta Jesús curaba a personas.  Recordamos la historia de la sanación de la mujer con la hemorragia mientras andaba para levantar de la muerte a una niña.  ¿No se puede decir también que Jesús era predicador itinerante?  Su tema era el amor de Dios y su método, contar parábolas.

La parábola del evangelio hoy es típica de Jesús.  Comienza con la frase “’El Reino de los cielos es semejante…”  Jesús está dirigiéndose a sus discípulos que andan ansiosos de su destino.   Les asegura que van a recibir una recompensa por sus sacrificios.  Esto es la buena noticia.  Sin embargo, la parábola tiene otro mensaje no tan apetecible.  Cuenta Jesús que otros que no han hecho ni la décima parte de lo que hicieron los discípulos van a recibir el mismo premio.  Su mensaje es claro: a pesar de su lote que no renieguen como los trabajadores en la parábola.

A veces nosotros sentimos la desilusión de estos trabajadores.  Nos preguntamos: “¿Es necesario levantarme para la misa dominical? ¿Tengo que prestar la mano a mi prójimo cada vez que me pida?” Aun preguntemos si es necesario que quedemos casados a la misma mujer u el mismo hombre toda la vida. Pero este tipo de pensar es minimalista mientras el reino de Dios es para los “puros de corazón”.  Ciertamente San Pablo tiene la actitud apropiada cuando dice en la segunda lectura: “…para mí, la vida es Cristo…”  La vida eterna no depende tanto de lo largo de nuestro trabajo sino del alcance de nuestra entrega del espíritu.  Y ¿qué pasará si morimos como sentimos hoy con corazón divido entre el amor de Dios y la preocupación de nosotros mismos?  En este caso la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio puede darnos consuelo.

No se lee mucho  la parábola del viñador y los trabajadores como un comentario sobre las relaciones laborales.  Pues ¿qué tipo de la justicia tendría al empleador pagando a sus obreros lo mismo, no importa el número de horas que hayan trabajado?  Es cierto que uno de los principios de la justicia laboral es pagar a cada uno según su apoyo a la obra.  Sin embargo, hay otro principio de la justicia que tenemos que considerar.  En una sociedad justa el obrero recibe lo suficiente para apoyar a su familia.  En los tiempos bíblicos el denario representaba esta cantidad.  Para darle al obrero menos que un denario significaría que su familia no tendría el pan en la mesa. 

Se puede resumir todo lo que Jesús dice aquí sobre el amor de Dios con una historia.  Una vez un hombre llegó a la casa de un rico completamente agotado.  El rico le dijo a su criada, una vieja campesina, que le tomara al pobre a la leñera para cortar leña por su comida.  Después de algunos años el rico encontró al hombre de nuevo.  El hombre, ya bien vestido, evidentemente ha hecho bien en el intervalo.  El rico se felicitó a sí mismo por haber cambiado la suerte del pobre.  El hombre le dijo que estaba agradecido.  Contó cómo la vieja criada lo había tomado a la leñera y ella misma le había cortado la leña.  Pues él había sido demasiado desgastado para trabajar. Dios nos trata a nosotros como la campesina vieja al hombre.  Él nos da lo suficiente no sólo para vivir sino para crecer en su gracia.

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