El domingo, 22 de agosto de 2021

 VIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO, 22 de agosto de 2021

(Josué 24:1-2.15-17.18; Efesios 5:21-32; Juan 6:55.60-69)

En un episodio de "Los Simpson", el descarado Bart hace la bendición antes de la comida por la familia.  Dice: "Querido Dios, nosotros mismos pagamos para todas estas cosas, ¡así que gracias por nada!"  El desgraciado no quiere reconocer a Dios como la fuente de ningún bien de la familia ¡porque pagan sus cuentas!  ¿Es así con nosotros?  ¿Acreditamos a Dios sólo los beneficios cuyos orígenes no podemos explicar?  O ¿creemos que Dios está en medio de todo lo que hacemos llevándolo a un final satisfactorio?

En la primera lectura los israelitas se dan cuenta de que ha sido la mano de Dios que les ha traído a donde están.  Aunque nunca han visto a Dios conduciéndoles de Egipto o facilitándole la ocupación de la Tierra Prometida, creen que Él era responsable por los logros inesperados.  Saben intuitivamente que nunca habría sido posible mantenerse unidos, mucho menos ver hundido en el mar el ejército del Faraón, si Dios no los acompañaba.  Ciertamente Josué, su líder, no duda que este es el caso.  Declara delante de todos: “’En cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor’”.

Ahora deberíamos preguntarnos acerca de algo semejante.  Desde que el evangelio se refiere a la presencia de Cristo en la Eucaristía, tenemos que preguntar si creemos en ella.  También, ¿creemos que la misa nos lleva más cerca a Dios y eventualmente nos permitirá entrar en la vida eterna?  O ¿nos servirá mejor pasar una hora extra de descanso en el domingo o, tal vez, ver una película educativa?

Cada uno tiene que responder a estas interrogantes por sí mismo.  Creo que la mayoría de nosotros responderemos que sí Cristo es presente en la hostia y que nos provecha recibirlo en la misa.  Diremos esto porque, como los discípulos en el evangelio, sabemos que él tiene “palabras de vida eterna”.  En su autobiografía el gran líder hindú Mahatma Gandhi describe cómo ocurrió que conoció a Cristo por sus palabras de sabiduría. 

Dice Gandhi que los primeros cristianos que había conocido en la India le disgustaron.  Vio a los misioneros cristianos burlándose de la religión hindú e insistiendo que los conversos comieran la carne, cosa repugnante para los hindúes más devotos.  Sin embargo, después, cuando estudiaba en Londres, encontró a un cristiano vegetariano.  El hombre le imploró que leyera el evangelio. Cuando lo hizo – dice -- el Sermón del Monte le tocó el corazón. Gandhi nunca aceptó a Cristo como nosotros, pero lo reconoció como el maestro supremo por su enseñanza acerca del amor.  Semejante a nosotros, Gandhi podía ver que Jesús practicó lo que predicaba cuando murió en la cruz.

La segunda lectura pide tal amor de ustedes esposos.  “Así los maridos deben amar a sus esposas…” Este amor se da a sí mismo por el bien de la esposa, aunque le cueste muchísimo al marido.  El año pasado se reportó que un viejo quería internarse en un asilo durante el confinamiento de Covid.  Su motivo era darle a su esposa con Alzheimer ya internada la atención que necesitaba.  Su amor ciertamente cumple la exigencia de la lectura.

Este es el último domingo este año en que reflexionamos en el discurso Eucarístico del Evangelio según San Juan.  Pero apenas es la última vez que vayamos a tocar el tema.  Pues la Eucaristía es “la fuente y la cumbre de nuestra vida cristiana”.  Es la fuente porque hace presente el sacrificio de Jesús por nuestros pecados.  Es la cumbre porque en ella encontramos a Jesús lo cual esperamos al final de los tiempos para levantarnos de la muerte.  Al consumirla, nos hacemos más como Jesús mismo.  Nos hace más bondadosos y amorosos, más dispuestos a dar a nosotros mismos por el bien de los demás.

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