EL
SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
(Génesis
15:5-12.17-18; Filipenses 3:17-4:1; Lucas 9:28-36)
Hay una organización de hombres que ha llamado
mucha atención. No es un escuadrón de militares. Ni es una banda de músicos. Por la mayor parte la organización consiste
en padres de familia que se reúnen para apoyar a uno a otro vivir rectamente. Se llama la organización “Cumplidores de
promesas”. Los hombres prometen cumplir sus
papeles como maridos y padres por practicar la virtud. Nos recordamos de este grupo con las lecturas
de la misa hoy. En ellas vemos a Dios demostrando cómo va a cumplir sus
promesas.
Dios prometió a Abram que iba a tener una
gran nación como su herencia. Sin embargo, el hombre se ha hecho viejo sin
tener ni a un hijo. En la lectura Dios confirma
su promesa: los descendientes de Abram serán tan numerosos como las estrellas
en el cielo nocturno. Entonces Dios hace
una alianza con Abram. Sus descendientes
no sólo serán numerosos sino también habitarán una gran tierra.
Probablemente los ucranios ahora, como
Abram en la lectura, tienen dificultad creer en la bondad de Dios. Están
sufriendo tanto que les cueste creer que Dios está con ellos. Buscan una señal propicia que no perderán
todo. Posiblemente la única esperanza
que se puede extender a los ucranios sea la promesa de Pablo en la segunda
lectura. Pablo dice a los filipenses que
son ciudadanos del cielo. Si siguen a
Jesús, tanto sus cuerpos como su sufrimiento serán transformados.
En el evangelio encontramos al Señor
llevando a tres discípulos a una montaña.
Acabó de contar al grupo entero que él iba a sufrir la muerte en
Jerusalén. Añadió que también será
levantado de la muerte. Entonces les prometió
que ellos a turno sufrirán por asociarse con él. Pero no será por nada. Ellos también compartirán
con él la vida eterna.
En la montaña los tres reciben una
vislumbre del cumplimiento de estas promesas.
Se transforman las vestiduras de Jesús de modo que revelen su
gloria. La voz del Padre da otro testimonio
de la verdad de su venidera muerte y resurrección. Ella proclama que Jesús es su “Hijo”, su
“escogido”. Por decir “mi escogido” Dios
asocia a Jesús con el Siervo doliente del profeta Isaías. Durante la Semana Santa vamos a ver a este
hombre prefigurando a Jesús como redentor del pueblo. Por decir “mi Hijo”, Dios asegura a los
discípulos que Jesús ocupará el lugar a su derecha en el cielo.
¿Pueden los ucranios estar contentos con la
promesa de la gloria para los discípulos?
¿Podemos estar contentos nosotros con ella? Nosotros humanos somos mezcla de cuerpo y
alma. Las pasiones del cuerpo pueden superabundar
las creencias de la mente. Particularmente
como el miedo y el deseo pueden callar la voz de la consciencia. Pero no somos solos en la lucha para dominar
las pasiones. Tenemos a los santos como
modelos para imitar e intercesores para rezar por nosotros. San Óscar Romero, el arzobispo de San
Salvador, aguantó las amenazas de los militares de su país. Sabía que sufrirá el martirio, pero nunca
dejó su predicación del evangelio. Tenemos
que pedir al Señor que siempre nos quedemos fieles. Entonces tenemos que conformar a nuestras vidas
al suyo.
Cuando se
mencione la transfiguración, pensamos en la transfiguración de Jesús en la
montaña. Sin embargo, podríamos pensar
en nuestra transfiguración también. Particularmente
por nuestros esfuerzos durante la Cuaresma, esperamos que nos transfiguremos. Que
mostremos más agradecimiento a Dios, más paciencia con los débiles, y más amor
para el prójimo. ¡Que procuremos crecer
en estas maneras sea nuestra promesa esta Cuaresma!
PARA LA REFLEXIÓN:
¿Qué señal veo para asegurar que Dios me acompaña?
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