OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Eclesiástico 27:5-8; I Corintios 15:54-58;
Lucas 6: 39-45)
Sabemos muy poco de la vida futura. Un poeta una vez la describió como un pueblo
dorado con casas doradas. Infortunadamente
las Escrituras no nos ayudan mucho. El profeta Isaías cuenta de una fiesta para
las naciones en la montaña de Sión. Dice
que se servirán comidas ricas y vinos predilectos, pero no revela nada de las
interrelaciones personales. El
Apocalipsis habla de la “ciudad santa”, la “nueva Jerusalén”. Dice sólo que la ciudad brillará como jaspe
cristalino. Allá habita Dios junto con los elegidos alabándolo.
Probablemente a la mayoría de la gente no
les importa el oro en la vida futuro. Tampoco
les emociona alabar a Dios por mucho tiempo.
La mayoría de las personas, incluso nosotros, piensan en la vida futura por
otra razón. La ven como la última
oportunidad para reunirse con sus seres queridos muertos. Quieren ver a sus esposas o a sus papás. Definitivamente los padres que han enterrados
a hijos desean verlos de nuevo. Queremos
decirles de nuestro amor y agradecimiento.
Queremos escuchar su sabiduría, sus chistes, y su apoyo para nuestros
proyectos.
Los teólogos dicen que con tal propósito
para la vida eterna no vamos a alcanzarla.
Según ellos para ser admitidos al Reino del Cielo tenemos que subordinar
nuestros deseos a Dios. En lugar de querer
reunificarnos con nuestro esposo, tenemos que enfocarnos en amar a Dios. En lugar de desear acariciar a nuestros hijos
de nuevo, tenemos que pensar en complacer al Señor.
En la segunda lectura San Pablo anticipa el
fin del tiempo cuando nuestros cuerpos resucitarán de entre los muertos. Dice que nuestro ser corruptible se revestirá
con la incorruptibilidad. Vale la pena
reflexionar en estas palabras. Pensamos
en la incorruptibilidad como cosa física: una superficie super resistente como
tiene el acero inoxidable. Sin embargo,
la incorruptibilidad tiene que ver con el alma también. Es la resistencia de toda forma de corrupción
moral. La persona con un ser
incorruptible no engaña, no toma nada de exceso, nunca es grosero o insultante.
Más bien, siempre hace lo justo, lo bueno.
Un día un hombre estaba llenando su coche
con gasolina. Vio una bolsa cerca de la
bomba de gasolina. Recogió la bolsa y
miró adentro. Estaba cinco mil dólares
en billetes. Como una persona honrada,
el hombre no tomó la bolsa. Más bien
entregó todo el dinero al intendente. Este hombre al menos exhibió algo de la incorruptibilidad.
Hacerse incorruptible es como morir. Dolorosamente
dejamos el yo para reconocer a Dios. Él
es el autor y fundamento de todo lo que somos y tenemos. No podemos producir frutos buenos sin Él. Ni podemos aun vivir sin su apoyo. Por esta razón solo es justo darle las gracias
y alabanzas en la vida futura. Sin
embargo, no es que glorifiquemos a Dios y olvidemos a nuestros seres
queridos. Al contrario, cuanto más
valoremos a Dios, más podemos amar a nuestros padres, esposos, e hijos. Los vemos como verdaderamente son: dones encomendados
a nosotros por el Rey de cielo. Nunca
querremos maltratar a ellos porque vienen del Altísimo.
Este miércoles venimos a la iglesia ambos avergonzados
y empeñados. Nuestros pecados contra al Dios
altísimo causarán la vergüenza. Hemos
ofendido a Él que nos ha sido siempre bueno con nosotros. Estaremos también empeñados para morir al yo
para que tengamos la vida futura con Él.
Y no solo con Él sino también con nuestros seres queridos.
Para la reflexión: ¿Piensas en la vida
futura en primer lugar como oportunidad de conocer a Dios o de reunirse con sus
seres queridos? ¿Estás dispuesto a
cambiar esta mentalidad?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario