El domingo, 20 de marzo de 2022

 TERCER DOMINGO DE CUARESMA

(Éxodo 3:1-8.13-15; I Corintios 10:1-6.10-12; Lucas 13:1-9)

Dicen los filósofos que hay dos tipos de maldad.  Los hombres hacen la maldad moral.  Hemos visto una instancia de este tipo en la invasión de Ucrania.  Es evidente que el presidente de Rusia quiere someter a un país autónomo bajo su dominio.  El otro tipo de maldad se llama “natural”.  Por todos los daños que ha creado, el virus Covid bien representa la maldad natural.

Se pregunta cuál tipo de maldad es peor.  La maldad moral ciertamente causa gran acongoja personal.  Los padres que han sufrido el asesinato de un hijo sienten tremendamente afligidos.  Pero ¿cómo puede comparar esa tristeza con todo el sufrimiento experimentado en el tsunami de 2004?  ¡La catástrofe tomó más de 227,000 vidas!  Comoquiera pesemos la gravedad de los dos tipos de maldad, Jesús trata la maldad de otra manera. Lo encontramos en el evangelio ahora escuchando una historia horrífica de maldad moral.

Unos hombres reportan a Jesús la matanza de galileos por Pilato. Jesús añade al reportaje un caso conocido de maldad natural.  Hace poco una torre cayó sobre una muchedumbre aplastando a dieciocho personas.  ¡Qué tragedia!  Pero, curiosamente, Jesús no expresa horror en las maldades.  Ni comenta, como la costumbre del tiempo, sobre la culpabilidad de las víctimas como fuente de la maldad.  Solo se fija en el significado de la maldad para la gente que lo rodea. 

Llama su atención al hecho que las víctimas en los dos casos pudieran haber sido ellos mismos.  Entonces les insta que se arrepientan para que eviten condenación en el juicio cuando mueran.  En otras palabras, no solo deberían preocuparse de la maldad que puede pasar a ellos mismos.  Deben preocuparse aún más de la maldad que ellos mismos han hecho.  Es como nuestras madres solían decirnos: “No importa lo que hacen los demás, cuídate que siempre hagas lo correcto”.

Entonces Jesús echa una historia para clarificar su intención.  Una higuera no puede continuar para siempre sin dar fruto.  Si no produce higos, va a ser destruida.  Además, la higuera tiene que fructificar muy pronto.  Es igual con nosotros.  Ya es el tiempo para cambiar nuestros modos de vivir paraque produzcamos buenas obras.  Tenemos que dejar la flojera atrás para vivir de acuerdo con los modos de la justicia y el amor. 

Una familia una vez era como todas las otras.  Se identificaban como católicos, pero no asistían en la misa a menudo.  Por la mayor parte les gustaba mirar el fútbol en la tele y festejar con sus amigos.  Entonces por algún acto de gracia, comenzaron a hacer caso a la palabra de Dios.  Se convirtió en una familia dedicada al Señor.  Un día los médicos le dieron a la mamá de la familia una diagnosis terminal.  Era difícil para todos.  Sin embargo, arraigada en la gracia podían enfrentar el cáncer con calma. 

Se puede ver la fuente de la gracia de esta familia en la primera lectura.  Dios le da a Moisés su nombre.  Ahora los israelitas pueden llamarlo cuando caigan en apuro.  Será siempre disponible a socorrerlos.  En la segunda lectura San Pablo da testimonio al beneficio de tener a Dios atento a las súplicas. Los israelitas comen y beben en el desierto por la gracia del Señor.

Estamos para entrar en la primavera.  Es el tiempo de cambio.  La naturaleza despierta de la flojera del invierno para producir los frutos del verano.  Pronto vamos a ver las flores en los árboles y los retoños en el campo.  Jesús quiere que hagamos un cambio semejante. Somos para dejar mirar la tele un poco para escuchar más a la palabra del Señor.  Somos para desconocer lo que hacen los demás para prestar mano a los afligidos.

Para la reflexión: ¿Por qué solemos enfocar en la maldad que otros hacen mientras no damos cuenta de nuestra propia maldad?


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