El domingo, 24 de noviembre de 2024

Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

(Daniel 7:13-14; Apocalipsis 1:5-8; Juan 18:33-37)

El evangelio hoy proviene de una de las escenas más dramáticas en los cuatro evangelios.  Jesús, el libertador de Nazaret, enfrenta a Poncio Pilato, el astuto procurador romano.  Hay varios enfrentamientos en este Evangelio según San Juan.  Como en los casos de Nicodemo, de la samaritana, y del hombre nacido ciego, no es solo una batalla de inteligencia entre dos personajes.  También el evangelio nos involucra a nosotros en su perspectiva.

El pasaje hoy comienza con Pilato interrogando a Jesús.  Acaba de hablar con los judíos en las tinieblas de la madrugada fuera del pretorio.  Ellos quieren que Pilato ejecute a Jesús.  Ahora vuelve adentro donde la Luz del Mundo lo espera para el juicio.  Pero ¿quién está juzgando a quién?  En un sentido verdadero Pilato, no Jesús, está siendo probado.  Y con Pilato estamos siendo probados nosotros.

Como ha dicho a sus discípulos en la Última Cena, Jesús es nuestro amigo con la sabiduría para ayudarnos actuar correctamente.  No solo actúa como nuestro juez sino también nuestro abogado. En el evangelio Pilato pregunta a Jesús si es “el rey de los judíos”.  Quiere saber si Jesús tiene el poder para interrumpir la paz de Palestina como indican los judíos. O ¿es que los judíos tienen una querella con Jesús y quieren que sea eliminado? 

Jesús encaja a Pilato en la conversación.  Le devuelve la pregunta: “’¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?’” Quiere que Pilato conozca bien a quién está hablando.  Jesús nos ha dejado los evangelios paraque lo conozcamos a él.

Los evangelios nos han dicho que Jesús es el Hijo de Dios que ha venido para impartirnos la vida eterna.  La cuestión es si lo creemos y si aceptamos su oferta.  A Pilato parece que le interesa Jesús.  Le pregunta que ha hecho para levantar la ira de los judíos. 

Jesús clarifica la cuestión del reclamo que es rey.  Indica que es verdad que es rey, pero un tipo de rey diferente de los reyes del mundo.  Él no tiene ejércitos ni lujos sino algo más valioso: la verdad acerca de la vida.  Así Jesús nos propone la elección fundamental de la vida.  ¿Queremos buscar el poder, prestigio, plata, y placer, que son los ornamentos de los reyes del mundo?  O ¿queremos el amor y la paz que caracterizan el Rey Dios?

¡Ojalá que nosotros reunidos aquí para la misa quisiéramos seguir al Rey Dios!  Pero sabemos que el camino es lleno de escollos, particularmente las euforias de tener un poco de poder y de placer.  En el evangelio Jesús ha hecho que Pilato admite que él es rey.  Ahora Pilato tiene que decidir.  ¿Va a honrar al rey Dios por hacer un veredicto justo y soltar a Jesús, su Hijo?  O ¿seguirá buscando el poder y prestigio como sus metas en la vida?

Jesús le confirma que ha venido para dar testimonio a la verdad de la vida eterna: el amor y la paz.  Dice que, si la persona es de la verdad, reconocerá su voz y lo seguirá.  Al final del año, es de nosotros confirmar nuestra elección a Jesús.  Una vez más hemos escuchado su historia, este año principalmente por los Evangelios de San Marcos y San Juan.  ¿Podemos decir sin reservas que Jesús es el rey supremo, quien buscamos con todo el ser?  O ¿es que vivimos siempre mirando la fortuna y los placeres como nuestros objetivos?  ¡Qué no seamos ni tardíos ni reacios para decidir por Jesús!

El domingo, 17 de noviembre de 2024

Trigésimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario - 17 de noviembre de 2024

(Daniel 12:1-3; Hebreos 18:11-14,18; Marcos 13:24-32)

Al final del año litúrgico, las lecturas de las misas tratan de las profecías sobre el fin de los tiempos. Este tipo de escritos se llama “apocalíptico,” un término que proviene de la palabra griega para “revelación.” Las profecías apocalípticas revelan los secretos del futuro.

Estos textos suelen surgir en tiempos de persecución, cuando las personas sienten miedo y se preguntan si Dios realmente las cuida. Estos escritos dan esperanza a los atemorizados para que resistan al mal y mantengan la fe.

