Homilía para el domingo, 18 de octubre

El XXIX DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 53:10-11; Hebreos 4:14-16; Marcos 10:35-45)

El evangelio trató el tema de egoísmo hace poco. Hace cuatro semanas leímos cómo Jesús respondió a la charla de sus discípulos sobre quien era el más importante. Ahora en el evangelio se levanta la cuestión de importancia de nuevo. Santiago y Juan piden al Señor que les concede sentarse a su derecha y su izquierda cuando venga en gloria. Como Jesús muestra la paciencia con Santiago y Juan en la lectura, queremos repasar una vez más sobre este tema de la importancia. Pues, se nos importa mucho.

Seguramente no es por causalidad que Santiago y Juan se acercan a Jesús de soslayo. Dicen que quieren que Jesús les regale lo que van a pedir. Como un adolescente que pregunta a su papá si va a salir en la noche antes de que le pida el carro, los discípulos intentan a manipular a Jesús. Si el padre dice que no va a salir, entonces le pedirá el carro con toda expectativa de recibirlo porque se le ha quitado el pretexto usual de no concederlo. Si el padre dice que sí, va a salir, entonces el muchacho guardará su petición para el carro por otro tiempo. Desgraciadamente por los hermanos, Jesús no se une en juegos. Les desenmascara la intención con la pregunta, “¿Qué es lo que desean?”

Sentarse a la derecha y a la izquierda significa tomar los puestos más altos en su reino. Es equivalente a ser el vicepresidente y el secretario del estado a un presidente norteamericano o ser canciller y vicario general a un obispo. Es tener a varios subordinados llevando a cabo sus directrices y miles personas pendientes de sus decisiones. Para este tipo de oficio desearlo puede ser signo que no se lo merece.

Curiosamente Jesús no les niegue los puestos directamente. Más bien, les pregunta si están listos para sacrificarse como el tiene que hacer. Para Jesús ser importante no es malo si se da cuenta de que la importancia conlleva el servicio a los demás hasta perder toda comodidad. Jesús indica la magnitud de su propio sacrificio cuando dice que no le toca a él conceder los puestos en su reino. Pues por hacerse humano, el hijo de Dios se ha sometido a sí mismo completamente a Dios Padre de modo que ya no tiene ningún poder en su propio nombre.

La respuesta de los dos y, después, la indignación de los otros diez apóstoles muestran la brecha del entendimiento entre Jesús y sus discípulos en este momento. Santiago y Juan dicen que sí, pueden pasar la prueba que Jesús va a pasar. En tiempo ellos se sacrificarán a sí mismos por Jesús, pero dentro de poco le fallan miserablemente. Duermen en Getsemaní cuando Jesús les pide que desvelen con él, y con los demás discípulos huyen de Jesús como bandidos. Aunque sus jactancias los hacen más lastimosos que lamentosos, los otros discípulos se indignan de ellos indicando su propia falta de comprensión de Jesús. Ellos, como los hermanos Zebedeo, evidentemente prefieren pensar en adquirir alturas que en rendir servicio.

En la Iglesia hoy muchos siguen buscando puestos altos. No hay ninguna escasez de hombres interesados en hacerse diácono cuyo puesto es exactamente a la derecha del sacerdote en la misa. Ciertamente la mayoría de estos hombres quieren servir al Señor. Una vez que se han ordenado, aprenderán el sacrificio que el puesto exige. Otro ejemplo del movimiento de importancia como cosa egoísta al servicio es la publicación de la lista de los más grandes filántropos en el mundo. Siempre ha habido mucha fascinación con las personas más ricas en el mundo. Ya las personas que contribuyen el más dinero a la caridad también llaman la atención.

En su encíclica Centesimus Annus el papa Juan Pablo II declaró que no es malo el deseo de vivir mejor si la vida está orientada a ser más y no a consumir más por el fin del goce. Ser más indica el desarrollo de la personalidad por esforzarse en los estudios y en el trabajo que contribuyan al bien de todos. El consumo por el fin del goce indica la autosatisfacción que se ignora de otras personas. Este análisis del papa da eco a Jesús en el evangelio hoy. Dice el Señor que no es malo ser importante mientras uno se da cuenta de que la importancia es para servir a los demás. En cambio, la importancia que sirve a sí mismo solamente fomenta la discordia. Que tengamos nuestras prioridades en buen orden cuando buscamos la importancia.

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