TERCER DOMINGO DE CUARESMA
(Éxodo
3:1-8.13-15; I Corintios 10:1-6.10-12; Lucas 13:1-9)
Dicen los filósofos que hay dos tipos de maldad. Los hombres hacen la maldad moral. Hemos visto una instancia de este tipo en la
invasión de Ucrania. Es evidente que el
presidente de Rusia quiere someter a un país autónomo bajo su dominio. El otro tipo de maldad se llama
“natural”. Por todos los daños que ha
creado, el virus Covid bien representa la maldad natural.
Se pregunta cuál tipo de maldad es peor. La maldad moral ciertamente causa gran
acongoja personal. Los padres que han
sufrido el asesinato de un hijo sienten tremendamente afligidos. Pero ¿cómo puede comparar esa tristeza con
todo el sufrimiento experimentado en el tsunami de 2004? ¡La catástrofe tomó más de 227,000
vidas! Comoquiera pesemos la gravedad de
los dos tipos de maldad, Jesús trata la maldad de otra manera. Lo encontramos
en el evangelio ahora escuchando una historia horrífica de maldad moral.
Unos hombres reportan a Jesús la matanza de galileos por
Pilato. Jesús añade al reportaje un caso conocido de maldad natural. Hace poco una torre cayó sobre una
muchedumbre aplastando a dieciocho personas.
¡Qué tragedia! Pero,
curiosamente, Jesús no expresa horror en las maldades. Ni comenta, como la costumbre del tiempo,
sobre la culpabilidad de las víctimas como fuente de la maldad. Solo se fija en el significado de la maldad
para la gente que lo rodea.
Llama su atención al hecho que las víctimas en los dos casos
pudieran haber sido ellos mismos. Entonces
les insta que se arrepientan para que eviten condenación en el juicio cuando
mueran. En otras palabras, no solo
deberían preocuparse de la maldad que puede pasar a ellos mismos. Deben preocuparse aún más de la maldad que
ellos mismos han hecho. Es como nuestras
madres solían decirnos: “No importa lo que hacen los demás, cuídate que siempre
hagas lo correcto”.
Entonces Jesús echa una historia para clarificar su
intención. Una higuera no puede
continuar para siempre sin dar fruto. Si
no produce higos, va a ser destruida.
Además, la higuera tiene que fructificar muy pronto. Es igual con nosotros. Ya es el tiempo para cambiar nuestros modos
de vivir paraque produzcamos buenas obras.
Tenemos que dejar la flojera atrás para vivir de acuerdo con los modos
de la justicia y el amor.
Una familia una vez era como todas las otras. Se identificaban como católicos, pero no
asistían en la misa a menudo. Por la
mayor parte les gustaba mirar el fútbol en la tele y festejar con sus
amigos. Entonces por algún acto de
gracia, comenzaron a hacer caso a la palabra de Dios. Se convirtió en una familia dedicada al
Señor. Un día los médicos le dieron a la
mamá de la familia una diagnosis terminal.
Era difícil para todos. Sin
embargo, arraigada en la gracia podían enfrentar el cáncer con calma.
Se puede ver la fuente de la gracia de esta familia en la
primera lectura. Dios le da a Moisés su
nombre. Ahora los israelitas pueden
llamarlo cuando caigan en apuro. Será
siempre disponible a socorrerlos. En la
segunda lectura San Pablo da testimonio al beneficio de tener a Dios atento a las
súplicas. Los israelitas comen y beben en el desierto por la gracia del Señor.
Estamos para entrar en la primavera. Es el tiempo de cambio. La naturaleza despierta de la flojera del
invierno para producir los frutos del verano. Pronto vamos a ver las flores en los árboles y
los retoños en el campo. Jesús quiere
que hagamos un cambio semejante. Somos para dejar mirar la tele un poco para
escuchar más a la palabra del Señor.
Somos para desconocer lo que hacen los demás para prestar mano a los
afligidos.
Para la reflexión: ¿Por qué solemos enfocar en la maldad que
otros hacen mientras no damos cuenta de nuestra propia maldad?
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