La primera lectura de hoy fue escrita en el siglo II a.C. desde la perspectiva de Daniel, un profeta del exilio babilónico. En aquel tiempo, el tirano griego Antíoco IV Epífanes aterrorizaba al pueblo judío, intentando forzarlo a convertirse al paganismo, realizando actos atroces como poner imágenes de dioses paganos en el Templo. La lectura menciona al ángel Miguel, a quien aún hoy las personas rezan para que las defienda contra el mal. También destaca la referencia a la vida eterna, la primera en la Biblia. Para alentar la esperanza de la vida después de la muerte, habla de la resurrección de los justos.

Los cuatro evangelios también fueron escritos en un período de persecución. Entre el 65 y el 100 d.C., los cristianos primitivos eran amenazados tanto por los romanos como por los judíos. Los romanos los perseguían por no rendir culto a los dioses paganos, y los judíos los expulsaban de las sinagogas por proclamar el Señorío de Jesucristo. Hoy en día, gracias a Dios, no enfrentamos persecuciones en el mismo sentido, aunque en ciertos lugares sentimos incomodidad al mencionar la religión. Y si afirmamos que Dios juzgará ciertos actos como el sexo fuera del matrimonio, es posible que no nos despidan pronto.

En el evangelio hoy Jesús tiene una idea de las persecuciones que vendrán por la hostilidad que él mismo ha experimentado de ambos grupos. Les dice a sus discípulos que debían prepararse para ser perseguidos tal como él ha sido hostigado por los fariseos y sería ejecutado por los romanos. Sin embargo, según Jesús las persecuciones no serán solo malas noticias; también significarán que la liberación de sus seguidores está cerca. Él vendrá en medio de la persecución para rescatarlos y darles vida plena. Este es el fin de los tiempos que todavía aguardamos.

Entonces, ¿qué ha sucedido? Han pasado casi dos mil años y Jesús no ha regresado. Esta pregunta sigue siendo inquietante. Hay dos respuestas. Primero, como escribe San Pablo de sus debilidades (II Corintios 12 9b-10), sentimos Cristo presente en nuestra vida cuando le imploramos la ayuda en pruebas. Segundo, creemos que en la hora de la muerte, Cristo vendrá a nosotros para liberarnos de la aniquilación si hemos sido fieles.

Naturalmente, los discípulos quieren saber exactamente cuándo ocurrirán los últimos eventos. Jesús les habla de “la gran tribulación” y de señales en los cielos, pero no da fechas. Insisten que les diga cuándo ocurrirá, para poder prepararse bien para ese gran día.

Sin embargo, Jesús admite que ni él ni nadie, excepto el Padre, sabe el día. Según Jesús, si los discípulos quieren estar preparados, deben mantenerse libres de pecado y activos en buenas obras. Jesús no quiere que sus seguidores se obsesionen con el momento de su regreso, sino que se concentren en servir a los necesitados. Como los recogepelotas en torneos de tenis se concentran en cada pelota desviada, Jesús quiere que busquemos oportunidades para ayudar a los demás.

Los discípulos no insisten más. Basta con que Jesús les dice: “Mis palabras no dejarán de cumplirse.” Nosotros también queremos aceptar su palabra como base de nuestra vida. No es fácil ser un católico fiel hoy en día. No es “seguir la corriente,” como era hace una o dos generaciones. Pero seguimos creyendo, primero, por el testimonio de los propios discípulos y, además, porque las palabras de Jesús han tocado profundamente nuestro corazón.  Nos ha llenado de esperanza y amor.

El domingo, 10 de noviembre de 2024

El XXXII Domingo “durante el año”

(I Reyes 17:10-16; Hebreos 9:24-28; Marcos 12:38-44)

Las lecturas hoy tocan un cuerdo en nuestros corazones. Siempre nos sentimos por las viudas.  La primera y la tercera lectura hoy nos presentan viudas que nos llaman no sólo la simpatía, sino también la admiración e imitación.

Aunque la viuda de Sarepta no es israelita, ella reconoce a Elías como profeta de Dios.  Por eso, considera su petición para el pan como mandato divino de que no se permite esquivar.  Se lo prepara, y queda bendecida.   Se realizará la profecía de Elías que nunca le falte la harina en su tinaja y tampoco le agote el aceite en su vasija.

