EL VIGESIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
55:6-9; Filipenses 1:20-24.27; Mateo 20:1-16)
Si estuvieran
a preguntarnos qué ocupación tenía Jesús, ¿cómo responderíamos? Algunos dirían en seguida “carpintería”. Es cierto que el evangelio de Marcos llama a
Jesús “carpintero” pero dejó este oficio para seguir otro. Al decir que era profeta es más atinado. Pues como un Elías Jesús criticó el
establecimiento de su tiempo por maltratar a la gente. Además de ser profeta Jesús curaba a
personas. Recordamos la historia de la
sanación de la mujer con la hemorragia mientras andaba para levantar de la
muerte a una niña. ¿No se puede decir también
que Jesús era predicador itinerante? Su
tema era el amor de Dios y su método, contar parábolas.
La
parábola del evangelio hoy es típica de Jesús.
Comienza con la frase “’El Reino de los cielos es semejante…” Jesús está dirigiéndose a sus discípulos que
andan ansiosos de su destino. Les
asegura que van a recibir una recompensa por sus sacrificios. Esto es la buena noticia. Sin embargo, la parábola tiene otro mensaje
no tan apetecible. Cuenta Jesús que otros
que no han hecho ni la décima parte de lo que hicieron los discípulos van a recibir
el mismo premio. Su mensaje es claro: a
pesar de su lote que no renieguen como los trabajadores en la parábola.
A veces
nosotros sentimos la desilusión de estos trabajadores. Nos preguntamos: “¿Es necesario levantarme
para la misa dominical? ¿Tengo que prestar la mano a mi prójimo cada vez que me
pida?” Aun preguntemos si es necesario que quedemos casados a la misma mujer u el
mismo hombre toda la vida. Pero este tipo de pensar es minimalista mientras el
reino de Dios es para los “puros de corazón”.
Ciertamente San Pablo tiene la actitud apropiada cuando dice en la
segunda lectura: “…para mí, la vida es Cristo…”
La vida eterna no depende tanto de lo largo de nuestro trabajo sino del
alcance de nuestra entrega del espíritu.
Y ¿qué pasará si morimos como sentimos hoy con corazón divido entre el
amor de Dios y la preocupación de nosotros mismos? En este caso la doctrina de la Iglesia sobre
el purgatorio puede darnos consuelo.
No se
lee mucho la parábola del viñador y los
trabajadores como un comentario sobre las relaciones laborales. Pues ¿qué tipo de la justicia tendría al
empleador pagando a sus obreros lo mismo, no importa el número de horas que
hayan trabajado? Es cierto que uno de
los principios de la justicia laboral es pagar a cada uno según su apoyo a la
obra. Sin embargo, hay otro principio de
la justicia que tenemos que considerar.
En una sociedad justa el obrero recibe lo suficiente para apoyar a su
familia. En los tiempos bíblicos el
denario representaba esta cantidad. Para
darle al obrero menos que un denario significaría que su familia no tendría el
pan en la mesa.
Se puede
resumir todo lo que Jesús dice aquí sobre el amor de Dios con una
historia. Una vez un hombre llegó a la
casa de un rico completamente agotado.
El rico le dijo a su criada, una vieja campesina, que le tomara al pobre
a la leñera para cortar leña por su comida.
Después de algunos años el rico encontró al hombre de nuevo. El hombre, ya bien vestido, evidentemente ha
hecho bien en el intervalo. El rico se
felicitó a sí mismo por haber cambiado la suerte del pobre. El hombre le dijo que estaba agradecido. Contó cómo la vieja criada lo había tomado a
la leñera y ella misma le había cortado la leña. Pues él había sido demasiado desgastado para
trabajar. Dios nos trata a nosotros como la campesina vieja al hombre. Él nos da lo suficiente no sólo para vivir
sino para crecer en su gracia.
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