EL SEXTO DOMINGO ORDINARIO
(Jeremías 17:5-8; I Corintios 15:12.16-20; Lucas 6:17.20-26)
Todos conocen la historia evangélica del
criado con la oreja cortada. Pero pocos
saben cómo las narrativas de la historia difieren en Mateo y Lucas. En el Evangelio según San Mateo, Jesús
siempre se ve como el gran maestro.
Cuando su discípulo corta la oreja, le da una lección: “’Vuelve la
espada a su lugar, pues quien usa la espada, a espada morirá’”. En el Evangelio según San Lucas, el siempre
gentil Jesús inmediatamente sana la herida.
Asimismo, podemos comparar las bienaventuranzas en estos dos evangelios
con provecho.
Se reconocen más las bienaventuranzas del
Evangelio de Mateo. Son populares porque
incluyen a todos tipos de personas. Los
ricos junto con los indigentes pueden ser “pobres de espíritu”. Los bien alimentados junto los mendigos
pueden tener “hambre y sed de la justicia”.
No es así en el Evangelio de Lucas.
Solamente los sin recursos son los pobres dichosos en este evangelio. Solo los con estómagos vacíos son los
hambrientos dichosos. Se cuentan los
pobres y hambrientos como dichosos porque Jesús ha venido a salvarlos. Él es la personificación del Reino. Dondequiera que vaya Jesús, están los frutos
del reino: la justicia, la paz, y el amor.
Este es el mismo mensaje que Jesús entregó en Nazaret. Allá – recordamos -- dijo al pueblo que la
profecía de Isaías estaba cumplida en su escucha. Ungido con el Espíritu, Jesús proclama la
buena nueva a los pobres y anunciar la liberación a los cautivos.
Otra diferencia entre las dos cuentas del
Sermón es los “ay”. San Lucas, pero no
San Mateo, advierte a los ricos y los satisfechos que se dirigen a la
perdición. ¿Todos los ricos van a
perderse? No, al final del evangelio Jesús bendecirá al rico Zaqueo que
comparte su dinero con los pobres. Jesús
tiene en mente a aquellas personas descritas por el profeta Jeremías en la primera
lectura. Ellos confían en los consejos
de los expertos para tener recompensa terrena. Siempre buscan a financieros
para aumentar sus riquezas, no a los necesitados que puedan aprovecharse de su
ayuda. Siempre emplean a constructores
para hacer casas más grandes, no a los inmigrantes que vivan seis u ocho en una
casita.
Se conoce nuestro tiempo por la
superabundancia de bienes. En este
ambiente es fácil que la comodidad tergiverse nuestros corazones. Siempre estamos tentados a invertir el significado
de las bienaventuranzas. In lugar de
decir “dichosos ustedes los pobres”, queremos decir “dichosos ustedes que
tengan un televisor de 54 pulgadas para ver el Superbowl”. En lugar de decir “Ay de ustedes, los que se
hartan ahora”, queremos decir “Ay de ustedes que monten el bus para ir al
trabajo”. Aun si tenemos televisor con
pantalla grande y un Camry en el garaje, tenemos que recordar que los bienes de
la tierra originen con Dios, el Padre de todos.
Por eso, somos obligados a compartir de nuestros bienes con los
pobres.
¿Cómo es que cuando recordamos las
experiencias más dichosas de nuestras vidas vienen a mente momentos cuando
éramos pobres? Queremos volver a vivir
los momentos cuando visitamos a nuestros abuelos el domingo, no los tours de grandes
ciudades. En esos momentos nos sentíamos
el afecto de personas que realmente nos amaban. No eran necesarios televisores
de 54 pulgadas para hacernos contentos.
Más bien salimos con nuestros compañeros para lanzar o dar patadas a la
pelota. Sí ¡dichosos ustedes los pobres!
PARA LA REFLEXIÓN: Examine su vida para ver si es la verdad
que estaba el más contento cuando era pobre y acompañado de seres queridos.
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