En el evangelio nos encontramos con Jesús en el área del Templo.  Acaba de separarse definitivamente del liderazgo judío, pero no de los judíos.  Los fariseos y saduceos se han mostrado como arrogantes y oportunistas.  Querrían explotar aun a las viudas.  Al menos en los ojos del evangelista Marcos, no valen para guiar al pueblo a Dios. 

Una viuda llama la atención de Jesús.  Su donativo al Templo, aunque sea el más pequeño entre la gente presenta, muestra la fe verdadera.  Los aportes de los ricos pueden ser meritorios en cuanto sus motivos sean justos. Pero las dos moneditas depositadas por la viuda en la alcancía ciertamente valen la laude.  Ella habría guardado una para sus propias necesidades de vivencia, pero prefiere dar todo lo que tiene por la gloria de Dios.

Se puede preguntar: ¿es prudente su donativo?  Podemos contestar “sí” porque la prudencia dicta lo más correcto y beneficioso en una situación dada.  Se presume que la viuda tiene un motivo para hacer un sacrificio tan costoso.  Puede ser para pedir el perdón de Dios por su esposo muerto.  También se presume que elle tiene otros medios para sobrevivir.  Tal vez tendrá que pedir la ayuda de vecinos o seguir trabajando, aunque es débil.

Jesús se aprovecha de la ofrenda de la viuda para enseñar una vez más a sus discípulos.  Los toma aparte como es su costumbre.  Entonces les avisa de tal gran donación que ella hace.  Este sacrificio sirve como prototipo de lo suyo desde que pronto entregará su propia vida como sacrificio para redimir al pueblo del pecado. Como sus discípulos tienen que llevar sus propias cruces en imitación de él, la donación es también prototípica de su discipulado.

Deberíamos preguntar a nosotros mismos si es necesario que demos todo por la gloria de Dios.  La respuesta correcta es, otra vez, “sí”, pero siempre con discernimiento.  Cuando proveemos por nuestras familias tanto como por los pobres, estamos glorificando a Dios.  Aun cuando usamos algunos recursos por nuestra edificación puede glorificar a Dios. Sin embargo, cuando los usamos por motivos pecaminosos o egoístas, no podemos reclamar que sirvan ni a Dios ni a los demás.

Casi siempre son los pobres que nos señalan el camino de Jesucristo.  No todos, pero algunos aprecian más que nosotros que es él que se humilló para compartir nuestro estado mortal y levantarnos a la salvación.  Los pobres también reconocen que al final de cuentas es él, no a nosotros y mucho menos a los poderosos, que debemos procurar a complacer.  A veces son los pobres que nos enseñan cómo vivir verdaderamente bien.

El domingo, 3 de noviembre de 2024

EL XXXI DOMINGO “durante el año

(Deuteronomio 6:2-6; Hebreos 7:23-28; Marcos 12:28-34)

Las escrituras hoy son breves, pero profundamente significativas.  Nos enfocaremos en la primera y en el evangelio y dejar la segunda lectura para otra ocasión.

El pasaje del libro Deuteronomio, literalmente nos llama la atención.  “Escucha, Israel”, grita Moisés al pueblo Israelita.  Anuncia el famoso “Shemá”, el dicho que cada judío piadoso repite dos veces al día.  Moisés lo grita porque contiene tal vez el mensaje más importante en la historia.  Se dirige a nosotros, cristianos católicos en el año 2024, tanto como a los hebreos liberados de la tiranía de Faraón hace más de hace tres mil años.  Quiere que nos desintonizar un momento de la voz interior para hacer caso a la palabra de Dios. 

El mensaje tiene dos partes.  Primero, sigue Moisés, el Señor es el único dios que existe.  Todos los ídolos y fetiches – sean mitos como “Madre Tierra” o sean los antojos del corazón como lujos -- son imaginarios.  No tienen sustancia y mucho menos el poder a salvar.  Son como las nubes durante la sequía, al aparecer traen la esperanza, pero disipan pronto.

Segundo, Moisés urge que amemos al Señor, Dios nuestro, no un poco como amamos nuestras animales mascotas, sino más que nuestras propias vidas.   “… con todo tu corazón … alma, (y) … fuerzas” dice el profeta.   Hemos de vivir para el propósito de agradar a Dios.  Porque hoy, el 3 de noviembre, es la Fiesta el día de San Martín de Porres, aprovechémonos de él como ejemplo.  Martín pasó las noches haciendo penitencia y rezando al Señor.  Dedicó los días al hacer obras de caridad para los hijos de Dios.

