I DOMINGO DE CUARESMA, 9 de marzo de 2025
(Deuteronomio
26:4-10; Romanos 10:8-13; Lucas 4:1-13)
Empezamos
la Cuaresma el miércoles pasado con la recepción de las cenizas, el ayuno y la
abstención de carne. Pero parece a mí
que esta semana lo comenzamos en serio.
La Cuaresma es más que el espectacular de un día para ponernos en el
espíritu de humildad sino un tiempo extenso para alcanzarla. La temporada propone que nos hagamos más
dispuestos a amar a Dios con todo corazón.
Las
lecturas de cada misa durante la Cuaresma se enfoquen usualmente en un aspecto
del misterio pascual. Hoy nos enfatizan
la confianza en Dios. Vamos a tratar la
primera lectura rápidamente y dar más atención al evangelio. Allá observaremos no solo el éxito de Jesús
sobre los deseos distorsionados del corazón humano sino también su solidaridad
con la humanidad. Finalmente veremos
cómo la lectura de la Carta a los Romanos señala la accesibilidad de la
salvación al mundo entero.
La primera
lectura del Libro de Deuteronomio brinda la frase llamativa: “’Mi padre fue un
arameo itinerante…’” Refiere a Jacob, hijo de Isaac y nieto de Abrahán, que
abandonó su tierra para ampararse en Egipto.
Sin tierra para protegerse de ambos hambre y enemigos los descendientes de
Jacob vivían en precaria por siglos. Sin
embargo, Dios les bendijo de modo que creciera en una gran nación. En tiempo Dios los liberó de la tiranía del
Faraón y los estableció en la tierra de Canaán.
Tan grande
que sean la libertad y la tierra, Dios eventualmente regaló a la nación
Israelita un don mucho mayor. Envió a su
hijo unigénito para cumplir el destino de la nación de ser “luz a las
naciones”, la fuente de la salvación del mundo.
En el evangelio Jesús llega al desierto “lleno del Espíritu Santo”, que
recibió por su bautismo en el río Jordán.
Era acto gratuito de solidaridad con los humanos porque Jesús no
necesitaba el bautismo desde que nunca había pecado.
Nuevamente
como otros seres humanos Jesús sufre tentaciones maquinizadas por el
diablo. En preparación de su ministerio,
Jesús enfrenta los grandes deseos del corazón humano. Primero, debe vencer los anhelos sensuales
representados por la tentación de quebrar su ayuno de cuarenta días. Segundo, debe someter la ambición para el
poder y la gloria en la oferta diabólica del señorío sobre los reinos del
mundo. Finalmente, Jesús tiene que
dominar la voluntad humana de manipular a Dios por su propio beneficio. En cada instante Jesús descarta la tentación
con una frase de la Escritura. Jesús se
pruebe coherente de su enseñanza a través del evangelio que los humanos están
en la tierra para servir al Señor Dios, no para ser servido.
La
solidaridad de Jesús con los humanos aquí en el principio del evangelio seguirá
hasta su fin. En la cruz él mostrará su
profundidad cuando padece la muerte como sacrificio del sin pecado por los
pecadores. Solo tal entrega del yo puede
redimir a los humanos de hacer su propia voluntad más que la de Dios. Por eso, Jesús puede decir con toda razón: “Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu”.
En la
segunda lectura de la Carta a los Romanos San Pablo nos asegura que ser
incluidos de entre los redimidos por Jesucristo no sea reservado para
pocos. Solo tenemos que someternos a
Cristo con un acto de la fe. Preguntemos:
“¿qué pasa con aquellos que nunca ha tenido la oportunidad de conocer a
Cristo?” El Vaticano II nos ha enseñado
que todos que buscan la voluntad de Dios con un corazón sincero no serán
abandonados. No va a permitir que los no
cristianos que hacen su voluntad perderse.
Pero, como todos, deben humillarse ante Dios.
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