El domingo, 24 de abril de 2016



EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 14:21-27; Apocalipsis 21:1-5; Juan 13:31-33.34-35)


El joven era querido por todos.  Tenía una risa que podría tirar a cualquier persona de su tristeza.  Hace dos semanas tuvo una convulsión que tomó su vida.  Otra persona, madre de dos muchachas, tenía adición alcohólica.  Luchó por años pero no podía superarla.  Recientemente se encontró en su coche muerta evidentemente por su propia mano.  A otra mujer, una de noventa y dos años, se le quebró la cadera.  Se sometió a la cirugía, pero es muy posible que muera  sin recuperar fuerzas.  El mundo es lleno de historias aún más trágicas.  Pero estas tres, recientemente pasadas, sirven como testimonio de la tierra en que vivimos.  Según la segunda lectura del Apocalipsis esta tierra está desapareciendo.

Sin embargo, el libro del Apocalipsis tiene que ver más con el pasado que el futuro.  Se refiere a la persecución de los cristianos por el gobierno de Roma durante el primer siglo.  Exhorta a los fieles entonces que no dejen la fe en Cristo.  Les asegura que él vendrá para conquistar todas las fuerzas que les acosan.  De hecho, describe como una visión la derrota de Satanás y todos sus compatriotas.  Indica que comparado con este compendio de malevolencia, el imperio romano es no más formidable que una prostituta fea. 

El pasaje que leemos hoy retrata el escenario después de la gran batalla.  El primer cielo que traía tantos huracanes devastadores no va a atormentar a la gente más.  La primera tierra, llena con traiciones pequeñas como nuestras mentiras tanto como las pretensiones distorsionadas de ISIS para establecer una teocracia, ya no existe.  El mar, que desde el principio ha sido el depósito del mal, ha disipado.  En sus lugares se ha colocado el nuevo cielo que brilla con el sol de la justicia y la nueva tierra que resuena con la paz de Cristo.  La nueva Jerusalén es la eternidad donde los fieles que no abandonaron a Cristo vivirán felices en la compañía de los santos.

Se menciona en el evangelio la cualidad que se distingue la nueva Jerusalén de todas las otras sociedades en la historia.  El amor de Jesús vivido por todos en la nueva tierra hace la sociedad tan agradable como la familia alrededor de la mesa festejando a su madre venerable.  Este amor no es el amor con que mimamos a nosotros mismos.  Pues este tipo de amor debilitaría a los demás aún más que los apoyaría.  Ni es el amor con que tratamos a nuestros enemigos.  Casi siempre este género de amor lleva residuos de prejuicio y resentimiento.  El amor que caracteriza la nueva Jerusalén no rehúsa a esforzarse por el bien del otro.  Es la humildad de Jesús lavando los pies de sus discípulos.  Es el empeño del papa Francisco socorriendo a los refugiados.

Todos nosotros confrontamos problemas diariamente.  Sea una situación estresada en el trabajo, un familiar rencoroso en la casa, o la muerte de un ser querido, no deberíamos perder la esperanza.  Pues Cristo que ha superado tentaciones aún más formidables está luchando con nosotros.  Manteniéndonos en su amor, vamos a realizar la victoria sobre las dificultades.  Manteniéndonos en su amor, vamos a experimentar la nueva Jerusalén.

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