Ahora que fijémonos en el evangelio.  Jesús acaba de discutir con los fariseos sobre el tributo al César y con los saduceos sobre la resurrección de la muerte.  Evidentemente sus ideas han impresionado a un escriba tanto que el escriba quiera su juicio sobre una cuestión apremiante en su día: “’¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?’”  La contesta no es tan obvia como aparece.  Un poco antes del tiempo de Jesús el famoso rabí Hilel dijo que el primer mandamiento es: “Lo que odias para ti mismo, no hagas a tu prójimo”.  Hoy en día algunos tomando en cuenta su colocación en la Biblia dirían que el primer mandamiento es: “Sean fecundos y multiplíquense”.

La respuesta de Jesús al interrogante muestra mayor sabiduría.  Da dos mandamientos conocidos por todo judío en su tiempo. Son semejantes en estructura, pero diversos en sus objetivos y su importancia con el segundo siendo derivado del primero.  En primer lugar, hemos de amar a Dios sobre todo.  En segundo lugar, hemos de amar al prójimo, que es hijo de Dios, como a nosotros mismo.  Si cumplimos ambos mandamientos en su orden correcto, nunca desviaremos del camino hacia la vida eterna.

El escriba se complace con la respuesta de Jesús.  Reconoce que actuar así “vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.  Sin embargo, no dice que los sacrificios pierdan todo valor.  De hecho, tienen gran valor para el que los cumpla y para el beneficiario nombrado por el hacedor.  Tenemos que recordar esto cuando nos dicen que la ética es todo lo que importa, que los rezos y sacrificios, incluso la misa, pueden dejarse al lado.  Pero si los dejamos al lado, ¿cómo seremos perdonados cuando faltemos mostrar el amor a los demás?  Y ¿qué vamos a hacer cuando nos encontramos completamente abrumados con dificultades?

El pasaje termina con Jesús felicitando al escriba por su perspicacia.  Le dice: “No estás lejos del Reino de Dios”.  No está lejos porque está mirando al Reino en la cara.  Si él sigue a Jesús como Bartimeo en el evangelio del domingo pasado va a llegar al Reino eterno.  Es igual con nosotros.  Si seguimos a Jesús poniendo a Dios enfrente de todo y tratando al otro como queremos ser tratados, el Reino es nuestro para siempre.

El domingo, 27 de octubre de 2024

 XXX DOMINGO “durante en año”

(Jeremías 31:7-9; Hebreos 5:1-6; Marcos 10:46-52)

Hay que amar el evangelio hoy.  Es lleno de la pasión y el significado típico del Evangelio según San Marcos.

Para entender bien lo que Marcos quiere decirnos aquí, tenemos que recordar el evangelio del domingo pasado.  Cuando los hermanos Zebedeo piden un favor de Jesús, el Señor les responde: “’¿Qué quieren que haga por ustedes?’”  Es la misma respuesta que da al ciego Bartimaeus en el evangelio hoy.  San Marcos está llamándonos a comparar las dos peticiones o, más bien, los habladores de las dos.

Santiago y Juan piden del Señor los puestos más altos en el Reino.  Desean el prestigio y el poder para su propio engrandecimiento.  En contraste, el ciego pide la vista paraque pueda apreciar de lleno la realidad que Dios ha creado.  Quiere trabajar, tener familia, tal vez ejercer alguna independencia, pero también desea ayudar a sus vecinos.

¿Cómo podemos decir que el ciego tiene todos estos objetivos nobles en mente?  Por lo que hace una vez que el Señor le cumple su deseo.  No recoge las limosnas que tenía para celebrar la vista nuevamente recibida.  Más bien deja todo para seguir a Jesús en el camino.  Para Bartimeo el dinero es poca cosa en comparación de la vista que empleará para llevar a cabo su discipulado.

Una vez más Marcos hace hincapié en Jesús como el mesías que viene para servir a los demás. No se enojó con los Zebedeo por su petición escandalosa.  Más bien, les muestra la paciencia y les confirma como discípulos cuando les invita a beber de su cáliz del sufrimiento y aguantar su bautismo de la sangre.  Su favor a Bartimeo es aún más generoso.  Le concede la vista para confirmar la fe del ciego en él como el “’hijo de David’”; eso es, el Mesías.  Es la verdadera fe cristiana que se da cuenta de que el Mesías no viene para someter a pueblos con su espada sino para perdonar a la gente con su muerte en la cruz.

