El domingo, 13 de febrero de 2022

 EL SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 17:5-8; I Corintios 15:12.16-20; Lucas 6:17.20-26)

Todos conocen la historia evangélica del criado con la oreja cortada.  Pero pocos saben cómo las narrativas de la historia difieren en Mateo y Lucas.  En el Evangelio según San Mateo, Jesús siempre se ve como el gran maestro.  Cuando su discípulo corta la oreja, le da una lección: “’Vuelve la espada a su lugar, pues quien usa la espada, a espada morirá’”.  En el Evangelio según San Lucas, el siempre gentil Jesús inmediatamente sana la herida.  Asimismo, podemos comparar las bienaventuranzas en estos dos evangelios con provecho.

Se reconocen más las bienaventuranzas del Evangelio de Mateo.  Son populares porque incluyen a todos tipos de personas.  Los ricos junto con los indigentes pueden ser “pobres de espíritu”.  Los bien alimentados junto los mendigos pueden tener “hambre y sed de la justicia”.  No es así en el Evangelio de Lucas.  Solamente los sin recursos son los pobres dichosos en este evangelio.  Solo los con estómagos vacíos son los hambrientos dichosos.  Se cuentan los pobres y hambrientos como dichosos porque Jesús ha venido a salvarlos.  Él es la personificación del Reino.  Dondequiera que vaya Jesús, están los frutos del reino: la justicia, la paz, y el amor.  Este es el mismo mensaje que Jesús entregó en Nazaret.  Allá – recordamos -- dijo al pueblo que la profecía de Isaías estaba cumplida en su escucha.  Ungido con el Espíritu, Jesús proclama la buena nueva a los pobres y anunciar la liberación a los cautivos.

Otra diferencia entre las dos cuentas del Sermón es los “ay”.  San Lucas, pero no San Mateo, advierte a los ricos y los satisfechos que se dirigen a la perdición.   ¿Todos los ricos van a perderse? No, al final del evangelio Jesús bendecirá al rico Zaqueo que comparte su dinero con los pobres.  Jesús tiene en mente a aquellas personas descritas por el profeta Jeremías en la primera lectura.  Ellos confían en los consejos de los expertos para tener recompensa terrena. Siempre buscan a financieros para aumentar sus riquezas, no a los necesitados que puedan aprovecharse de su ayuda.  Siempre emplean a constructores para hacer casas más grandes, no a los inmigrantes que vivan seis u ocho en una casita.

Se conoce nuestro tiempo por la superabundancia de bienes.  En este ambiente es fácil que la comodidad tergiverse nuestros corazones.  Siempre estamos tentados a invertir el significado de las bienaventuranzas.  In lugar de decir “dichosos ustedes los pobres”, queremos decir “dichosos ustedes que tengan un televisor de 54 pulgadas para ver el Superbowl”.  En lugar de decir “Ay de ustedes, los que se hartan ahora”, queremos decir “Ay de ustedes que monten el bus para ir al trabajo”.  Aun si tenemos televisor con pantalla grande y un Camry en el garaje, tenemos que recordar que los bienes de la tierra originen con Dios, el Padre de todos.  Por eso, somos obligados a compartir de nuestros bienes con los pobres. 

¿Cómo es que cuando recordamos las experiencias más dichosas de nuestras vidas vienen a mente momentos cuando éramos pobres?  Queremos volver a vivir los momentos cuando visitamos a nuestros abuelos el domingo, no los tours de grandes ciudades.  En esos momentos nos sentíamos el afecto de personas que realmente nos amaban. No eran necesarios televisores de 54 pulgadas para hacernos contentos.  Más bien salimos con nuestros compañeros para lanzar o dar patadas a la pelota.  Sí ¡dichosos ustedes los pobres!

 

PARA LA REFLEXIÓN: Examine su vida para ver si es la verdad que estaba el más contento cuando era pobre y acompañado de seres queridos.

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