El domingo, 20 de febrero de 2022

 Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario

(I Samuel 26:2.7-9.12-13.22-23; I Corintios 15:45-49; Lucas 6:27-38)

La reina Elizabeth del Reino Unido acaba de llegar a un hito. El 6 de febrero era cabeza de sus países por setenta años.  Ha hecho más que cumplir sus responsabilidades.  Ha sido un modelo de nobleza.  Siempre ha mostrado la preocupación por los pobres.  Nunca se ha enredado en escándalo.  Más bien ha exhibido la gracia y la dignidad en todos asuntos persónales y públicos. Por mucho tiempo la gente de Britania la recordará con admiración. Similarmente los judíos han tenido estima para el rey David.

David era guerrillero.  Desde su victoria sobre el gigante Goliat, él ganó el respeto por derrotar los enemigos de Israel.  Sin embargo, era lejos de la perfección.  Le gustaba demasiado la violencia.  No demoró en tener al marido de su amante matado.  Otro vicio que tuvo era la lujuria.  Tuvo al menos a seis esposas.  Tal vez nos preguntemos porque la Biblia lo ve como el mejor rey de Israel.  La razón no termina con su capacidad de ganar batallas.  Más significativamente, tuvo un corazón listo para perdonar como Dios.  Muestra esta capacidad en la primera lectura cuando rechaza la oportunidad de matar a su enemigo. 

En el evangelio Jesús instruye a sus discípulos que imiten la misericordia de Dios.  Son de perdonar a sus enemigos.  Además, son de prestar sin esperar cobrar, bendecir a sus adversarios, y dar por solo la petición del otro.  Por supuesto, estas exigencias aplican a nosotros tanto como a los cristianos del primer siglo.

Tal vez sentimos que Jesús nos exige demasiado.  Nos preguntamos, ¿dónde está la justicia si cualquier hombre me puede pegar con impunidad?  Se esconde la justicia en el plan de Dios. Jesús implica esto en lo que dice después. Nuestro Padre celestial no permitirá que nos destruyamos.  Más bien nos recompensará en abundancia cuando venga su reino.  Dice Jesús que nuestro lote será “una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante”. 

A lo mejor sigue nuestra inquietud.  Preguntamos: ¿podríamos mantener la paz siguiendo estas directivas del Señor?  De verdad, no es fácil.  Pero tenemos ejemplos como San Francisco y Madre Teresa demostrando que sí es posible.  Es cierto que personas tan débiles como nosotros van a fallar a veces.  Pues, cuesta a veces coordinar nuestras responsabilidades a familiares y amigos con las exigencias del reino.  De todos modos, no debemos desesperar.  Mientras cambiamos nuestras vidas para acomodar estos principios de Jesús, estaremos bien. 

Una mujer inmigrante y pobre, prestó el dinero que estaba ahorrando para comprar casa.  Después de varios meses ella que pidió el préstamo no le devolvió.  Ni quería mencionarlo.  Ahora la prestadora no sabe qué hacer porque necesita dinero para reparar su carro.  ¿Violará la exigencia de Jesús por pedirle a devolver el dinero?  No. Si fuera rica y la otra persona realmente fuera necesitada, habría razón de perdonar la deuda.  Pero en este caso las dos deben arreglar un plan para asegurar el bien mutuo.

En la segunda lectura hoy escuchamos a San Pablo describiendo el “hombre celestial”.  Dice en efecto que, movido por el Espíritu, el hombre celestial ha acomodado los principios del Reino.  Ya no practica los vicios del “primer hombre”: egoísmo, lujuria, y borracheras.  En cambio, se ha puesto las virtudes del Reino: no violencia, bondad, y compasión.  Se ha conformado con Cristo.  Su destino es la vida con Él para siempre.

Pronto estaremos comenzando la Cuaresma.  Es tiempo para considerar cómo podemos conformarnos con Jesús.  ¿Ser lentos en enojarnos con personas que nos desconciertan? ¿Ser más listos a perdonar a nuestros enemigos?  Sí, estos son los modos de hombres y mujeres celestiales.

 

Para la reflexión: ¿Qué puedo hacer para conformar mi más al Reino de Dios?

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