El domingo, 6 de marzo de 2022

 Primer Domingo de Cuaresma

(Deuteronomio 26:4-10; Romanos 10:8-13; Lucas 4:1-13)

Pocos hijos de los grandes personajes de la historia fueron tan cumplidos como sus padres.  Alejandro Magno sobrepasó las hazañas de su padre Felipe de Macedonia.  Pero los hijos de Lincoln no tuvieron su sabiduría política.  Ni los hijos de Pele o Mardones podían duplicar la destreza atlética de sus padres. En el evangelio hoy el diablo llama a Jesús “Hijo de Dios”.  Solo repite lo que Dios mismo dijo de Jesús en su Bautismo.  ¿Qué quiere decir ser “Hijo de Dios”?  Aprendemos su significado en el drama de las tentaciones en el desierto.  También aprendemos de cómo vivir nosotros como hijos e hijas de Dios.

La primera tentación es el deseo de satisfacer el hambre.  Jesús debe tener apetito voraz después de cuarenta días de ayuno.  El diablo le reta que satisfaga el hambre por pan convertido de una piedra. Ciertamente el “Hijo de Dios” puede hacer tal conversión.  Pero, sabiendo quien es el que le invita a comer, Jesús rechaza la oferta.  El “Hijo de Dios” vive por la palabra de Dios, no del diablo. 

Por nuestro Bautismo nos hemos hechos miembros de la familia de Dios.  Entre otras cosas la membresía significa vivimos más para cumplir la voluntad de nuestro Padre que para satisfacer nuestros apetitos.  Por eso procuramos a disciplinar nuestros deseos durante la Cuaresma.  Ayunamos de comidas para que nuestras apetencias no nos dominen.  La Iglesia requiere que frenemos de la carne de animales terrestres en los viernes de Cuaresma.  Sería provechoso que abstengamos también de otras comidas y bebidas predilectas. 

Acabamos de ver un caso enorme del deseo de poder.  Ninguna persona de buena voluntad puede justificar la invasión de Ucrania.  Pero tenemos que recordar que tal deseo existe en cada uno de nosotros en modo minúsculo.  Cada uno de nosotros quiere imponer su voluntad sobre los demás.  Queremos que los demás escuchen nuestras historias y vean nuestros programas de la tele.  La voluntad de dominar los pueblos del mundo comprende la segunda tentación de Jesús.  Según el diablo, como el “Hijo de Dios” todo el mundo debería postrarse delante de Jesús en sometimiento.  Sin embargo, su propuesta no llama la atención de Jesús.  Sabe que el poder conjurado por el diablo seguramente lo corrompería.  Aún más importante, el “Hijo de Dios” no viene para ser servido sino para servir.

Finalmente, el diablo tienta a Jesús con la vanidad.  Si es el “Hijo de Dios”, ¿no puede presumir que el Padre lo rescataría cuando se encuentre en situación precaria?  Para verificar su relación con Dios, el diablo reta a Jesús que se arroje de la cima del Templo. Sin embargo, Jesús sabe que por ponerse a riesgo así no estaría confiando en su Padre sino tentándolo.  Es una tentación a que la gente hoy en día es susceptible.  Muchos piensan que son hijos de Dios por su mera existencia como personas humanas.  Y porque son hijos, pueden hacer lo que quiera sin preocuparse de las consecuencias.  Esto es una noción equivocada de la bondad de Dios.  Aunque somos sus hijos, debemos pedirle la ayuda con la oración.  Igualmente necesario es que cumplamos su ley.  La religión sin el amor a Dios y al prójimo es pura vanidad.

Un predicador laico emprendió una campaña para la Cuaresma.  Su lema era: “No dejes de comer el chocolate para la Cuaresma”.  No es que tuviera una tienda de tableta de chocolate.  Más bien, quería que la gente tuviera una Cuaresma transformadora.  ¿Qué podemos hacer para transformarnos en hijos e hijas de Dios?  ¿Silenciar la radio para hablar a Dios en el coche?  ¿Tomar cena con toda la familia presente al menos tres veces cada semana?  ¿Visitar a conocidas que ya viven en asilos de ancianos cada domingo de la temporada?  No hay limite a las posibilidades.  La cosa es que nos transformemos durante este tiempo bendito.

 


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