LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO
(Génesis
14:18-20; I Corintios 11:23-26; Lucas 9:11-17)
El
muchacho sentió como uno de la familia. Fue
a buscar a su amigo en su casa todas las tardes. Muchas veces llegó cuando la familia estaba alrededor
de la mesa cenando. Invariablemente el
padre de la familia invitó al muchacho sentarse a comer. El hombre entendió cómo dar de comer a uno
reconoce su humanidad, eso es, su participación en la misma familia
humana. Jesús trata a la gente con la
misma reverencia en el evangelio hoy.
Los
discípulos quieren que Jesús despida la multitud. No son malos ni mezquinos, sólo preocupados
que no tienen alimentos para tantas personas.
No se dan cuenta de las posibilidades de la fe. Jesús, en cambio, sabe que Dios provee lo que
le hace falta al hombre cuando le confía.
Insiste que los discípulos preparen a la gente a comer. Nosotros sentimos así cuando en el apuro telefoneamos
a nuestros parientes para socorro.
Como
pensábamos, nuestro hermano llega en su coche dentro de minutos. Así Dios asegura que todos los que han
acudido a Jesús coman hasta saciarse.
Pero el pan y pescado que consumen es más que la dieta campesina. Es prenda del banquete que van a disfrutar en
la compañía de los santos al final de los tiempos. Es cierto que no hay vino y manjares en el
desierto. Pero la falta de deleites es
más que recompensada por la presencia de Jesús que alegrará cualquier corazón.
Como
Jesús reconoce la dignidad humana por darles a todos de comer, así deberíamos
nosotros. Esto aplica no sólo a las personas que vienen a nuestra mesa con
hambre sino también a aquel que no quiere comer. Particularmente cuando se hacen ancianas,
algunas gentes rehúsan comida. Sienten
cansados de la vida y desean morir. A lo
mejor están deprimidos, pero la depresión clínica no es razón para retenerles
el alimento. No debemos forzar a nadie a
comer. Sin embargo, es nuestro menester
alentarlos a comer si pueden. Además, si
por falta de conciencia de parte del enfermo, nos toca la decisión a
alimentarles, deberíamos responder afirmativamente. Hay excepciones para esta regla como cuando la
persona está agonizando. Pero en general
la comida y la bebida constituyen sólo el cuidado humano debido a todos.
Hoy día
varias personas incluyendo médicos no reconocen la obligación de proveer la
nutrición y la hidración. Parecen ver la
persona humana como un bulto de deseos y habilidades que cuando disipen, pierde
razón de seguir viviendo. Les falta el
aprecio del hombre o la mujer como imagen de Dios siempre digna de cuidado
básico. Por lo tanto recomiendan que se
les prive de alimentos si llegan a un estado bien deteriorado. En un caso
reciente en Canadá la familia de una anciana sufriendo de la demencia pidió al
asilo donde vivía que no le diera de comer.
No es
fácil para la familia cuidar a un pariente muy enfermo. Le cuesta la energía tanto emocional como
física. Pero es la prueba del amor no
sólo a la persona humana sino también a Dios.
Cuando no esquivamos el reto, nos probamos como discípulos de Jesús en
camino a la gloria.
Hoy
celebramos el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Reconocemos en el pan y la sangre eucarístico más que lo cual nos
aparece. Es la nutrición y la hidración
que nos hacen como nuestro Salvador. Nos
elevan los ojos para que veamos cada persona como imagen de Dios digna de
cuidado. Nos fortalecen de modo que proveamos
este cuidado a nuestros parientes enfermos.
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