De alguna manera tenemos que adoptar la fe de Bartimeo para nosotros mismos.  Aunque no seamos ciegos ni desempleados, a nosotros nos hace falta la salud espiritual.  Somos inclinados a pensar en nosotros como más dignos de los demás.  También somos dispuestos a esquivar nuestras responsabilidades cuando tengamos la oportunidad.  Muchos somos como la gente en la narrativa que intenta callar al ciego que grita.  Consideramos la fe como asunto privado que no admite muestras públicas.  Creemos que cada uno pueda vivir la fe según su propio juicio.  Es la ceguera espiritual que puede ser letal. Pertenecemos a una comunidad de fe con líderes designados para ser seguidos.  

En el evangelio Jesús no le hace caso a esta gente.  Más bien oye al que grita, “’¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!’”  Es la fe de este pobre ciego que hemos de imitar. Como la historia de Bartimeo termina con él siguiendo a Jesús por el camino, nosotros debemos seguir al papa, el vicario de Cristo.

 

El domingo, 20 de octubre de 2024

 VIGÉSIMO NOVENO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 53:10-11; Hebreos 4:14-16; Marcos 10:35-45)

El evangelio de hoy sigue el estilo de los últimos dos domingos. Jesús toma a sus discípulos aparte para darles una enseñanza sobre la moralidad.  Hace dos semanas, habló sobre el divorcio y la injusticia que conlleva. El domingo pasado, trató sobre cómo el amor al dinero puede causar la pérdida del alma.  Ahora se centra en la raíz de todo pecado, el orgullo, o si prefieres, la soberbia o egoísmo.  Al ser sus discípulos también, nosotros deberíamos prestar atención a sus palabras para no enamorarnos de nosotros mismos y alejarnos de Dios.

La lectura comienza con una historia penosa.  Como si fueran sorprendidos con sus manos en la colecta, los hermanos Santiago y Juan están retratados pidiendo a Jesús los puestos más altos en su reino.  Quieren ser grandes ante el mundo, a pesar de que la Escritura nos advierte sobre el peligro del orgullo. Según un moralista, en la Biblia no son los grandes y orgullosos los que importan a Dios. Más bien, ellos están destinados a caer.

Pero que no seamos demasiado duros con los infectados con el orgullo.  Después de todo, la mayoría de nosotros hemos pensado que somos mejores de lo que realmente somos.  ¿Quién de nosotros no ha argüido para una nota más alta de que nos dio el maestro?  ¿Quién no ha compartido un “selfie” que resalta nuestra apariencia en redes sociales como Facebook o Instagram?

La respuesta de Dios a nuestra soberbia podría ser severa, pero no es así. Más bien, nos trata con comprensión. En el evangelio, Jesús pregunta a Santiago y Juan si pueden soportar la prueba que él enfrentará. Ellos, sin entender del todo, responden que sí. Jesús confirma su respuesta.  Seguro que recibirán el Espíritu Santo como apoyo, Jesús les permite sentir su amor.

A continuación, Jesús denuncia a los gobernantes del mundo por haber abusado su poder.  No se necesita ser un experto en la Biblia para entender esta crítica. Todos nosotros hemos encontrados a oficiales públicos corruptos. También Jesús acusa a los líderes de la religión de haber oprimido a los fieles sencillos. Insta que los dirigentes de su iglesia no deben actuar de esa manera.  Él mismo se propone como modelo. Dará su vida para redimir a los pecadores destinados al olvido.  Sus palabras resuenan con la primera lectura donde el profeta Isaías habla del Siervo Doliente del Señor que “justificará a muchos cargando con los crímenes de ellos”. Esta es la misión de Jesús quien está a punto de dar “’su vida por la redención de todos’”.

Este evangelio es particularmente pertinente hoy por dos razones: una secular y otra religiosa.  Pronto los Estados Unidos incluso Puerto Rico estarán votando para nuevos gobernantes.  La iglesia invita a la comunidad a rezar para los elegidos.  Pues ellos estarán diariamente tentados a aprovecharse de sus oficios para su propio beneficio.  Al hacerlo no solo negará justicia al pueblo sino también pondrán en peligro sus propias almas.

