EL SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO
(I Samuel
3:3-10.19; I Corintios 6:13-15.17-20; Juan 1:35-42)
Si es verdad que no se puede conocer a nadie sin ver cómo vive en casa,
entonces entendemos porque Andrés y el otro discípulo quieren seguir a
Jesús. Juan lo ha nombrado “el cordero
de Dios”, pero ¿qué significa este título?
¿Es el cordero un animal sacrificial, una bestia poderosa, o una
mascota? Los discípulos le vienen para
saber qué tiene en cuenta Juan con esta descripción extraña.
Pero no
es ellos que elijan a Jesús. Como
siempre en este evangelio según san Juan, Jesús controla el movimiento. Se voltea a los dos con la pregunta: “¿Qué
buscan?” Ésta no es una pregunta ligera
como: “¿Cómo podría servirles?” Más bien
Jesús está interrogándoles qué desean en el fondo de sus corazones. Si fuera a preguntarnos la misma cosa, ¿cómo
responderíamos? De verdad nuestros
deseos son mixtos. Por una parte
queremos ser ricos, cómodos, y poderosos como los grandes atletas. Por otra parte buscamos la integridad, el
honor de haber apoyado a los desafortunados, y la proximidad de una familia
cariñosa.
Porque
ni siquiera estamos ciertos de lo que queramos, a lo mejor respondemos con una
palabra ambigua como “el amor”. Pues, el
amor tiene varios sentidos: lo erótico, lo sacrificial, y algo de lo heroico y de
lo doméstico. En el evangelio los dos
hombres responden a Jesús con una tal expresión tanto ingenua como
profunda. “¿Dónde vives?” puede ser simplemente
la dirección de su vivienda o puede ser su intimidad con Dios Padre.
Pero
Jesús quiere que escojan lo mejor de la vida.
Por eso, les invita a compartir su compañía. Las palabras “Vengan a ver” representan más
que un vistazo de sus paraderos como si estuviera estrenando una casa
nueva. Siempre en este evangelio “venir”
y “ver” pertenecen a la experiencia de fe.
Cuando Jesús habla con Nicodemo, le dice: “…él que hace la verdad viene
a la luz para que se vea que sus obras han sido hechas en Dios” (3:21). “Viene a la luz” es tener la fe en Jesús, la
luz del mundo. Creer en Jesús es dejar
atrás el yo como número uno para tener a Jesús como su Señor. Es servir a los demás como ha mandato él para
guardar la esperanza de la vida eterna con él.
Tenemos
que preguntarnos si los extranjeros sienten la acogida de Jesús cuando visitan
nuestra comunidad. ¿Podemos decir a
nuestros compañeros de trabajo, “Vengan a ver” nuestra parroquia, con la
seguridad que van a ser apreciados? No
es sólo la bienvenida en la puerta antes de la misa dominical que importe aquí. También tenemos que mostrar el calor del
hogar de Jesús en la cualidad de la doctrina para los niños y en la atención a
los enfermos. En una parroquia, que está
creciendo, cada nueva familia inscrita recibe un pan de la primera clase junto
con el directorio.
Con tal
cuidado la gente no puede hacer otro que decir a sus asociados cómo hay algo
especial en la comunidad. No van a nombrarlo inmediatamente como “el
Espíritu de Cristo”, pero en tiempo van a alcanzar esta conclusión. De todos modos ellos van a hacerse apóstoles por
hablar de la bondad que han experimentado en la parroquia. Eso es lo que pasa a Andrés en la
lectura. Procede de ser un discípulo de
Juan a un discípulo de Jesús, aprendiendo de él en su casa. Entonces se hace en un apóstol predicando que
Jesús es el Mesías a su hermano Simón.
Una vez
un muchacho de dieciséis años fue a Lourdes con su mamá. El muchacho tenía un tumor cerebral, y su
mamá esperaba que se pudiera curar en el santuario allá. Cuando regresaron, el joven murió. Sin embargo, la mamá no sintió
decepcionada. Dijo que después de experimentar
la fe que encontraron en Lourdes, podían enfrentar la muerte con calma. Fue una experiencia de “Vengan y ver” que
Jesús nos invita a cada uno de nosotros.
Qué vengamos para sentir el calor del amor cristiano. Qué veamos la luz del mundo que nos guía más
allá que las riquezas, las comodidades, y el poder de este mundo. Qué aceptemos su invita a la intimidad con él
en la vida eterna. Qué aceptemos su
invita.
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