II DOMINGO DE
ADVIENTO
(Isaías 11:1-10; Romanos 15:4-9; Mateo 3:1-12)
Hoy
es el segundo domingo de Adviento. Se puede llamarlo también “el Domingo de
Juan Bautista”. Cada año, en este día, el evangelio destaca a Juan el Bautista.
Este año leemos la presentación de Juan en el desierto según san Mateo. El año
próximo se presenta Juan según san Marcos y, en 2027, Juan según san Lucas. En
ningún año escuchamos la voz de Jesús en este segundo domingo, aunque su
presencia siempre permea el trasfondo.
La
información biográfica de Juan proviene mayormente del Evangelio de Lucas.
Nació como hijo del sacerdote Zacarías y de su esposa estéril, Isabel. Por
orden de Dios se llamó “Juan”, que significa “Yahveh es misericordioso”. Fuera
de María y José, Juan fue el primero en reconocer a Jesús como el Señor. Cuando
María, embarazada de Jesús, visitó a su pariente Isabel, que llevaba a Juan en
su seno, Juan saltó para homenajearlo. Después de su nacimiento, Zacarías
predijo que él iba a ir delante del Señor preparando sus caminos. Juan vivió
como asceta en el desierto, alimentándose solo de langostas y miel silvestre.
En la lectura de hoy Juan está pregonando la próxima venida del Mesías.
“Arrepiéntanse —dice—, ya está cerca el Reino de Dios”. Según la tradición
judía, el Mesías inauguraría el eterno Reino de Dios. Juan lo mira con el más
alto respeto cuando proclama: “Yo ni siquiera soy digno de quitarle las
sandalias”. Semejante a Jesús, Juan encuentra a los saduceos y fariseos
culpables de hipocresía. “Raza de víboras” los llama, aunque no los considera
perdidos. Si se repinten, Juan los bautizará con agua para señalar su intención
de vivir justamente. Sin embargo, a aquellos que no se arrepientan de verdad,
Juan los dejará al Mesías para que los queme con fuego.
Mateo sigue desarrollando la historia de Juan con su bautismo de Jesús,
su prendimiento y su muerte. Cuando Jesús se presenta ante él para ser
bautizado, Juan se resiste, diciendo que él debería ser bautizado por Jesús.
Sin embargo, cuando Herodes Antipas lo arresta, Juan muestra alguna duda de que
Jesús sea el Mesías. Esperaba a un Mesías que quemara a los pecadores, pero
Jesús prefiere dialogar e incluso comer con ellos. Por eso Juan envía a dos
discípulos para interrogarlo: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a
otro?” Jesús no les da una respuesta directa. Les dice: “Vayan a contar a Juan
lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los
leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena
Noticia es anunciada a los pobres”.
No se sabe si Juan fue a su verdugo convencido de que Jesús es realmente
el Mesías. A lo mejor sí, pues Mateo incluye su ejecución en su evangelio.
Ciertamente la Iglesia piensa en Juan así, al incluir la historia de Juan como
testimonio de la venida del Salvador durante el Adviento. Al hacerlo, la
Iglesia nos ofrece la oportunidad de reafirmar nuestra fe en Jesús.
La gente en todas partes pone peros a la fe. Algunos judíos no creen
porque, según ellos, cuando venga el Mesías todo va a cambiar. Pero los
engaños, robos y homicidios continúan. Otros no creen porque el retorno de
Jesús al mundo ha tardado veinte siglos y aun ahora no vemos indicaciones de
que vendrá pronto. Todavía otros no creen porque ven a los cristianos
—supuestamente adoctrinados con el evangelio— comportándose moralmente como
cualquier grupo. Eso es, ven a la mayoría de los cristianos como hipócritas. No
viven como personas redimidas.
En favor de Cristo como Mesías tenemos su legado, tan profundo como
amplio. Su enseñanza es sana y provechosa. Sus seguidores cubren ya toda la
tierra. Su beneficio al mundo ha sido enorme, desde alimentar a los indigentes
hasta educar a los líderes cívicos. Otro motivo es el testimonio de quienes
afirmaron haber visto a Jesús resucitado de entre los muertos. En casi todos
los casos dieron sus vidas para proclamar lo que vieron. Finalmente está
nuestra propia experiencia. ¿Quién de nosotros no ha pedido la ayuda de Jesús
sin recibirla, no solo una vez, sino muchas veces?
El hecho de que Jesús no haya manifestado su señorío de modo
espectacular a todos no es necesariamente un impedimento para la creencia.
Puede considerarse más bien una manifestación de la consistencia de parte de
Dios. Desde el tiempo de Abrahán, Dios ha pedido a los hombres y mujeres el
asentimiento de la fe. Nos ha capacitado con el libre albedrío para aceptar a
Jesús como la revelación plena de Dios o para rechazarlo. Nosotros, los seres
humanos, tenemos que decidir por él o en su contra y vivir en armonía con esa
decisión. Es la cuestión más significativa de nuestras vidas.