El papa san Gregorio Magno, en el siglo VII, se describió a sí mismo como “siervo de los siervos de Dios”.  Todos los papas desde entonces han llevado este título, aunque no todos lo han practicado.  Ciertamente, el papa Francisco ha sido ejemplar en el servicio.  Ahora mismo está implementando un programa de acompañamiento de la jerarquía con el pueblo conocido como “sinodalidad”.  Con el favor de Dios este programa abrirá espacio para que el liderazgo de la Iglesia escuche las preocupaciones y las recomendaciones de los laicos.

El año de la lectura del Evangelio de San Marcos concluirá dentro de poco.  Aún tenemos mucho que aprender sobre el discipulado.  Queremos ser como Jesús para que al fin de nuestra vida en tierra nos reconozca como los suyos.

El domingo, 13 de octubre de 2024

 VIGÉSIMA OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 7:7-11; Hebreos 4:12-13; Marcos 10:17-30)

Muchos católicos conocen el Libro de la Sabiduría por haber participado en misas de exequias. Allí se lee a menudo la frase que dice: “Las almas de los justos están en la mano de Dios”. Esto es cierto, pero esta afirmación no abarca ni una décima parte del mensaje del libro. La Sabiduría fue escrita en el primer siglo antes de Cristo, aunque el autor se expresa como si fuera el rey Salomón, unos novecientos años antes.

La lectura de hoy del Libro de la Sabiduría recuerda una experiencia de la vida de Salomón. Después de asumir el trono de Israel a una edad joven, Salomón va a Gibeón para ofrecer sacrificios a Dios. En su peregrinación, Salomón sueña que Dios le promete cualquier cosa que le pida. La respuesta del joven rey agrada al Señor: pide la sabiduría para gobernar bien a un pueblo tan grande como Israel. Entonces, Dios le concede no solo la prudencia, la sabiduría práctica, sino también la riqueza y otros bienes.

La prudencia nos ayuda a decidir bien. Casi siempre hay muchas opciones para cualquier decisión que enfrentemos. Podemos manejar al trabajo, ir en bicicleta o tomar un autobús, por ejemplo. La prudencia nos impulsa a consultar a quienes conocen los factores involucrados. En nuestro caso, tal vez queramos preguntar al meteorólogo si va a llover y a la persona que conoce la ruta si hay baches en las calles. Así, la prudencia nos señala la opción más provechosa. Además, la prudencia nos proporciona la determinación para poner en práctica la decisión una vez que se ha tomado. No permite que perdamos tiempo preguntándonos si hemos decidido bien.

El hombre rico que se acerca a Jesús en el evangelio de hoy necesita la prudencia. Está a punto de tomar la decisión más significativa de su vida: ¿cómo va a vivir para alcanzar la vida eterna, su meta? Muestra el principio de la virtud al consultar a Jesús, un maestro consumado, antes de decidirse. También la prudencia ilumina al hombre que Jesús no solo sabe cómo llegar a la vida eterna sino que es la vida eterna misma. Jesús es la perla de gran valor. Como el comerciante que vende todas sus pertenencias para comprar esta perla, el hombre debería dejar su riqueza a los necesitados para seguir al Señor.

Desgraciadamente, su prudencia le falla. El rico no puede llevar a cabo lo que su corazón juzga como provechoso. Por su deseo de retener su riqueza, “se entristeció y se fue apesadumbrado”. Para él, su dinero se ha convertido en una maldición. Es como el opio para el adicto: aunque sabe que le impide desarrollarse como persona, no puede desprenderse de ello.

Jesús nos pide a nosotros también que renunciemos a nuestros recursos para seguirlo. Tal vez no nos exija hacerlo de inmediato como al rico del evangelio. Pero para seguirlo, estamos obligados a compartir de nuestra riqueza con aquellos que viven en necesidad. Si no lo hacemos, nuestra oportunidad para la felicidad eterna será tan escasa como la de un camello pasar por el ojo de una aguja. Si lo hacemos, podemos anticipar la gloria de conocer a Jesús cara a cara.

La lectura termina con Jesús consolando a los discípulos que han dejado todo de una vez para seguirlo. Dice que su recompensa es buena en este mundo (“cien por uno”) y excelente en la vida eterna. La referencia a aquellos que han dejado todo nos hace pensar en los sacerdotes y religiosas. ¿Viven todos ellos con felicidad? Desgraciadamente, no se puede responder “sí” de manera categórica. Es posible ser sacerdote o religioso y aferrar un carro nuevo, un trabajo satisfactorio o una amistad que afirme. También nosotros, sacerdotes y religiosos, al igual que los demás cristianos, somos desafiados a seguir de cerca a Jesús.