El domingo, el 26 de junio de 2011

La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

(Deuteronomio 8,2-3.14-16; I Corintios 10:16-17; Juan 6:51-58)

Hoy en día hay mucha comida. Aun los países pobres se abundan de comestibles. Sí, de vez en cuando un pueblo pasa hambruna como en Darfur, África, hace poco. Pero tales privaciones a menudo resultan de la guerra no de la verdadera escasez. De hecho ahora se preocupa más por la superabundancia del pan que por su falta. Mucha gente está muriendo de infartos, cánceres, diabetes, y otras enfermedades relacionadas con la obesidad. En este ambiente de plenitud algunos querrían preguntar, ¿cómo se afecta nuestro aprecio para el Pan vivo, el cuerpo de Cristo? La pregunta es particularmente apropiada hoy cuando estamos celebrando Corpus Christi.

Con almacenes gigantes como Sam’s repletos con comidas, ¿no es que llame menos atención la oferta de Jesús en el evangelio del Pan vivo? Tan bueno como es, el Cuerpo de Cristo no atraerá a tantos donde hay carne de cien tipos de animales en el alcance. También el hecho que la gente al promedio vive casi doble el tiempo que vivía hace cien años ha disminuido, creo, el interés en el Pan de la vida eterna. Llegando a ochenta o noventa años con cuerpos doblados y memorias débiles, muchas personas se satisfacen con la muerte ya próxima.

Pero no entendemos bien lo que contiene el Pan que Jesús ofrece. Es algo tan diferente que comida de la tienda como la computadora se difiere del papel y pluma. Los comestibles son cosas muertas que el cuerpo consume para transformarlos en sí mismo. En contraste, el Pan que Jesús ofrece vive de modo que él transforme al consumidor en el Cuerpo de Cristo. En otras palabras cuando tomamos el Cuerpo de Cristo, Cristo no se transforma en nosotros sino nosotros en Cristo. Nos hacemos miembros de su Cuerpo, la Iglesia, fortalecidos para su misión de proclamar el reino de Dios Padre al mundo.

Participando en el Cuerpo de Cristo, podemos comprender mejor lo que es la vida eterna. Muchos piensan que la vida eterna es la vida que dura para siempre. No están completamente equivocados, pero a su raíz la vida eterna no se encuentra en el campo de tiempo sino en otra tierra. La vida eterna refiere a la vida del amor que la Santísima Trinidad ha disfrutado desde siempre. En un cine reciente se describe la dinámica de este amor. La historia tiene lugar en Argelia donde unos monjes franceses viven en paz entre la gente musulmán. Entonces los terroristas llegan amenazando a los monjes con la muerte si no dejan el monasterio. Huirían si no fuera por la gente que les pide quedarse. Eventualmente los monjes son masacrados. Pero antes del martirio una muchacha musulmana pregunta a uno de los monjes cómo es enamorarse. El monje responde: “Hay algo dentro de ti que se pone vivo… Es irreprensible y te hace el corazón latir más rápido”. La muchacha sigue preguntando si el monje jamás se ha enamorado. Él responde: “Sí, varias veces. Entonces encontré otro amor, aún más grande. Y respondí a ese amor”. Este es el amor de Dios que también llega a nosotros. Cuando lo aceptamos, experimentamos la vida eterna. Con este amor no tenemos que temer nada, ni siquiera la muerte. Pues este amor va a llevarnos más allá que la muerte.

El amor de Dios nos fortalece para superar los desafíos diarios. Los deseos para el exceso del pan, del placer, y de la plata no nos tiran como antes. Más bien nos preocupa de complacer a Jesús todos los días, todos momentos del día. Por amor a Jesús una ejecutiva de IBM dejó su empleo para cuidar a su mamá enferma. Cuando la madre falleció, la mujer se dedicó al ministerio parroquial. No es que todos nosotros podamos desistir a trabajar para ayudar a los demás porque es precisamente por nuestros empleos que estamos cuidando a nuestras familias. Sin embargo, sí, por el amor podemos hacer nuestro trabajo y cuidar a nuestras familias con más empeño para servir al Señor Jesús.

Una pintura ha estado llamando la atención por los últimos cuarenta años. Muestra a Cristo en la cruz. No hay nada diferente en esto. Un escritor dice que a lo mejor el Jesús crucificado es el retrato más pintado en la historia. No, esta pintura nos atrae porque se compone el Cristo de las figuras de muchas personas humanas. Está allí el papa Pablo Sixto, Martin Luther King, Jr., otros personajes históricos, y miles de personas no conocidas. Es lo que nos hace el Pan vivo. Cuando lo consumimos, él no se hace parte de nosotros sino que nosotros nos hacemos parte de él. Nos hacemos partes del Cuerpo de Cristo.

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