EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
9:26-31, I Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)
Jesús es
reconocido ahora como en su tiempo como contador de historias. Como sabemos todos se llaman sus historias
“parábolas”, que significa comparaciones.
Jesús podía comparar los conceptos espirituales con cosas cotidianas
para ayudar al pueblo entender sus significados.
Las
parábolas más ricas como “el Buen Samaritano” aparecen en el Evangelio de Lucas. Encontramos las parábolas más sencillas como
el sembrador en Mateo, Marcos, y Lucas.
Pero ¿qué pasa con el Evangelio de Juan?
¿Hay parábolas en ello?
Sí hay,
pero son expresadas de manera diferente.
En lugar de contar la historia del pastor que deja las noventa y nueve
ovejas para buscar la descarriada, Jesús dice en el Evangelio según Juan: “Yo
soy el Buen Pastor”. Tenemos otra
parábola así en el evangelio hoy. En
lugar de hablar de la necesidad de dar buen fruto como dice en los otros
evangelios, Jesús dice en Juan: “'Soy la vid, ustedes los sarmientos; el que
permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante …’”’
No es que
solo por mantenerse en Cristo que nosotros, sus discípulos, producimos mucho
fruto. Jesús añade que los sarmientos
tienen que ser podados por el Padre. Eso
es, somos formados con la palabra de Dios, las Escrituras, para que nuestras
obras sean productivas. Santa Catalina
de Siena, cuya fiesta se celebra mañana, puede ayudarnos aquí con su profunda
comprensión de la vida espiritual.
Aunque tuvo que enseñarse a sí misma como leer, ella conoció bien las
Escrituras. En su libro El Diálogo
Catalina nos prescribe tres virtudes derivadas de las Escrituras con que somos
podados para llevar fruto en abundancia.
En primer
lugar, según Catalina, los discípulos de Cristo tienen que cultivar el amor
sacrificial o la caridad. Jesús dice al
joven rico que tal amor para Dios y para los demás es el camino a la vida
eterna. Catalina, siempre inventado sus
propias parábolas, compara la caridad con la vida del árbol. Dice ella que sin esta vida el árbol no produce
nada de fruto, solo la muerte.
La caridad
a menudo aparece como la paciencia que sufre sin reclamar recriminaciones. El alma que practica la paciencia es unida
con Cristo quien sufrió la muerte en la cruz sin murmurar contra sus
perseguidores. Dice la Primera Carta de Pedro: “Cuando era insultado, no
devolvía el insulto, y mientras padecía no profería amenazas; al contrario,
confiaba su causa al que juzga rectamente” (I Pedro 2,23).
¿Cómo
cultivamos el amor sacrificial? Catalina
expresa la convicción que la humildad es la tierra alrededor del árbol del alma
que nutre el amor. Es la segunda virtud
necesaria para producir buen fruto. La humildad conoce a sí misma como nada sin
Dios y reconoce a Dios por su bondad superabundante. Como escribe San Pablo a los corintios:
"...llevamos este tesoro en vasos de barro, para que aparezca que la
extraordinaria grandeza del poder es de Dios, y que no viene de nosotros"
(II Corintios 4,7).
Sería
difícil encontrar a alguien con más humildad que Santa Catalina misma. Frecuentemente confesaba que sus pecados
fueron suficientes para enredar al mundo entero en la injusticia. Rezaba: “¡Oh Padre eterno! a ti acudo
reclamando que quieras castigar mis ofensas en este tiempo limitado, y, puesto
que soy causa de las penas que debe sufrir mi prójimo, te pido benignamente que
las quieras castigar en mí”.
La
discreción, la tercera virtud necesaria para producir fruto abundante, sabe qué
cosas se deben a Dios, al yo, y a los demás.
Sin esta discreción – dice Dios en El Diálogo – el alma se
perdería en el orgullo robando Dios de su honor y poniéndolo a sí misma. Según Catalina, la discreción indica que
tenemos una deuda de cinco partes a nuestros prójimos: el afecto de la caridad,
la humilde y continua oración mutua, la doctrina, el buen ejemplo de la vida
santa y honesta, y el consejo y ayuda para alcanzar la salud de su alma. Al menos la primera ítem en la lista nos
recuerda de las palabras a San Pablo en la Carta a los Romanos: “Con nadie
tengan otra deuda que la del amor mutuo” (Romanos 13, 8).
Procurar la
caridad, la humildad, y la discreción es pedir mucho de nosotros. Pudiéramos
preguntar: ¿por qué queremos producir fruto bueno? La respuesta viene de Dios en la misma obra El
Diálogo: Este árbol (el alma cuya vida es la caridad nutrida con la
humildad y utilizando la discreción) "hace subir hasta mí olor de gloria y
alabanza a mi nombre, porque en mí tiene su principio, y de aquí llega a su
término, que soy yo mismo, vida perdurable, que no puede serle quitado si él no
quiere".