LA PASCUA DEL SEÑOR
(Romanos 6:3-11; Mateo
28:1-10)
Se dice
que es difícil encontrar asiento en la sinagoga en sólo dos días del año. Todos los judíos quieren participar en los
ritos del Año Nuevo Judío y del Día del Perdón.
Fuera de estos días no hay ningún problema acomodarse en los
templos. En muchos países es igual con
los católicos en las fiestas de la Navidad y de la Pascua. Pero este año es diferente. No habrá nadie en la misa de la Pascua menos
el sacerdote, el diácono, y -- tal vez – la organista.
La gente
estará en sus casas con algunos sufriendo la soledad. Se han advertidos los ancianos que no debieran
atrapar el virus. También aquellas
personas que viven solas se sentirán desertadas sin la oportunidad de salir con
sus amistades. Sí, es cierto estas
gentes pueden hablar con otros por teléfono y con FaceTime. Pero aparatos casi nunca reemplazan la
presencia física de otra persona.
Esta
Pascua habrá más sentido del aislamiento, abandono, y tal vez la desesperación
que nunca en el pasado recordado. Nuestra
experiencia asemeja la ordalía de Cristo en la cruz en el Evangelio según San
Mateo. Lo han abandonado sus discípulos
por mucho. Aquellas personas que han
llegado a la cruz se burlan de él. Y el
cielo vertiéndose oscuro crea el temor en todos. Las palabras de Jesús – las únicas que emite
de la cruz – revelan su angustia. No
más llama a Dios “Padre” como en el jardín.
Dice “Dios mío…” como cualquier otra persona en la agonía. Entonces sigue a una conclusión penosa: “¿Por
qué me has abandonado?”
Pero
Dios no lo ha olvidado. Los eventos que
pasan después que expira muestran el acompañamiento de Dios Padre por todo el
tormento. El velo en el templo se rasga,
la tierra se tiembla, y los soldados romanos lo proclaman a Jesús “’Hijo de
Dios’”. Después un día completo hay aún
mayor testimonio de la presencia del Padre a su Hijo. El sepulcro de Jesús se abre con un
terremoto. La guardia puesta para
mantener al muerto como muerto se hace como muerta. Entretanto el muerto se levanta a nueva
vida. Entonces Jesús aparece a las
mujeres asegurándoles que ha resucitado.
También las envía en una misión a sus discípulos.
San
Pablo dice en la Carta a los Romanos que si hemos muerto con Cristo, viviremos
con él. El pecado no más nos tendrá
presos. Más bien estaremos libertados de
los confines mezquinos del yo para vivir el amor ancho y beneficioso de
Jesús. Podemos ver este amor de Cristo
en los santos – tanto aquellos canonizados por la Iglesia como los que muestran
el amor extraordinario entre nosotros ahora.
Se ven muchos actuando como santos estos días trabajando contra la
Covid-19. Una médica española atienda a
pacientes todo el día sin tiempo para consultar a sus colegas. Dice ella: “Es muy duro lo que estamos
viviendo, pero intento vivirlo desde Dios. Esto me ayuda a tener alegría y
profundidad”.
Un amigo
me preguntó: “¿Dónde está Dios en toda esta (pandemia)?” No es fácil contestar con el prospectivo de
muchos muriendo y muchísimos más sin trabajo y recursos. Pero ahora con la fiesta de Pascua podemos
responder con alguna confianza. Dios
está recordando a todos que no vivimos por nosotros mismos sino por los demás. Por esta razón nos quedamos en la casa para
que no se propague el virus. Dios está
instigando actos de caridad en todos lados.
Muchas familias ya están haciendo sándwiches para los desamparados. También Dios está inspirando a los
científicos a buscar un remedio a Covid-19.
Haber resucitado a Jesús, Dios está recreando a nosotros como nuevos
hombres y mujeres. No somos
abandonados. Jesús, el Hijo resucitado
de Dios, está con nosotros.
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