El domingo, 13 de marzo de 2022

 

EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

(Génesis 15:5-12.17-18; Filipenses 3:17-4:1; Lucas 9:28-36)

Hay una organización de hombres que ha llamado mucha atención.  No es un escuadrón de militares.  Ni es una banda de músicos.  Por la mayor parte la organización consiste en padres de familia que se reúnen para apoyar a uno a otro vivir rectamente.  Se llama la organización “Cumplidores de promesas”.  Los hombres prometen cumplir sus papeles como maridos y padres por practicar la virtud.  Nos recordamos de este grupo con las lecturas de la misa hoy. En ellas vemos a Dios demostrando cómo va a cumplir sus promesas.

Dios prometió a Abram que iba a tener una gran nación como su herencia. Sin embargo, el hombre se ha hecho viejo sin tener ni a un hijo.  En la lectura Dios confirma su promesa: los descendientes de Abram serán tan numerosos como las estrellas en el cielo nocturno.  Entonces Dios hace una alianza con Abram.  Sus descendientes no sólo serán numerosos sino también habitarán una gran tierra.

Probablemente los ucranios ahora, como Abram en la lectura, tienen dificultad creer en la bondad de Dios.    Están sufriendo tanto que les cueste creer que Dios está con ellos.  Buscan una señal propicia que no perderán todo.  Posiblemente la única esperanza que se puede extender a los ucranios sea la promesa de Pablo en la segunda lectura.  Pablo dice a los filipenses que son ciudadanos del cielo.  Si siguen a Jesús, tanto sus cuerpos como su sufrimiento serán transformados. 

En el evangelio encontramos al Señor llevando a tres discípulos a una montaña.  Acabó de contar al grupo entero que él iba a sufrir la muerte en Jerusalén.  Añadió que también será levantado de la muerte.  Entonces les prometió que ellos a turno sufrirán por asociarse con él.  Pero no será por nada. Ellos también compartirán con él la vida eterna. 

En la montaña los tres reciben una vislumbre del cumplimiento de estas promesas.  Se transforman las vestiduras de Jesús de modo que revelen su gloria.  La voz del Padre da otro testimonio de la verdad de su venidera muerte y resurrección.  Ella proclama que Jesús es su “Hijo”, su “escogido”.  Por decir “mi escogido” Dios asocia a Jesús con el Siervo doliente del profeta Isaías.  Durante la Semana Santa vamos a ver a este hombre prefigurando a Jesús como redentor del pueblo.  Por decir “mi Hijo”, Dios asegura a los discípulos que Jesús ocupará el lugar a su derecha en el cielo.

¿Pueden los ucranios estar contentos con la promesa de la gloria para los discípulos?  ¿Podemos estar contentos nosotros con ella?  Nosotros humanos somos mezcla de cuerpo y alma.  Las pasiones del cuerpo pueden superabundar las creencias de la mente.  Particularmente como el miedo y el deseo pueden callar la voz de la consciencia.  Pero no somos solos en la lucha para dominar las pasiones.  Tenemos a los santos como modelos para imitar e intercesores para rezar por nosotros.  San Óscar Romero, el arzobispo de San Salvador, aguantó las amenazas de los militares de su país.  Sabía que sufrirá el martirio, pero nunca dejó su predicación del evangelio.  Tenemos que pedir al Señor que siempre nos quedemos fieles.  Entonces tenemos que conformar a nuestras vidas al suyo.

Cuando se mencione la transfiguración, pensamos en la transfiguración de Jesús en la montaña.  Sin embargo, podríamos pensar en nuestra transfiguración también.  Particularmente por nuestros esfuerzos durante la Cuaresma, esperamos que nos transfiguremos. Que mostremos más agradecimiento a Dios, más paciencia con los débiles, y más amor para el prójimo.  ¡Que procuremos crecer en estas maneras sea nuestra promesa esta Cuaresma!

PARA LA REFLEXIÓN: ¿Qué señal veo para asegurar que Dios me acompaña?

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