LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR, 8 de mayo de 2016
(Hechos
1:1-11; Hebreos 9:24-28.10:19-23; Lucas 24:46-53)
El
sacerdote hindú estuvo encima de una montaña. Era persona fuerte y diestra. Tomó en mano cada animal entregado por la
gente, sea paloma o cabra. Le dio unos tajos
con su navaja robando la bestia de su vida.
Su rol como lo de sus contrapartes en toda religión de la tierra era
ofrecer sacrificios a Dios. La segunda
lectura de la Carta a los Hebreos muestra a Jesús desempeñando este mismo rol.
Pero hay
diferencia entre Jesús y otros sacerdotes.
Según el autor de Hebreos Jesús no tiene que ofrecer a muchos
sacrificios como los demás. Explica que su
único sacrificio fue perfecto porque él nunca pecó. Es como si en un lado hay el diamante real ofrecido
como un sacrificio y al otro lado hay varias piedras. Si hubiera un millón de piedras, no podrían
recompensar para el diamante. Porque su
sacrificio vale tanto, todos aquellos que se arrimen a Jesús pueden
aprovechárselo para redimirse del pecado.
Ahora –
el Día de la Ascensión -- celebramos a Jesús entrando en el santuario del
cielo. No se puede especificar el
lugar. Hablamos del “cielo” como si
fuera un recinto espiritual, pero si su cuerpo resucitó de la muerte, hay que
ser un espacio físico. Pero no importa
dónde sea. Para el autor de la Carta a
los Hebreos lo importante es que Jesús está abogando por la gente. Como ganó el perdón de sus pecados por la
cruz, está asegurando su salvación por sus rezos. Pide a Dios Padre las gracias para que sus
seguidores cumplan Su voluntad. Necesitarán
la gracia para dar de comer a los hambrientos en el barrio bajo y visitar a los
encarcelados cuando preferían ver el partido de futbol.
Hace algunos
años un encarcelado católico de una prisión en Texas este escuchó Radio
Guadalupe. Porque él sentía el desprecio
de parte de la mayoría en la institución, el prisionero escribió la emisora
pidiendo ayuda. Enterándose de la
necesidad, un católico laico en Dallas formó un ministerio carcelario. Ahora un grupito de hombres maneja dos horas
semanalmente para enseñar a los prisioneros cómo hacer la meditación espiritual. La gracia de Dios funciona en esta
manera. Mueve a la gente en mil maneras
para desempeñar las obras de la misericordia.
Este
domingo también celebramos el Día de Madre.
Honramos a nuestras mamás porque actúan como Jesús, el sacerdote
eterno. Como Jesús, nuestras madres han
hecho sacrificios por nosotros.
Ciertamente, no es una vez para siempre sino continuamente. Desde el día de nuestro nacimiento cuando
arriesgaron sus vidas para darnos la luz del día hasta el día hoy cuando rezan
por nuestro bien, se han negado a sí mismas para apoyarnos. No estamos diciendo que el amor de Jesús refleje
lo de la madre sino el contrario. El
cuidado que nos proporcionan nuestras madres se asemeja lo de Jesús cuando nos nutre
con su cuerpo y sangre en la misa. El profeta Isaías tiene razón cuando dice:
“’… ¿acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues aunque ella
lo olvide, yo no te olvidaré.’”
Una
mujer insistió que su hija se bautizara.
No había ido a misa pero aparentemente estaba lista a comenzar la
práctica. Quería rezar que su hija conozca
el amor de Dios. Ésta es la oración que las madres hacen regularmente. Refleja la oración que hace Jesús por aquellos
que se arrimen a él. Hoy, el Día de
Madre, les agradecemos a nuestras madres por ella y por todos los sacrificios
que nos han hecho. Hoy agradecemos a
nuestras madres por todos sus sacrificios por nosotros.
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