EL DECIMOTERCER DOMINGO ORDINARIO
(I Reyes 19:16.19-21; Gálatas 5:1.13-18; Lucas 9:51-62)
Dentro
de poco los Estados Unidos van a celebrar su independencia. La historia es bien conocida. Hace dos cientos
cuarenta años los colonos de Norte América lucharon contra la tiranía de los
ingleses. Brindaban la libertad como su
causa. Muchos derramaron sangre para cumplir
el objetivo. Al final ¿lo hicieron? De una manera, sí; el ejército inglés huyó del
país. Pero de otra manera, no. Por el análisis de San Pablo en la segunda
lectura se puede decir que la nación sigue bajo el dominio foráneo.
Pablo
escribe a los gálatas: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres”. No tiene en cuenta la liberación de esclavos. Pues Pablo se da cuenta que algunos bautizados
en Cristo viven sometidos a sus amos.
No, lo que quiere decir es que Cristo ha vencido el pecado de modo que
no les enrede más a sus seguidores. Muchos
alcohólicos por todas partes del mundo reconocen esta gracia. Aferran a Cristo como el salvador de su
debilidad ante la cerveza.
Sin
embargo, algunos no hace la decisión firme a dejar de tomar. Al escuchar intercesiones en la misa por los
encarcelados y los condenados, una madre se recuerda de su hijo. El joven se ha probado a ser alcohólico
irreformable. Es cierto que el
alcoholismo es una enfermedad. Sin
embargo, en cuanto el alcohólico anteponga su deseo ante la voluntad de Dios
por su bienestar también es pecado. Con
un alcance mucho más amplio la pornografía ya está esclavizando a muchos jóvenes. Grandes números la miran regularmente para
experimentar el placer sexual. También la
pornografía puede ser patología, pero igualmente tiene su raíz en el pecado. En la lectura Pablo ruega a los gálatas: “… no
se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud”.
Si viviera hoy en día, tendría la pornografía en cuenta.
Pablo
está exhortando a los gálatas que no busquen la superación del pecado en la ley
judía. Según él la ley no puede salvar a
nadie del pecado; sólo puede acusarlo de ello. Señala al Espíritu Santo como el
recurso para vivir libres del pecado.
Este don trae el amor que resume todos los preceptos de la ley. Con el amor verdadero los jóvenes se dan
cuenta de que la pornografía perjudica a sí mismos junto con otras
personas. Por el amor verdadero a sí
mismo la persona reconoce cómo la pornografía le pone bajo el deseo a la vez
incesante y desmoralizante. Por el amor a
los demás se da cuenta de que la pornografía ve a las mujeres como objetos de
la violación. Además notan cómo la
pornografía pondrá en peligro a sus esposas en el futuro por cementar en sí
mismos deseos animales.
Vivimos
de acuerdo con el ímpetu del Espíritu cuando respondemos al llamado de Jesús en
el evangelio. El Señor nos llama a cada
uno de nosotros como al joven: “Sígueme”. Hay muchos modos a hacerlo, pero uno sobresale
aquí. Hemos de seguir a Jesús por
cumplir la voluntad de Dios. Jesús ha
dedicado su vida a anunciar el reino de Dios.
Ya sabe que su destino es entregarse a la muerte para realizar este
reino. No lo esquiva; más bien se fija
en ello. Así queremos dejar atrás los
antojos del placer ilícito para ser testigos del reino. Significa que resistamos el grito a cumplir
los deseos oscuros. Sabemos que para heredar el reino que Jesús nos ganó tenemos
que negar estos deseos pecaminosos.
Ya los
quioscos están vendiendo los cohetes por millones para el cuarto de julio. Está bien participar en las celebraciones del
Día de la Independencia. Pero que nos
demos cuenta de que la independencia no es la verdadera libertad. La primera se ganó por el derrame de sangre
de los colonos hace dos cientos cuarenta años.
Por ello no somos sometidos a ejércitos foráneos. La segunda se ganó por la sangre de
Jesucristo. Por ello el pecado no nos
esclavice. Es un beneficio más
amplio. Podemos tratar a todos aún a
nosotros mismos con el amor verdadero.
Con la libertad de Cristo podemos amar a todos.
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