EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
15:1-2.22-29; Apocalipsis 21:10-14.22-23; Juan 14:23-29)
Hace dos
años el papa Francisco creó una controversia dentro de la Iglesia. Sugirió que quería permitir a algunas personas
no casadas por la Iglesia recibir la Santa Comunión. Su razonamiento era que en situaciones como
cuando hombres dejan a sus esposas para vivir con otra mujer, las esposas no fueron
responsables para el divorcio. A menudo se
casaron de nuevo para asegurar una vida no estresada para sus niños. La sugerencia del papa recibió una reacción
fuerte. Un grupo de cardenales le recordó
que la prohibición del divorcio es de Jesús mismo. Un escritor contó de gente divorciada que no se
vuelto a casar precisamente para
mantener el privilegio de recibir el Cuerpo de Cristo. El ánimo de la controversia asemeja aquel del
debate en la Iglesia primitiva que la primera lectura cuenta hoy.
Tenemos
que imaginar los dos partidos opuestos.
Pablo y Bernabé están pidiendo a los apóstoles en Jerusalén que se permita
el bautismo de los paganos sin que ellos se conviertan al judaísmo. Razonan que es Cristo que salva, no la ley
judía. Añaden que no es práctico, mucho
menos bondadoso, pedir a los hombres adultos someterse a la circuncisión. Al otro lado de la cuestión están los judíos
que han aceptado a Jesús pero no quieren dejar atrás sus tradiciones. Piensan que si su pueblo fue escogido por
Dios, entonces el primer paso a la salvación es hacerse judío. Además, no quieren comer la carne del
cochino, el animal más sucio que hay en su manera de ver.
Al final
los apóstoles deciden no exigir la conversión al judaísmo. Indican que a la base de su decisión queda el
amor por decir que no quieren imponer a los paganos más cargas que sean necesarias. Además reclaman que el Espíritu del amor fue
partidario de la decisión. Este es el
mismo Espíritu que Jesús les promete a sus discípulos en el evangelio para
confirmarlos en su voluntad.
El mes
pasado el papa Francisco publicó su exhortación apostólica La Alegría del Amor sobre el matrimonio. Se puede decir que llama la atención tanto
por lo que no dice que lo que dice. No
proporciona pautas para dar la hostia a aquellas personas no casadas por la
Iglesia. Más bien afirma lo ideal del
matrimonio como una alianza indisoluble hasta la muerte. Pero a la misma vez se atreve a tratar de casos
en los cuales personas no casadas por la Iglesia sienten convencidas de lo correcto
de sus situaciones. Recomienda que estas
parejas dialoguen con sus párrocos para discernir el curso que deberían
tomar. Sugiere que no será
necesariamente lo que dicten las reglas.
Pues, hay reglas que acomodan el despachar problemas pronto en lugar de
examinarlos en todo su complejidad.
Como se
ha hecho su marca, el papa exhorta la misericordia en los tratamientos con
aquellos en matrimonios irregulares.
Dice que no deben ser rechazados sino incluidos y valorados. Pide que sean integrados en la vida de la
parroquia en cuanto sea posible. Según
el papa, la misericordia exige que los que no están casados por la Iglesia sean
acompañados para que puedan discernir la voluntad verdadera de Dios para ellos.
La Alegría del Amor recomienda tres palabras que hacen el
matrimonio feliz: “permiso”, “gracias”, y “perdón”. Estos términos expanden el amor como si
fueran llaves abriendo el alma a cámaras cada vez más grandes. “Permiso – diría el papa – discierne bien lo
que Dios quiere para ti en cada paso de tu vida”. “Gracias – añadiría – por
acompañar y no rechazar a aquellos que se encuentren en problemas”. Finalmente, “perdón – concluiría – por
haberte creado controversia pero es necesario para que se muestre la
misericordia en todos casos”. Que se muestre
la misericordia en todos casos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario