Homilía para el domingo, 25 de octubre de 2009

EL XXX DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 31:7-9; Hebreos 5:1-6; Marcos 10:46-52)

Pregunta a cualquier judío si Jesús fue el Mesías. Te dirá que no. Si estuvieras a preguntarle por qué no cree en Jesús, a lo mejor te diría que cuando venga el Mesías, el mundo entero cambiará. ¿Ha cambiado el mundo con la venida de Jesús? Podemos decir sin dudas que el mundo de Bartimeo cambia cuando pasa Jesús por donde se sienta en el evangelio hoy.

Bartimeo, el ciego, no puede ver con sus ojos. Sin embargo, tiene otro tipo de vista. Cuando oye que Jesús está cerca, grita, “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”. El reconoce a Jesús como el Mesías que regresaría la gloria de Israel. Nosotros somos lo opuesto de Bartimeo. Podemos ver con los ojos pero nos falta la vista profunda. Que apuntemos algunos ejemplos de nuestra ceguera.

Más que nunca las bodas se han hecho eventos de lujo. Se gastan decenas de miles de dólares en comidas, bebidas, flores, fotografías, vestidos etcétera. Los comprometidos ven el ambiente del matrimonio en esta luz. Tal vez quieran celebrar el matrimonio en una playa en Hawai o un jardín de flores. Los padres miran la situación diferentemente. Para ellos es importante casarse en un templo para cumplir las normas de la Iglesia y para invitar a todos sus amistades. Casi nadie ve la necesidad de acercarse a la parroquia para recibir una preparación para la vida casada. En el mundo actual con sinnúmeros tentaciones al individualismo, la pareja necesita comprender las dificultades del matrimonio y las maneras para superarlas. Podemos decir que una preparación adecuada es cada vez más necesaria para la eficacia del sacramento.

Un bioeticista observa que en las controversias sobre la investigación para nuevas curas médicas, poca gente aprecia todo lo que esté en juego. Por ejemplo, algunos defienden la venta de órganos de cuerpo como necesaria para socorrer al número creciente de personas que enfrenten la muerte por falta de un hígado o un riñón que funciona. Otros la lamentan como injusta a los pobres que estén explotados en las transacciones. Sin embargo, según el eticista muy pocos ven las implicaciones para la dignidad humana de considerar el cuerpo como propiedad vendible.

Recientemente una delegación del Vaticano ha visitado las congregaciones de religiosas en los Estados Unidos. Algunos ven el proceso como una intrusión injusta en la vida consagrada. Otros lo ven como una averiguación necesaria para corregir errores que han entrado sigilosamente en la vida religiosa. Muy pocos lo miran como un intento de parte del papa para ayudar a las congregaciones recuperar la vitalidad del Reino de Dios.

En el evangelio Bartimeo pide a Jesús la vista con toda confianza, y Jesús no demora en concedérsela. Así deberíamos desplegar nuestras necesidades ante al Señor. Seguramente son más que la sabiduría para ver profundamente. También necesitamos la capacidad de resistir la atracción de toda invención hecha para hacer nuestras vidas más cómodas pero en fin las complican. Además nos hace falta la liberación de las ideologías que corrompen nuestro juicio por llamar todas causas liberales validos y todas causas conservadores sofocantes o viceversa.

El pasaje hoy termina con las palabras significativas que Bartimeo sigue al Señor por el camino. Jesús ha emprendido el camino a Jerusalén donde enfrentará a aquellos que quieren ultimarlo. Sea conciente de esta precaria o no, a Bartimeo no le falta el deseo a acompañarlo. Nosotros deberíamos desearlo mismo. ¿Para qué sirva la sabiduría cristiana si no para morir y resucitarse con Jesús? Claro, el seguimiento no es cómodo y mucho menos placentero. Pero hay motivos para hacerlo. En primer lugar, la compañía de Jesús y sus amigos nos llena con propósito alto y felicidad verdadera. Y segundo, el camino nos conduce a la vida más allá de nuestras dificultades y dolores. Sí, nos conduce a la vida eterna.

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