El domingo, 29 de mayo de 2011

VI DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 8:5-8.14-17; I Pedro 3:15-18; Juan 14:15-21)

Dicen los maestros de la Escritura que la Biblia no es un libro. Más bien, ¡es una biblioteca! Eso es, la Biblia se comprende de varios documentos de diferentes géneros y tamaños. Hay historias, profecías, evangelios (una invención de los cristianos), cartas, poesía, etcétera. Hacia el final de la segunda parte de la Biblia, que conocemos como el Nuevo Testamento, hay una serie de siete cartas llamadas “católicas” por una razón curiosa. Eso es porque no fueron escritas a ninguna iglesia particular como la de los corintios o la de los romanos. Más bien, se dirigieron a muchas comunidades de fe aun al mundo entero, lo que significa católica en su raíz. En lugar de los nombres de los dirigidos, las cartas católicas llevan el nombre del escritor, sea Pedro, Santiago, o Juan. Desde el primer domingo de Pascua este año hemos estado leyendo de una de estas siete cartas – la primera atribuida al apóstol Pedro.

La carta misma identifica a Pedro como su autor, pero más probable era un discípulo de Pedro que la escribió. ¿Cómo se puede decir esto? Bueno, el contexto de la carta refleja la situación de no hostilidad hacia los cristianos que existió diez o veinte años después del martirio de Pedro. No deberíamos pensar que el autor quisiera engañar a la gente sino que era la costumbre poner el nombre del líder a las obras producidas por el grupo. Es semejante a la costumbre actual de nombrar al presidente u otro dignatario como el autor de un discurso escrito por un subordinado.

Comenta el autor en la clausura de la carta que escribe de “Babilonia”. ¿Quiere decir que se coloca en lo que ya es Irak? No, a lo mejor está usando una metáfora que compara la ciudad de Roma que completamente destruyó Jerusalén en el primer siglo con Babilonia que hizo la misma cosa cinco siglos anterior. Ciertamente es lógico que la carta devenga de Roma donde Pedro murió.

El pedacito de la carta que leemos hoy exhorta a los dirigidos ser “dispuestos siempre a dar…las razones de la esperanza…” Evidentemente los cristianos están experimentando una alienación de sus paisanos por causa de su fe. Fácilmente podemos imaginar cómo los varones cristianos están cuestionados por no participar en las orgias famosas en el tiempo del imperio romano. Asimismo es muy posible que se sospechen las mujeres cristianas por no llevar comidas a los dioses. Para resistir estos impulsos la carta conseja que formen argumentos que relatan la fuente de su comportamiento. Es como responderíamos si nos piden mirar la pornografía. ¿No les diríamos “no” porque Cristo nos ha liberado del apego de estas cosas para que alcancemos a la vida eterna?

Si o no nuestros compañeros nos preguntan porque tratamos de hacer lo bueno y evitar lo malo, es cierto que estas inquietudes les preocupan a nuestros hijos e hijas. Por lo que escuchan en la calle si no en la escuela, por lo que miran en la televisión, y por lo que les ofrece el Internet, quieren saber por qué es malo el aborto y qué es malo en tener sexo si dos personas tienen afecto para uno y otro. Un hombre escribe que lo importante es crear una atmósfera de confianza para que nuestros hijos vengan a nosotros con sus dudas. Además debemos tener respuestas convincentes: En el primer caso, el aborto es tomar la vida de un ser humano, una imagen de Dios. En el segundo caso, en su estructura el acto sexual es la entrega completa de dos personas para uno y otro. Hacerlo sin el compromiso público para uno y otro es una mentira, un engaño, últimamente un fraude.

Si estuviéramos a leer la primera carta de Pedro de principio a fin, tuviéramos la idea que es escrita para los recientemente bautizados. Pues expresa toda la esperanza de aquellos que acaban de aceptar la fe. Por esta razón la Iglesia nos la propone en este tiempo de Pascua cuando todos nosotros estamos renovados como cristianos. Ya Jesús ha resucitado de la muerte. No hay razón que nosotros expresemos la hostilidad a nadie. Ya Cristo vive en la gloria. Hay necesidad de crear una atmósfera de confianza entre todos.

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